— ¿T...tú? — Alejandro se removió, incómodo. Había planeado aquello hacía días, oscilaba entre sentirse un idiota por lo que estaba haciendo y sentirse bien porque le estaba ayudando a cambiar de vida como tanto quería. Pero en ese momento, de pie frente a ella, se dio cuenta de lo que tendría que haber parecido desde su punto de vista.
Había querido mantenerlo todo en secreto hasta el último momento porque temía que algo se torciera. No quería darle falsas esperanzas a Daniela, ni quería una discusión con sus padres antes de que fuera necesario.
— ¿Qué significa esto? ¡No... no entiendo! ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué hiciste esto? ¿Qué...? — Isabella estaba mareada, no estaba entendiendo nada y le dolía que fuera él su comprador, porque en las últimas semanas no había hecho más que idealizarlo, pensar en él como un hombre perfecto. Ahora todo eso se derrumbaba y el dolor que ya sentía por su situación se multiplicaba y la ahogaba.
Alejandro la agarró de los hombros, si no paraba de hablar no podría explicarle nada. Se arrepintió en el instante que sus manos entraron en contacto con su piel. La reacción que tuvo no se parecía a nada a los sentimientos que albergaba hacia la muchacha. Desde aquella noche cuando la conoció pensaba en ella, a veces demasiado, pero siempre con cariño y con dolor por todo por lo que había tenido que pasar. Por eso se sorprendió tanto cuando lo golpeó una ola de deseo puro.
No podía negar que la primera vez que la vio le pareció una mujer hermosa, de una belleza dulce y rebelde a la misma vez. Pero todo lo que pasó después le hizo olvidar de aquella primera impresión. Ahora la veía bajo otra luz; y lo que vio lo dejo sin aliento.
Se alejó de ella como si le quemara, asustado por la marea de emociones que lo atacaban.
— Son demasiadas preguntas y no puedo responder todas a la vez. Siéntate y hablemos. — él mismo se sentó, en el sofá más alejado del lugar donde estaba parada Isabella y agradeció haber elegido la suite principal para aquel encuentro. Necesitaba poner espacio entre ambos.
— ¿Hablar contigo? Que va, aquí usted es mi dueño y yo solo debo obedecer, no hablar con usted. — en cualquier otro momento se hubiera reído por la manera en que dijo las palabras, salieron a borbotones y a duras penas las entendió, pero ella las acompañó con una mirada altiva como si fuese dando un discurso de vital importancia.
— Dejar de decir estupideces y siéntate, Isabella. — él también empezaba a desesperarse, no quería ni por un minuto que piense lo que sabía pensaba de él y de la situación, pero no podía hablar si ella lo iba a interrumpir a cada segundo. Necesitaba toda su atención si quería evitar más malentendidos.
Isabella lo miró con odio, pero se sentó en la esquina de la cama, para estar lo más lejos posible de él.
— Estás sacando una conclusión muy equivocada de esta situación y no me gusta imaginarme todo lo que piensas de mí en este momento. — murmuró en voz baja, ella solamente asintió para que prosiguiera. No estaba segura de poder hablar. – Damián tenía muchas deudas. Casi no recuerdo el tiempo en el que no las tuviera. Siempre pedía dinero de alguno de sus amigos, especialmente de mí. Tal vez porque sabía que no iba a negarme. No podría vivir si algo le pasara, sabiendo que he podido ayudarlo y no lo hice. Pero, vaya, un dinero prestado a Damián es un dinero que jamás volverás a ver. Por eso fue que le propuse un negocio... — tenía toda la atención de la chica puesta en sus palabras, por eso se animó a seguir — La noche que pasamos juntos fue importante para mí, Isabella. Me emocionó tu historia, me encantó tu fuerza, tu coraje. Tus ganas de no someterte, de luchar por salir adelante... Te admiro muchísimo. Por eso le dije que le iba a dar el dinero, pero que eso contara como pago para tu libertad. Dudó mucho, pero al fin aceptó. No tenía de otra.
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Rescatados (#1 Santa Ana) ©
Romance"Detrás de cada mujer existe una historia que la convierte en guerrera."