Fragmentos de una historia (10)

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Un año después de la partida de Isabella

- ¿Estás seguro de tenerlo todo listo? – preguntó por enésima vez a su hermano menor, a lo que él rodó los ojos.

- Sí, niño. ¿Tienes todo listo? – se burló Francisco y dos almohadas volaron en su dirección. Los miró con el ceño fruncido, más a ella que a Max. – Estaba apoyándote, tonta. – declaró.

- No te metas con él. Me reservo el derecho de hacerlo. – le dijo con obviedad, como si fuera un tonto por pensar que podía meterse con Max aunque ella misma lo hacía solo segundos antes.

- Son tan insoportables los dos. – los dos asintieron, mirándolo con burla. ¿Quién dijo que tener hermanos era una bendición?

Max le tiró del pelo e Isabella chilló.

- Tengo todo listo. ¡Tranquila! – ella asintió y él volvió a tirar. - ¿Cuándo te vas a deshacer de ese color horrible?

Isabella lo miró y negó con la cabeza. Max quería que volviera a su color de pelo natural, un rojo llameante que compartían, pero ella no se sentía lista. Dejar atrás el rubio significaría negar todo lo que pasó en los últimos años y por más que fueron experiencias dolorosas, no quería olvidarlas. ¡No! Ella quería recordar, porque la moldearon de por vida e hicieron de ella la mujer que era ahora.

- ¿Creen que le va a gustar? – su voz era teñida de duda y los dos hermanos se acercaron para abrazarla.

- Claro que sí. Eres lo mejor que le pudo pasar y esa niña te ama más que a nadie en el mundo.

Max había logrado desentrañar el misterio que componía la vida de Valeria. Lo que encontró no fue nada agradable. Una familia sumida en la pobreza, un padre borracho y violento, una madre adicta. La niña había escapado de la casa un día esperando nunca más volver, pero ellos la habían encontrado y todo fue de mal a peor. La segunda vez que logró escapar, terminó por pura suerte (si se le podía llamar así) en ese callejón de donde Damián la rescató.

Fue un proceso largo y tedioso, pero hace una semana el abogado de la familia finalmente le había notificado que el permiso temporal de custodia ahora era permanente. A los ojos de la ley, Valeria era su hija. Solo esperaba que ella se sintiera igual.

- Voy a buscarla. – notificó y salió de la habitación. Los dos hermanos se quedaron viendo por un instante para después seguirla.

Tocó la puerta y esperó que la niña le dijera que podía entrar. Tuvo que esperar solo unos segundos. Era un avance, porque en el principio se quedaba horas delante de su puerta, esperando que fuera lista para abrir. En las pocas veces que la había visto antes de irse no se había dado cuenta de que la muchacha era más dañada de lo que parecía. De repente, encontrarse viviendo con tres hombres, había roto algo en ella y le costó mucho trabajo componerlo. Y todavía estaba trabajando en ello.

Entró despacio en la habitación, hasta que la vio en el alfeizar de la ventana. Valeria giró la cabeza y le dio una sonrisa que le derritió el corazón. La amaba tanto. Era como otra hermana para ella. Y para sus hermanos también. Francisco la llamaba "la hermana no odiosa" y Valeria soltaba carcajadas que le calentaban el corazón.

- ¿Estás lista? – preguntó, aunque sin necesidad.

Valeria estaba llevando el vestido que le había comprado el día que le anunciaron su nueva situación legal y unas sandalias que Isabella había llevado cuando era de su edad. A ella le parecían horrorosas y no podía creer que los había llevado alguna vez, pero Valeria los había mirado con tanto anhelo cuando los vio tirados a un lado de su habitación. Cuando le preguntó si los quería, la niña parecía como si hubiese recibido el regalo más hermoso. Rara vez se los quitaba.

- ¡Sí! – gritó, luego se sonrojó. – ¿Va a haber mucha gente? – preguntó con miedo, todavía temía las multitudes e Isabella nunca la expondría a eso.

- Solo nosotros. Hoy es solo para la familia, cariño.

La llevó escaleras abajo, donde todos las aguardaban. Isabella y Max habían mirado fotos de sus cumpleaños con ella, captando sus expresiones y viendo que le gustaba. Después juntaron todo eso y por la cara de Valeria, estaba encantada. Todos se acercaron a darle un beso e intentó no reaccionar de mala manera, porque sabía que ahí todos la querían. Era la familia que nunca tuvo, pero no podía dejar de preguntarse ¿hasta cuándo duraría esa felicidad?

Isabella la acercó a una pila de regalos y Valeria empezó a abrirlos dubitativa. ¿Era su cumpleaños? Sus padres nunca se lo celebraron y ella no estaba siquiera segura cuando nació. ¿Cuán triste era eso? Las cajas estaban llenas de cosas que una niña de catorce años podía desear. Intentó que su cara no muestre lo fascinada que estaba por los vestidos, los zapatos, los libros que tanto le gustaban. No quería que pensaran que era una interesada.

Cuando abrió todos los regalos, Isabella puso otra caja envuelta frente suyo y se retiró retorciéndose las manos. Valeria la abrió con rapidez, si era de Isabella eso lo convertía automáticamente en el regalo más especial. Había un papel dentro de la caja. Ella sabía leer, lo había aprendido con la ayuda de la bibliotecaria del barrio que era demasiado sola y aburrida que decidió hacerla su obra de caridad. No le importaban sus motivos. Ella quería irse de su casa y poder leer le ayudaría a conseguirlo. Pero no entendía que decía ese papel. Leía las palabras, pero no llegaba a entenderlas.

- Cuando viniste conmigo – empezó a explicar Isabella – Max intentó buscar a tus padres. – La sola mención de ellos hizo que temblara, Isabella le puso una mano en el brazo – Solamente queríamos saber que te había pasado. Mientras Max investigaba, necesitabas un lugar donde quedarte, así que aplique para una custodia temporal. – ella ya sabía eso, Isabella era su guardiana por un tiempo. ¿Se había terminado ese tiempo? – Pero después de encontrar a tus padres y darnos cuenta de que no hay modo de volver con ellos, decidí aplicar para una custodia permanente. – Esperó que las palabras se asentaran – Val, te quiero como a una hermana. Desde el primer momento que te vi tocaste algo en mi corazón y no me perdonaría si algo malo te pasaba. Frente a la ley somos madre e hija en este momento. Pero tú ya tienes una madre y yo soy muy joven para aspirar a ese puesto. Pero, ¿quieres ser mi hermana? – Valeria intentó asimilar todo. Ella no podía llamar a Isabella mamá, era tan solo unos años más joven que ella. Pero ella ya la amaba como todo. Como mamá, como hermana, como todo.

Le respondió con un abrazo. Isabella la apretó contra su cuerpo y pudo escuchar a los hermanos de ella discutir quien era el hermano que Val amaría más. ¿Así se sentía tener una familia?

Rescatados (#1 Santa Ana) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora