El dolor estalló en su tobillo y casi gritó. Afuera estaba lloviendo a cántaros, ennegreciendo un poco más su humor. No había dormido nada la noche anterior y todo el día estaba ida. Fue por eso que había saltado un escalón bajando desde la habitación de Dani, torciéndose el tobillo. Había querido tratarlo ella misma, pero Daniela y Alejandro habían insistido en llamar a un doctor. Así que ahora estaba portando un lindo yeso de accesorio y estaba metida en su cama.
El dolor era abrumador, pero no quería tocar las pastillas que le recetó el médico. No le gustaba medicarse, la atontaba y ella necesitaba estar en sus plenas facultades, necesitaba estar en control. Ahora estoy segura, pensó. Ahora no tenía de que preocuparse, podía ceder un poco. Tentativamente agarró el frasco y se tomó una pastilla. Estaría bien.
El otro problema, sin embargo, no era tan fácil de resolver. La lluvia estaba anunciando una gran tormenta, los relámpagos se podían apreciar a la distancia y era cuestión de minutos que empiecen los truenos. Los truenos le daban pavor. Cuando estaba en su casa, se metería en la cama de su hermano y él le cantaría torpemente hasta que terminaban. En Diosas se escondía en el armario, presa del pánico. Ahora no tenía a su hermano y no podía ir hasta el armario a causa de su tobillo. Así que le tocaba crecer y enfrentarse a sus miedos.
- ¿Cómo estás? – Alejandro estaba en la puerta, pidiéndole permiso para entrar con la mirada. Ella asintió. Era la enésima vez que venía a chequearla desde que el doctor se fue. Una parte de ella resentía tanta atención, la otra se regocijaba. – Te traje la cena.
Ella quiso negarse, pero su estómago rugió en ese momento. Traidor. Él sonrió y le ayudo a acomodarse para que pudiera comer. Le había rozado las piernas mientras le ayudaba y se alejó de la cama como si le quemara. Isabella fingió no haberse dado cuenta.
Alejandro se reprendió por su reacción. Actuaba como un adolescente. Se sentó en la esquina de la cama y la observó mientras comía. El silencio entre ellos era cómodo y extrañamente eso lo incomodaba. Por eso decidió hablar. De lo que sea.
- Esta mañana he visto al abogado de la familia. – Ella lo miró con una pregunta en los ojos – Es sobre la situación de la niña. – Ahora sí que tenía toda su atención. – Le he hablado del caso y me dijo que iba a ver lo que podemos hacer. Cuando tenga algunas opciones para nosotros, iremos a verle. – no iba a tomar la decisión él solo, hacía eso por Isabella y le correspondía a ella decidir.
- Pensé que lo olvidarías. – no, no lo pensaba. Sabía que él cumplía sus promesas, pero no podía confesarle eso. – Espero que haya una solución que no le lastime más de lo que ya está.
Él esperaba lo mismo.
Había terminado de comer y retiró la bandeja. El silencio los envolvió de nuevo y Alejandro pensó que era hora de irse. No tenía nada que hacer en su habitación. Justo cuando se levantaba, un trueno sonó en la lejanía. Ella saltó y se enroscó alrededor de él, casi dejándole sin aliento.
Tronó de nuevo y su agarre se intensificó. Alejandro entendió lo que pasaba. Empezó a susurrarle tonterías al oído, mientras le acariciaba la espalda. La sintió relajarse por un instante, pero un nuevo trueno la puso tensa de nuevo. Intentó ignorar las sensaciones que le provocaba su cercanía, porque ella lo estaba pasando mal y se sentía equivocado pensar en esas cosas.
Isabella de repente comenzó a temblar. Era algo instintivo, algo que no podía evitar. Pero se sentía avergonzada por hacer semejante escena delante de él. Alejandro la alejó un poco y le levantó la barbilla para que lo mirara. Lo que vio en sus ojos lo había visto tantas veces, pero se sentía como si fuera la primera vez. De repente sus labios chocaron y sintió como el miedo la abandonaba para darle lugar al deseo.
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Rescatados (#1 Santa Ana) ©
Romansa"Detrás de cada mujer existe una historia que la convierte en guerrera."