Varios meses después de la partida de Isabella
Alejandro se detuvo delante del hospital sin importarle si obstruía el paso. Aquello no estaba bien. Nada estaba bien. A María le faltaban dos meses más para llegar al término, no podía entrar en labor en ese momento. El miedo le atenazaba las entrañas mientras corría por el hospital buscando el ala de la maternidad. Cuando arribó, vio que toda su familia y familia política estaban ya ahí.
- Hasta para el nacimiento de su hijo no podías estar a su lado. – reprochó la madre de María, pero no le hizo mucho caso. ¿Ya había nacido el bebé? ¿Era padre?
- No quiso que nadie la acompañara. – le explicó su madre, con cierto reproche en su voz. – El médico salió hace unos minutos. Al parecer todo fue bien. ¡Es una niña!
Alejandro sintió como si el piso se movía debajo de él. ¡Tenía una hija! Ignoró a todo el mundo, ya podían felicitarle después. Fue a buscar el doctor, lo encontró en la habitación de su esposa. Se acercó sin saber que decirle, si bien no se hablaban, acababa de dar a luz a su hija, no sabía cómo comportarse en esa situación.
- ¿Cómo estás? – Preguntó, ella lo fulminó con la mirada – No he podido llegar antes. Las carreteras están hechas un desastre. – explicó, pero se dio cuenta de que a ella no le importaba. Le reclamaba solo por el simple placer de hacerlo, no porque de verdad quisiera que estuviera ahí.
Dio la vuelta para mirar al médico, que parecía sentirse incómodo. Alejandro frunció el ceño. ¿Pasaba algo con su niña?
- ¿Puedo ver al bebe? – el doctor asintió y le hizo un gesto para que lo siguiera. María bufó a sus espaldas, pero cuando ambos se retiraron soltó un suspiro de alivio. ¡Bendita sea la confidencialidad!
Alejandro siguió al doctor por un pasillo largo hasta que llegaron al área de los recién nacidos. El doctor dio un golpecito al vidrio y una enfermera se acercó con un bulto en sus manos. Le mostró al bebe a través del vidrio y Alejandro sintió que lo envolvía una ola de amor tan grande que pensó que se ahogaría. Esa era la creación más hermosa del universo, tan pequeña y tan perfecta. Escuchó a lo lejos que el doctor le decía que tendría que cambiarse para entrar a verla y él lo hizo como un autómata sin dejar de ver a la enfermera que sostenía a su más preciado tesoro. Cuando por fin la tuvo en las manos sintió que cada sacrificio que hizo en su nombre había valido la pena. Porque la felicidad que sentía al sostener a su hija por primera vez en los brazos, no se comparaba con nada que había sentido hasta ese momento.
Su hija tenía buenos pulmones. Se los había dicho el médico al hacer su examen completo, pero ella se encargaba de recordárselo cada noche. Bueno, aparentemente no tan buenos para despertar a su madre, quien curiosamente dormía en la habitación contigua, pero si a todos los demás en la casa.
Alejandro le había dado de comer, la había cambiado dos veces más de lo necesario, había cantado cada canción de cuna que sabía y el llanto no había aminorado ni un poco. Además, el que tenía ganas de llorar ahora era él. Nunca pensó que la paternidad sería fácil, pero las dificultades que se le presentaban lo sorprendían a diario. Y encima de todo, parecía un padre soltero porque desde el momento que había "empujado eso fuera de su vagina" (palabras encantadoras de su esposa) ella se había olvidado que había llevado una personita en su vientre por siete meses y que esa personita dependía de ella. Así, estaba solo y cansado.
- He leído que algo caliente puede calmarle los dolores. – escuchó la voz suave de su hermana que se acercaba con un paño tibio. Se lo puso en la panza a su hija y por un bendito segundo el llanto paró. Unos minutos después la calma terminó y se vio envuelto en el caos de nuevo.
Daniela se paseaba por la habitación, seguramente buscando algo para entretener a su sobrina por un rato, porque hasta unos minutos serían bienvenidos para él. No estaba teniendo éxito por el simple hecho de que él lo había intentado todo. Y nada funcionó, obviamente.
- ¿Puedes hacerla callar? – María parecía somnolienta, pero su voz era dura como una piedra. La fulminó con la mirada sintiéndose incapaz de adentrarse en una discusión con ella y además tenía cosas más importantes que hacer. A lado su cansancio, se le rompía el corazón al ver el rostro de Ángela contorsionado por el llanto y ser incapaz de hacer cualquier cosa para hacer desaparecer lo que la afligía.
- Si no vienes a ayudar, ¿por qué no te largas? – escuchó a lo lejos la voz de su hermana, pero no les prestaba atención. Si fuera por él, podían agarrarse del pelo ahí mismo.
- No puedo dormir con tanto escándalo. – fue la respuesta de su esposa y se giró para fulminarla con la mirada. No podía creer que fuera tan insensible, de verdad había pensado que el nacimiento de su hija lograría cambiar en algo su comportamiento, pero ella estaba cada vez más insoportable.
- ¿Crees que eso me importa en estos momentos? Yo tampoco duermo, María, desde el día que ella nació. Y no me lamentó porque cada segundo pasado a su lado es hermoso. Pero no te atrevas a venir a reclamar algo tan estúpido como tu falta de sueño cuando tu hija está pasando por dolores y no puedo hacer nada por ayudarla. Si no quieres estar cerca de ella, si no quieres ayudar, está bien. ¡Es tu problema! Eres tu quien se está perdiendo de algo maravilloso. Pero no vuelvas a aparecerte por aquí haciendo reclamos sin sentido, porque te juró que no lo voy a soportar.
Ella lo miró por un largo rato con el mentón levantando, como si estuviera retándolo, pero él volvió a arrullar a la niña e intentó de nuevo con una canción de cuna. Fue consciente que se fue porque zapateo como una nena haciendo un berrinche y una puerta se cerró con estruendo un poco después. Vio que Daniela estaba lista para empezar a despotricar, pero negó con la cabeza.
- Ve a descansar. Yo me las arregló. En fin, no hay nada más que puedas hacer aquí.
- ¿Estás seguro? – preguntó con pesar en sus ojos azules y Alejandro asintió.
Volvieron a quedarse solos y se sentó en la mecedora con la niña en sus brazos. De repente empezó a hablarle. Se estaba inventando un cuento de hadas en la mitad de la noche, cansado hasta la muerte, con una niña llorando en su hombro.
Pero a medida que el cuento avanzaba, la niña se fue calmando. Supuso que el cansancio le iba ganando. Pero todas las noches después de esa, Ángela se dormía con el mismo cuento.
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Rescatados (#1 Santa Ana) ©
Romance"Detrás de cada mujer existe una historia que la convierte en guerrera."