Capítulo 25

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Alejandro había vuelto poco antes de que Isabella despertara. Al final no había podido concentrarse en el trabajo y se excusó con Francisco alegando que su hija no había dormido esa noche y que no le sentaba bien dejarla sola. Bueno, en parte era verdad. Además, Francisco estaba exultante esa mañana por alguna razón que él desconocía, por lo que no le dijo nada y aceptó sus excusas con una sonrisa bobalicona.

Miró a la mujer removerse y se levantó del sofá donde estaba sentado, se acercó a la ventana. No quería que lo viera observarla, hasta para sí mismo parecía un acosador.

- Me quede dormida. Perdón. – Isa se sentía avergonzada, pero no había dormido la noche anterior por la bendita carpeta que le había dado, así que apenas sus hijas se despertaron (por una vez daba las gracias de que fueran tan madrugadoras) las había vestido y traído al hotel.

Quería dejarlas con Francisco, pero él le abrió la puerta reacío y la mandó a la habitación de sus padres, porque estaba demasiado cansado. Le habría creído si no fuera por las marcas de labial rojo que se podían ver en su cuello.

- No pasa nada. – le respondió y ella volvió a removerse incómoda. La intimidad de hace unas horas había desaparecido y ahora miles de preguntas flotaban a su alrededor. Preguntas que no sabía si quería hacer, respuestas que no sabía si quería conocer. – El desayuno es en media hora. – le recordó e Isa se levantó.

- Tengo que ir a ver a las niñas. Las he dejado con mamá, Cas debe de haberla vuelto loca hasta ahora.

- ¿Podemos hablar? – le preguntó cuándo estaba por salir de la habitación, ella dio la vuelta para mirarlo. – No ahora, pero... Todavía hay cosas que quiero decirte, que quiero que aclaremos. – asintió, ella también quería eso, solamente no se atrevía.

- Las niñas empiezan el jardín mañana. Y yo entró al hospital más tarde. Si puedes, podemos hablar entonces. – al parecer él entendió la indirecta, podían hablar ese día en el hotel, pero ella no quería que las hijas de ninguno estuvieran cerca.

Las tres niñas tenían familias no tan tradicionales y no quería confusiones. Alejandro y ella estaban en tierras resbaladizas, no sabía que iba a pasar con ellos y si algo iba a pasar, pero no quería que sus niñas fueran víctimas de sus malas decisiones.

- Claro. Cuándo tú quieras. – se acercó a ella y depositó un suave beso en su mejilla que casi la hizo desfallecer. Su cercanía hacia cosas locas en el interior de la mujer y no podía luchar contra ello. No estaba segura de que lo quería tampoco.

Alejandro prolongó el beso más de lo necesario, disfrutando de su olor. Si eso era lo único a lo que podía aspirar por el momento, bienvenido sea. Estaba dispuesto a luchar con todas sus fuerzas para tenerla de vuelta.

Cuándo Isabella por fin convenció a sus terremotos de bajar a desayunar, el restaurante estaba lleno

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Cuándo Isabella por fin convenció a sus terremotos de bajar a desayunar, el restaurante estaba lleno. Todos los invitados habían pasado la noche en el hotel, para así facilitarles el regresar a la hora del desayuno. A Isabella le hacía más emoción lo que estaba por suceder esa mañana que toda la pompa de la noche anterior. Agradeció al ver que ahora su familia estaba en una mesa separada de sus socios, aunque sus mesas estaban demasiado cerca para su gusto. No quería decirle a nadie sobre lo que pasó esa misma mañana, quería guardárselo para ella misma.

Rescatados (#1 Santa Ana) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora