La casa estaba medio vacía. Para la hora del desayuno estaban presentes solamente Daniela y Érica, por eso aceptó cuando Dani propuso que desayunaran en el comedor esa mañana. Estar en la compañía de las dos mujeres no era un problema para ella, en realidad le gustaba. Ya las consideraba amigas y, aunque tenía ciertos recelos, sentía que ellas pensaban lo mismo sobre ella.
Cuando entró en el comedor y vio a Alejandro sentado en la mesa, reprimió las ganas de dar la vuelta e irse. Daniela no le había dicho que su hermano estaba presente. Supuso que su interpretación de no hay moros en la costa era diferente al de la mujer en cuestión. En realidad, Daniela no tenía idea de lo que pasaba entre su hermano e Isa y las pocas veces que los vio interactuar eran cordiales, así que para ella eso no era un problema.
Alejandro les sonrió brevemente y volvió la vista a su plato. Le turbaba sobremanera la presencia de Isabella, pero intentó disimularlo. No quería que su hermana y prima se percatasen que estaba incómodo. Conociendo a Daniela, indagaría sin parar buscando la razón de su incomodidad y él era un débil cuando de su hermana se trataba. Podría sacarle cualquier información.
Una ola de felicidad lo envolvió al presenciar la conversación y las bromas de las tres mujeres. Eran demasiado ruidosas y escandalosas, pero no le podía importar menos. Su hermana siempre había sido retraída, su prima evidentemente estaba herida por una razón que él desconocía y no tenía ni que decir nada sobre Isabella. Su vida no era precisamente un cuento de hadas. Por eso, al verlas juntas y riendo, le pareció el regalo más lindo de la vida.
El sonido de un celular interrumpió la conversación. A Isabella le tocó un instante darse cuenta de que era el suyo. Realmente lo usaba pocas veces, no había muchas personas que la llamaban, así que no estaba acostumbrada a él. Al ver que la llamada provenía de la línea fija de Diosas reprimió un gemido.
Sonrió al ver que era Clara. Pero su sonrisa iba decayendo a medida que su amiga hablaba y de repente se volvió un desafío respirar. La mano le temblaba y temió que se le iba a caer el aparato. Interrumpió a su amiga, no podía seguir escuchando aquello por el teléfono. Tenía que ir en persona. La despidió atropelladamente y tomó varias bocanadas de aire para regular su respiración. El corazón parecía que quería salírsele del pecho. Levantó la mirada para ver tres pares de ojos fijos en ella. Se veían preocupados.
- Necesito... - intentó hablar, pero las fuerzas la abandonaron. Aclaró la garganta para volver a intentarlo. – Necesito salir por unas horas. – alternaba la mirada desde Daniela hasta Alejandro, sin estar segura a quien pedirle permiso. Rogó para que dijeran que sí, porque ella iba a ir de todos modos, solo esperaba tener un trabajo al cual regresar.
- ¿Estás bien? – la preocupación en la voz de Alejandro era palpable, se había acercado y ahora estaba en cuclillas frente a ella. Tenía tantas ganas de abrazarlo, en sus brazos seguro que todo parecería un poco menos horrible. Asintió lentamente, aunque era evidente que no estaba bien. Se estaba derrumbando frente a ellos.
- Por favor... Necesito hacer algo.
- Te llevó. – no había manera en el mundo que la dejara ir sola, adonde quiera que debía ir. Negó cuando vio su intención de replicar – Ahora mismo parece que te vas a caer ni bien te levantes de esa silla. – Isabella asintió, probablemente era cierto.
Fue a agarrar sus llaves y ella lo siguió por puro instinto hacía la salida. Érica y Daniela parecían preocupadas detrás de ellos, por los que les hizo señas de que les avisaría apenas sepa que había pasado.
No dijo una palabra en el coche, salvo para decirle donde iban. Apretó sus dedos en el volante, debía imaginar que había pasado algo ahí, ella no tenía a nadie más en el pueblo. Se preguntó que podía ser tan grave para que la pusiera de esa manera, pero no quiso indagar.
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Rescatados (#1 Santa Ana) ©
Romance"Detrás de cada mujer existe una historia que la convierte en guerrera."