Los gritos que profería la mujer se escuchaban, según Daniela, hasta los confines más alejados del pueblo. Claro, eso era poco probable, pero la sensación perduraba. La verdad era que a ella la ponían de los nervios, sentía cada grito agudo como una astilla que se clavaba en su corazón y tomó bocanadas de aire seguidas para no desmayarse en medio del salón familiar. Alejandro estaba de pie a su lado, observando en silencio el espectáculo. Su padre estaba hablando en murmullos, tratando de calmar a su esposa, pero todo esfuerzo parecía inútil. Como si el cuadro familiar no fuese suficientemente idílico, su nueva cuñada, que a pesar de solo estar en la casa un par de semanas se sentía como la dueña de la misma, daba comentarios esporádicos que solo alimentaban el berrinche de su madre.
Sentía un poco de dolor cada vez que las veía juntas, su madre compartía más con María que con ella, su propia hija. Eso se debía a que las dos mujeres eran prácticamente iguales: superficiales y egoístas. Daniela prefería no parecerse a su madre en ese aspecto, pero a veces no podía resistir el golpe de tristeza al darse cuenta de que su progenitora hubiera preferido a alguien más como su hija.
Los gritos amainaron un poco y ambos hermanos soltaron un suspiro de alivio al ver la discusión llegar a su final. Al parecer, su padre había logrado convencer a su mujer que aquello no era el final del mundo, seguro prometiéndole un regalo caro o un viaje a un lugar exótico para compensar la molestia.
— Es un atropello hacía nuestra clase, ¡no nos podemos rebajar a ese nivel! – dijo su cuñada, al ver que su suegra estaba dejando de lado el tema.
Quizá ella se podía comprar con una baratija, pero María no. Además, no estaba dispuesta a permitir que su palabra no fuese la última en su nuevo hogar. Hasta entonces había ganado sus batallas a través de Carolina, su suegra, pero ahora estaba dispuesta a hacerlo por su propia mano.
Alejandro le dedicó una mirada de advertencia a su mujer, pero como era su costumbre, ella lo ignoró olímpicamente. Decidió que no valía la pena adentrarse en una discusión en ese momento, así que pasó un brazo por el hombro de su hermana y la llevó hacia el jardín, lejos del bullicio. Lamentó no haberlo hecho antes, cuando se percató de los pequeños temblores que sacudían el cuerpo de Daniela. Su hermana tenía problemas de corazón y había desarrollado una intolerancia a los ruidos fuertes, así que una situación como esa podría ponerla muy mal.
Pensó en los hechos detrás del escándalo que estaban montando las dos mujeres. El pueblo estaba metido desde hacía meses en la organización de la Fiesta de Verano anual, por lo que fue un gran golpe para la comunidad que durante una tormenta violenta el salón de fiestas se inundase. El dinero fue invertido, los invitados de honor ya habían confirmado su asistencia y era impensable para el ayuntamiento cancelar el evento. Las perdidas serían enormes. Así que no les costó mucho decir que si a la propuesta inesperada de celebrar el evento en otro establecimiento, a pesar de conocer de antemano cuál será la reacción de los habitantes. La Fiesta de Verano anual, una tradición de la que todos estaban orgullosos se iba a celebrar ese año en el local de Damián.
- No puedo decir que estoy encantada con la idea, pero, ¡por Dios!, con solo ver sus caras ha valido la pena. – Daniela soltó una carcajada que lo sorprendió, pensaba que su hermana pequeña estaba molesta con el espectáculo, pero al parecer se equivocaba.
Él entendía la reticencia de su hermana, hasta de las otras dos mujeres, de poner pie en el burdel de Damián. No podía ignorar el hecho que, si bien no era la situación de las mujeres de su familia, muchas sufrían en silencio las escapadas de sus maridos y novios a aquel lugar. Tampoco él se sentía del todo cómodo, aunque no tenía nada que ver con la fama del lugar. Su opinión sobre ese tema en particular cambió por completo una noche semanas atrás.
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Rescatados (#1 Santa Ana) ©
Romansa"Detrás de cada mujer existe una historia que la convierte en guerrera."