Los días pasaban lento para Isabella. Su recuperación iba a ser larga y tediosa y aunque lo entendía, le era difícil aceptarlo.
Su familia no se había separado de ella en la semana que llevaba despierta, siendo un apoyo que necesitaba y agradecía mucho. Pronto saldría del hospital, pero aún faltaba para que pudiera regresar a su vida de siempre.
Ese día estaba especialmente emocionada. Su hermano Max estaba por regresar a la capital por un tiempo, había alargado sus vacaciones lo más que pudo y su madre le había prometido que ese día le llevaría a sus hijas. No las había visto en ese tiempo, no las quería exponer al ambiente en el hospital, al menos hasta que ella estuviera un poco mejor. Habían hablado por teléfono y podría jurar que escuchar esas vocecitas le había calmado la mitad de los dolores. Aunque eso no se comparaba con verlas.
- Mamá. – las escuchó antes de verlas y pronto dos pequeños duendes en vestidos vaporosos se precipitaron en su habitación y estaban trepando por su cama.
El dolor la atravesó en el instante que Alessandra apoyó la mano en su pierna lastimada para impulsarse arriba, pero se obligó a aguantarlo en silencio. Las niñas subieron y se acostaron a su lado, hablando a unísono y de una manera confusa, tanto que Isabella tenía problemas para entenderlas.
- Mis niñas. – susurró, mientras les daba un beso en la coronilla a cada una, sintiéndose plena con ellas en sus brazos.
- Te extrañamos mucho, mucho, mucho. – declaró Cas, levantándose un poco para mostrarle con la mano cuanto la extrañaban mientras Alessandra asentía vehemente, confirmando las palabras de su hermana.
- Y yo a ustedes. Mucho, mucho, mucho. – imitó y las niñas rieron.
Volvieron a acostarse en su pecho y recién entonces Isabella advirtió la presencia de su madre, quien las miraba con lágrimas en los ojos.
- ¿Cuándo vas a volver a casa? – preguntó Alessandra tímidamente, pero con una madurez en su voz que no dejaba de asombrar a Isabella.
- Muy pronto. Me cuentan que hicieron todo este tiempo.
Cas tomó la palabra, como era de esperarse, pero la otra niña no se quedó atrás. Con el mismo entusiasmo de su hermana, agregaba comentarios o la corregía cuando Cas se equivocaba de algún evento o alguna conversación.
Se dio cuenta de que las mimaron mucho en ese tiempo. Sobre todo su madre y Valeria, quienes eran las protagonistas de la mayoría de los cuentos.
- La casa de Ángela es hermoooosa. – exclamó Cassandra en algún momento y prosiguió a explicarle a su madre como era la casa de su nueva mejor amiga, que aunque era más pequeña y lloraba mucho, le gustaba y se divertía con ella.
Isabella frunció el ceño hacia su madre y la mujer le hizo un gesto con la cabeza que Isabella entendió como un te lo cuento luego.
Más no se lo contó, porque las niñas habían quedado rendidas y ella tuvo que llevarlas a casa sin tener la oportunidad de hablar a solas. Se quedó con la duda hasta unas horas después, cuando apareció Alejandro con un ramo de rosas, amarillas esta vez y trató de buscar donde ponerlas.
- ¿Por qué mis hijas conocen tú casa? – Alejandro se encogió de hombros, todavía buscando un lugar donde poner el nuevo ramo. Pensó que pronto deberían hacer una limpieza, porque la habitación estaba llena.
- Han quedado una noche. Estaba lloviendo y mi casa fue más cerca de la tuya. – dijo simplemente e Isabella bufó molesta. Él sabía que no era eso lo que le quería preguntar, precisamente, pero se hacía el tonto.
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Rescatados (#1 Santa Ana) ©
Romansa"Detrás de cada mujer existe una historia que la convierte en guerrera."