Daniela se había quedado pasmada al ver la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Pensó en intervenir, pues Isabella y Alejandro se estaban mirando fijamente sin decir una palabra varios minutos ya y la gente estaba empezando a observarlos. Pero luego pensó que ellos necesitaban que ese encuentro vaya a su propio ritmo, por eso dio media vuelta y se perdió entre estanterías de nuevo. Aún tenía media hora hasta su cita, esperaba que hasta entonces su hermano saliera del letargo en el que se había metido.
Era extraño que Alessandra no fuera la persona más tensa en una habitación. Isabella sentía que le ganaba a su hija en ese momento. Alejandro no estaba cambiado para nada. Bueno, además de la pequeña que estaba ahora colgada de su pierna, imitando a su propia hija. Pensó que dolería verlo y se llevaba preparando para ese momento por semanas, pero nada pudo prepararlo para eso. Porque no era una ola de dolor que la golpeó, sino una de amor. Pensó que al pasar de los años los sentimientos al menos menguarían y se volverían soportables, pero al verlo de nuevo frente a ella todo se fue al demonio y volvió a sentirse como tres años antes. Enamorada perdidamente.
- Hola. – habló él primero, porque ella parecía no poder hilar dos pensamientos, menos ponerlos en palabras. - ¿Se lastimó? – mostró con la cabeza hacia Cassandra e Isabella salió de su ensimismamiento amoroso y fijo su atención en su hija.
- No. Solo se asustó un poco. Está bien. – Quiso celebrar cuando su voz salió normal, porque se esperaba un chillido de lo más humillante - ¿Ella está bien? – Preguntó viendo a la niña que aún lloraba - ¿Le duele algo?
- Ella solo es malcriada. – respondió Alejandro mirando a su hija con puro amor y ella se dio cuenta de que había valido la pena su sacrificio. Sus propias niñas eran ejemplos de que había padres que no se merecían ser llamados así y Alejandro era uno de los buenos. Uno de los que el mundo necesitaba, así su refugio no estaría cada día más lleno de niños maltratados. – Me temo que no hay medicina para eso.
La niña lo miró inocentemente y él la tomó en sus brazos, besando sus mejillas. Se volvieron a quedar en un silencio incómodo, él estaba mirando de vez en cuando a las dos pequeñas a su lado, pero no le preguntó nada al respecto.
- ¿Viniste para la inauguración? – preguntó finalmente, refiriéndose al evento que tendría lugar ese fin de semana. Ella asintió, después negó. Él la miró confundido.
- Conseguí trabajo en el hospital. – no ahondó en detalles, se estaba sintiendo mal de repente y quería irse de ahí. – Me tengo que ir. Me esperan... Me alegro de que la niña no se lastimara. – dijo atropelladamente y torpemente volvió a empujar el carro hasta que se perdió de su vista. Luego pudo tomar el tan ansiado suspiro de alivio.
Alejandro la observó mientras se alejaba. ¿Cómo podía ser aún más hermosa que tres años atrás? ¿Quiénes eran las niñas que la acompañaban? Eran demasiado grandes para ser sus hijas, pensó. Luego volvió a pensar en lo que le dijo sobre el trabajo. ¿Significaba eso que se mudaba al pueblo? Sabía que Francisco se iba a quedar por un tiempo, pero nunca le dijo nada sobre su hermana. ¿Sería posible que se quedara después de fin de semana? Eso sería una bendición para él. Había pensado aprovechar el fin de semana de inauguración para tantear el terreno, averiguar que fue de su vida y si aún había lugar para él. Si era verdad que se había mudado, eso le abría todo un mundo nuevo de posibilidades. Tendría todo el tiempo que necesitaba para recuperar a la mujer de su vida, no solo un fin de semana.
- Voy a llegar tarde. – se sobresaltó al escuchar a Daniela a su espalda, luego miró al reloj. Sí, iban tardísimo. Agarró la primera bolsita de dulces que tuvo a mano y pensó que Ángela se tendría que conformar con eso.
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Rescatados (#1 Santa Ana) ©
Romance"Detrás de cada mujer existe una historia que la convierte en guerrera."