XXI
Cuando Tomohisa abrió los ojos las luces de aquel extraño templo llenaron sus pupilas. La luz de las llamas bailoteó un momento en sus retinas, hasta que su brillo fue tan intenso que se volvió desagradable.
Se levantó del suelo, donde había caído en algún momento, y se frotó el rostro agotado. Los rescoldos de la visión de su pasado aún le escocían en las venas. Sentía que estas burbujeaban de un tipo de inquietud que solo pertenecía al remordimiento.
Esa carga que arrastraba desde que, siendo un niño, había asesinado a su tía guiado por un arrebato infantil.
Tomó aire entre dientes para mitigar el dolor que tenía en el pecho y rememoró el rostro desencajado de la mujer mientras se precipitaba a las aguas poco profundas del río. Recordar la decepción tatuada en sus ojos hizo que se estremeciera de arriba abajo, como ese niño que se marchó a todo correr cuando se dio cuenta de lo que había hecho.
Finalmente, el antiguo samurái se levantó y se alejó de la primera antorcha. En esos momentos sentía que la misión que se le había encomendado era demasiada pesada para sus hombros y, aunque quería deshacerse de esos pensamientos, no entendía por qué continuaba esforzándose por darle fin. Estaba seguro de que si abandonaba y se resignaba a olvidar a Akira todo sería mucho más sencillo y menos doloroso.
Aún así algo en su cabeza, una voz que reconocía como propia, le susurraba que una vida así solo le brindaría un vacío mucho más desolador que la muerte y el dolor. Porque sin Akira y su reconfortante manera de vivir... nada era lo suficientemente bueno.
Así que, pese a sus más que justificados recelos, Tomohisa se giró en dirección a la antorcha encendida. Bajo ella, lleno hasta los topes de un líquido plateado que parecía moverse solo, se encontraba el cuenco que había recogido toda la esencia que le había robado la visión.
Se acercó al recipiente con pasos temblorosos y hundió los dedos en su interior durante unos segundos, hasta que asumió que aquel líquido era una especie de aceite mágico y que, posiblemente, fuera el componente que necesitaba para continuar el ritual.
"Revive"
El grabado de la segunda antorcha no auguraba nada bueno. Por lo que había vivido momentos atrás suponía que, de alguna retorcida manera, el Yomi se encargaría de hostigar la culpabilidad que sentía hasta que esta le devorara de la cabeza a los pies.
Dioses, sentía tanto miedo... Después de todo lo que había vivido, aún le fallaba el pulso cuando tenía que enfrentarse al pasado. ¿En qué momento sus fuerzas se habían debilitado tantísimo? ¿Acaso sus promesas eran tan pobres que no le ayudaban a continuar?
Los ojos del samurái se llenaron de un terror absoluto al darse cuenta de que era incapaz de mover el brazo que sostenía la segunda antorcha. El temor a regresar a ese momento, a ese instante, para volver a arrebatarle la vida a Kata... impedía que la empapara de aceite.
Y si no lo hacía, ¿cómo iba a continuar?
¿Qué sería de él?
¿Y de Akira?
Akira, por los Dioses... ¡no podía dejarle allí!
Una risa masculina resonó en la estancia en ese momento, provocando un eco entre las paredes que rebotaba y se perdía entre la luz violeta que iluminaba el árbol-pilar. Aquella carcajada, lejos de ser siniestra, se le antojó reconfortante. Había un matiz en su disonante sonido que le recordaba a alguien cercano, alguien a quien había querido y admirado genuinamente.
Tomohisa relajó el brazo y cerró los ojos para dejarse envolver por los retazos de aquella espontánea carcajada. ¿Cómo era posible que Ryu acudiera a su ayuda después de haberle arrebatado el corazón...?

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Solo una noche más
RomanceJapón, periodo Sengoku. Tras el levantamiento y la traición de los samuráis de la familia Konoe, nada tiene sentido para Tomohisa. Su vida, ligada íntimamente al damyo de la familia, Konoe Akira, no merece la pena si él ya no está. Aunque hay maner...