Casa familiar Konoe, día del levantamiento.
Akira temblaba.
Su cuerpo se estremecía ante la acometida de la lengua de Tomohisa, que en esos momentos acariciaba la piel del vientre con una ternura absoluta.
Él también se estremeció, en cuanto sus oídos se llenaron del dulce sonido que sus caricias arrancaban de sus labios. Aquellos jadeos entrecortados que vibraban de placer contenido eran música para él; una melodía tan hermosa que, en esos momentos de sábanas y saliva, era lo único que necesitaba escuchar.
—Tomohisa...
El guerrero levantó la cabeza y se humedeció los labios, mientras bebía de la imagen que tenía ante él como un sediento al llegar a una fuente: el cuerpo tenso de su amante, las perlas de sudor que el esfuerzo por no moverse arrancaba a su piel, la sonrisa de plenitud que curvaba sus labios... y esa expresión de absoluto abandono que tensaba sus habitualmente contenidos gestos.
—Dímelo —susurró este y se acomodó entre sus piernas, para después inclinarse sobre él y apoyar los labios sobre la vena de su cuello que parecía latir con más fuerza—. Dímelo, Akira.
—Te quiero —gimió este, ahogadamente, mientras el placer de sentirle entrando en su interior se descontrolaba y le robaba la voz—. Te quiero como jamás he querido a nadie.
Tomohisa sintió que el corazón le estallaba en el pecho. La fuerza de sus latidos llenó con su profundo retumbar todo lo que le rodeaba, aislándoles del mundo en el que vivían y de la oscura madrugada que les arropaba. Ni siquiera el frío que les mordía la piel le distrajo de esa profunda sensación de plenitud.
—Repítelo —gimió entonces el guerrero, mientras hundía los dedos en la tierra sobre la que habían extendido el yukata, en un vano intento de contener la necesidad de ir más deprisa, de arrancarle un grito a Akira, de borrar cada cicatriz que los besos de Hanako le habían provocado, de volverle loco y reclamarle solo para sí... —Dioses, repítelo otra vez.
Una carcajada ahogada brotó de su garganta, incapaz en esos momentos de emitir nada coherente. Solo sus manos, largas y firmes, dejaron en cada caricia que prodigó a Tomohisa un mensaje mucho más intenso que cualquier palabra o frase. Y cuando sus labios se unieron en un beso profundo y ambos se observaron en las pupilas del otro, el placer creció hasta robarles la respiración, el tiempo y la vida entera.
Pero toda historia tiene su fin y al igual que la noche da paso al día, aquel instante murió cuando, tras sus suspiros de placer indecible, la oscura mirada de Hanako les robó la posibilidad de ser eternos el uno en brazos del otro.
La sensación de traición que golpeó a Hanako fue abismal. Fue un tsunami de sensaciones oscuras, malolientes y pútridas que devoraron la poca belleza que aún guardaba en el corazón. Mas ese rencor no fue explosivo y visceral, si no que se expandió por sus venas como un veneno lento, sucio, que corroyó cada pensamiento lúcido que trataba de brotar de esa amalgama de ira y asco que sentía.
Hanako abandonó el rincón de maleza en el que Tomohisa aún bebía de Akira y descendió por las escaleras naturales en dirección al lugar donde los samuráis dormían: un edificio cercano al principal, donde cada uno de ellos tenía una habitación individual para salvaguardar su escasa intimidad. Se dirigió entonces escaleras arriba, allí donde su hermano dormía aprovechando que eran otros los que hacían la guardia.
—¡Hideki!
El hombre se incorporó de inmediato, confuso y con el sueño aún arraigado a sus gestos.
—¿Qué...? ¿Qué pasa? —Sacudió la cabeza, tiró de la tela que le cubría y tapó sus vergüenzas con un gruñido sorprendido—. ¿Hanako? ¿Qué haces tú aquí?
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Solo una noche más
RomanceJapón, periodo Sengoku. Tras el levantamiento y la traición de los samuráis de la familia Konoe, nada tiene sentido para Tomohisa. Su vida, ligada íntimamente al damyo de la familia, Konoe Akira, no merece la pena si él ya no está. Aunque hay maner...