XVII
El tiempo en aquel mundo onírico era difuso. Fluía entre las copas de los árboles como una onda inestable, como un rumor cambiante que tornaba el día en noche, y esta en un amanecer de brillantes azules que, al poco, se oscurecía de nuevo.
Aun así, Akira no se detuvo y guió a Tomohisa por senderos invisibles que solo él conocía: atravesaron el bosque, inmenso y verde, y desembocaron en lo alto de un precipicio, desde donde se oía el lejano rumor de un océano invisible. Allí, se detuvo y tomó aire.
—Hace tiempo que nadie visita este lugar —murmuró y se giró hacia Tomohisa—. Es una lástima.
—¿Dónde estamos?
—En el único sitio donde puedes coger fuerzas —explicó el espíritu, con suavidad, mientras señalaba con un gesto el templo que se erigía en el filo de la roca—. Eso que ves es el templo que protege las almas de los valientes —informó—, un lugar erigido a una deidad sin nombre y que, a la vez, alberga todos ellos. Fue construido por manos humanas, pero quienes lo visitan son meros espíritus. Como yo —le indicó— y como tú ahora mismo. Pero no importa, lo verdaderamente importante es que sigue en pie, y que servirá a nuestro propósito. Vamos, acerquémonos —pidió y echó a andar colina arriba, hacia el edificio blanco que parecía brillar con una extraña luz antinatural.
El templo era pequeño, redondo y parecía desgastado por el tiempo. Su arquitectura era una mezcla de estilos poco habitual en la zona, que hablaba de lo mucho que había vivido y de lo que aún le quedaba por soportar.
No había ninguna efigie a la que rezar, ni un nombre tallado en la piedra. De hecho, su altar era sencillo y sin ornamentos, cuya sencillez era incluso insultante. Mas... irradiaba paz. Una calma enorme, que latía como un inmenso corazón y que se desparramaba por aquella colina como el agua de un arroyo que siempre fluía.
Akira tomó aire y llenó los pulmones de aquella tranquilidad, hasta que sintió que sus inquietudes se apaciguaban poco a poco. Solo entonces le devolvió la mirada a Tomohisa que, a su lado, no dejaba de mirarle, aturdido aún por lo que estaba sucediendo.
El hombre sonrió.
Le había echado tanto de menos... a pesar de que parte de sí mismo siempre le había acompañado en sus desventuras, aquella era la primera vez que le veía desde que la muerte lo había arrastrado al Yomi. La primera vez en meses. La primera vez desde que Hideki le arrebató la posibilidad de ser feliz a su lado.
—Veo dudas en tus ojos, Tomohisa. ¿Qué ocurre?
—Aún no soy capaz de creer que eres real —admitió el hombre, pero cuando Akira se echó a reír y deshizo la distancia que los separaba para envolverle con los brazos, todo miedo se volatizó, como si nunca hubiera existido. Pues el calor que le rodeaba, la fuerza de sus manos enlazadas en torno a su cintura y la deliciosa presión de su mejilla contra el pecho eran demasiado intensos como para ser mentira—. Oh, Dioses, gracias... gracias por traerme aquí —murmuró entonces, con la voz pendiente de un hilo—. Akira... yo...
—Lo sé —susurró entonces el joven, mientras levantaba la cabeza y bebía de aquellos ojos que, como pozos infinitos, brillaban bajo la luz cambiante del mundo de los sueños—. Yo también te sigo queriendo como el primer día. Más, incluso, si es que eso es posible.
—Después de todo lo que ha pasado.... ¿cómo puedes...?
—Porque no hay nada, ni nadie, que cambie el motivo por el que mi corazón latía... y late. Porque llevo lo que siento por ti en cada respiración, porque amarte a ti ha sido lo mejor que he hecho nunca. Y porque es lo que seguiré haciendo incluso muerto.

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Solo una noche más
RomanceJapón, periodo Sengoku. Tras el levantamiento y la traición de los samuráis de la familia Konoe, nada tiene sentido para Tomohisa. Su vida, ligada íntimamente al damyo de la familia, Konoe Akira, no merece la pena si él ya no está. Aunque hay maner...