VII

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VII

Tomohisa despertó con un gemido de agotamiento. El sueño le había parecido tan vívido que casi podía sentir el agarrotamiento de sus músculos tras la aparatosa huída.

Mas... solo era un recuerdo. Uno muy lejano, por cierto, pues habían pasado muchos años desde que Akira y él se vieran por primera vez.

Aún así, a pesar del fluir continuo del tiempo, conservaba íntegro el sentimiento que había nacido en aquel instante.

Por eso, pensó, estaba allí, a orillas del Yomi. Alejado del mundo y de los que una vez había amado y protegido. Lejos de la civilización que le había dado la vida y que, durante un tiempo, lo había cuidado.

Pero así eran las cosas ahora y no estaba dispuesto a que fueran de otro modo.

—Cho se reunirá contigo cuando llegues al cruce.

La voz de la anciana le sorprendió por su cercanía: estaba seguro de que no la vería al despertar, pues aunque vivía allí, era complicado encontrarla dentro de la choza.

—¿Cho? —preguntó él, confuso y con el ceño fruncido—. ¿Cómo es posible?

—En el Yomi todo es posible y con su magia... aún más. Pero, te lo advierto, debes seguir mis instrucciones atentamente o este favor que nos otorga el reino de los muertos se volverá en nuestra contra.

El ronin se desperezó rápidamente y aceptó el cuenco lleno de agua que le ofrecía la mujer. Esta sabía a río limpio, a pureza y a frío, aunque su aroma distaba mucho de parecerse al de una poza limpia.

—¿Qué he de hacer? —preguntó, con suavidad, mientras le devolvía el recipiente vacío.

—¿Aún quieres a tu hermana?

La pregunta pilló completamente desprevenido a Tomohisa, que frunció el ceño al darse cuenta de que hacía mucho tiempo que no pensaba en algo así. A fin de cuentas, Cho había muerto hacía muchos años. Sin embargo, tras un momento de reflexión, se percató de que ni siquiera el tiempo terminaba por matar sus sentimientos.

—Sí, claro. Cho siempre...

—No hace falta que me cuentes nada más. Pero quiero que reflexiones acerca de ese cariño tuyo, porque si no es lo suficientemente fuerte, ella escapará de la magia que he anclado a su espíritu y sembrará el caos de Yomi por la tierra de los vivos. Es importante que estés completamente seguro antes de marcharte.

—Sé perfectamente si quiero o no a mi hermana, por muy muerta que esté.

—Entonces no necesitas nada más: márchate con ella y no la abandones pase lo que pase, pues de eso depende que Takeda caiga o no.

Tras aquella revelación, la anciana no volvió a dirigirse a él. Se limitó a ofrecerle una bolsa de cuero cerrada, cuyo contenido era, presumiblemente, víveres para el viaje. Después dio la espalda al guerrero, que se levantó y se dirigió a la salida, arrullado por la canción que emitían los viejos labios de la mujer.

Fuera, la noche había hecho acto de presencia y llenaba de sombras los rincones más oscuros. A un lado de la cabaña, con la cabeza gacha y los arreos aún puestos, dormitaba su caballo, que relinchó en cuanto le sintió llegar.

No tardaron en ponerse en camino: dejaron atrás el sendero que llevaba a Yomi y volvieron hacia el tori que marcaba la entrada de aquella tierra maldita. Y cuando lo atravesaron y se acercaron al cruce... la vio. Y todo su cuerpo se tensó de manera irremediable.

¿Era ella de verdad?

¿Cómo...era posible?

La figura femenina que aguardaba en la bifurcación de ambos caminos se giró hacia el guerrero. Desde donde estaba apenas podía distinguir sus rasgos, pero sí reconocía en su postura la tensión que lo acicateaba.

Solo una noche másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora