XXIII
La bruma se deshizo poco a poco, como hilos de algodón que se difuminaban en el aire. Sin embargo, allí no había nada en absoluto, ni siquiera remotamente parecido a algo que él conociera. Aquel lugar, de un blanco impoluto, irradiaba paz. Una tranquilidad que Tomohisa ansiaba y de la que bebió a grandes tragos, hasta que las costuras de sus heridas empezaron a cerrarse un poco.
Ni siquiera supo cuánto tiempo permaneció inmerso en aquella luz brillante. Pudieron ser solo unos segundos o, quizá, vidas enteras. ¿Qué importaba, en realidad? Aquel reducto de pureza era un oasis en mitad del desierto. Era un milagro, una casual parada en el camino que él pensaba aprovechar hasta el último instante.
Solo atendió a algo que no fuera sí mismo cuando aquella tranquilidad se turbó. Un zumbido casi imperceptible, como el vuelo de una mariposa, atravesó el espacio y el tiempo e hizo que el samurái se girara a mirar.
Entonces, la vio. Su kimono roja, su sonrisa perdida y desangelada, esa dignidad que él no había sido entender de niño: Kata. Su tía Kata. La guardiana de su hermano mayor.
—Por los Dioses, estás aquí... ¿qué haces aquí? —susurró, mientras se incorporaba—. Tú no deberías estar en un sitio como este. Yo... oh, maldita sea, yo...
—Tomohisa.
Su voz rompió los crudos balbuceos del samurái y dejó que el silencio les cubriera unos segundos.
—Tomohisa... —repitió, mientras las comisuras de sus labios dibujaban una sonrisa maravillada y tierna—. Por los Dioses, mírate. Eres... ¡un samurái! ¿Cómo es eso posible?
—Tía Kata... —Sus ojos buscaron esa crueldad que siempre había querido ver, y que ahora era como un recuerdo vacío e infantil. Tragó saliva cuando sintió un doloroso golpe en la boca del estómago y se forzó a tomar las manos que ella le tendía. Se las llevó a la frente, tembloroso y asintió para sí varias veces—. Me adoptaron. La familia Konoe. Les sirvo a ellos desde entonces.
La mujer sonrió con más amplitud y perdió la mano entre los cabellos enmarañados del guerrero en una caricia maternal y suave.
—Siempre supe que serías valiente, Tomohisa. Tu madre rezó mucho tiempo para los Dioses la bendijeran con dos hijos que se parecieran a su padre. Y estoy segura de que ambos estarían orgullosos de ti.
—Yo...
—Lo sé —lo interrumpió, con suavidad, y dio dos pasos atrás para observar a su sobrino—. Sé que lo sientes. Si no, posiblemente, ni siquiera estarías aquí.
—Pero, tú... tampoco deberías estar aquí. ¡Te he visto ahí fuera! ¡He visto como cuidabas a Yuki! —exclamó, turbado—. ¡Este no es tu sitio! —Se detuvo al recordar la crudeza de su muerte y se estremeció al pensar en que quizá él tuviera que ver con aquella triste realidad—. ¿Fui yo? ¿Yo te condené a esto?
Kata suspiró y contempló al hombre con seriedad. Le había costado mucho asimilar las circunstancias de su muerte, pero Tsukuyomi y su luz argéntea le mostraron que existían muchos puntos de vista en una misma historia. Sus ojos de noche le permitían ir de un lado a otro y le permitían conocer las historias de aquellos que aún susurraban su nombre durante las plegarias. Y Tomohisa, que siempre se había encomendado a él, era uno de esas historias que perseguía.
—Yo solo soy un recuerdo. Una pequeña parte de tu memoria que me manifiesta para que puedas seguir adelante. Soy la Kata que conociste y la que no, porque hay mucho de mi yo actual para darle voz y pensamientos. —Se detuvo al ver su gesto atormentado y apoyó ambas manos en sus hombros. Él se estremeció y, poco a poco, se dejó caer sobre las rodillas—. Si has venido hasta aquí para pedirme perdón, sobrino, puedes hacerlo. No te detendré.
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Solo una noche más
RomanceJapón, periodo Sengoku. Tras el levantamiento y la traición de los samuráis de la familia Konoe, nada tiene sentido para Tomohisa. Su vida, ligada íntimamente al damyo de la familia, Konoe Akira, no merece la pena si él ya no está. Aunque hay maner...