XIII
Hanako siempre había sido una criatura afortunada. Su familia poseía el carisma del milenario linaje que portaban con orgullo y ella lucía una belleza que solo las mujeres de su clan poseían.
Mas no solo era hermosa.
Su inteligencia era muy admirada en su entorno y siempre se decía de ella que era una mujer prudente. A primera vista, lo tenía todo. Absolutamente todo. Desde el recato de las más puras a la audacia que solo enardecía a los guerreros.
Sin embargo, había mucho más en el corazón de Hanako. Su vida, a pesar de las circunstancias, había resultado ser más una ilusión que una vida que realmente quisiera vivir. Toda su existencia había sido estrictamente controlada y, por ello, la mujer había terminado por perder una gran parte de su verdadera naturaleza. Jamás fue maltratada, cierto era, pero la continua presión que suponía ser, ya desde niña, la futura mujer de Konoe Akira se convirtió en una losa que pesaba cada vez más.
Con todo, su amor por él jamás se vio turbado por las sombras de su día a día. Se enamoró de él en cuanto se conocieron, casi de niños, en la casa familiar de los Konoe: su hermano se entrenaría en aquel lugar para ser samurái y ella estaba allí para despedirse. Le bastó verle pasar, junto al muchacho que siempre le seguía, para saber que lo amaría hasta el último día de su existencia.
A partir de ese momento su vida mejoró sustancialmente, pues ahora sentía que todos los sacrificios que había hecho a lo largo de los años servían para un inmejorable fin: conquistar el corazón de aquel noble guerrero de mirada suave y sonrisa atrevida. Ni siquiera las constantes restricciones que tuvo que sufrir debido a su posición supusieron una mayor molestia. Las vivió con la cabeza bien alta, mientras su corazón se henchía de un amor enfermizo y obsesivo que desembocó en una recepción llena de boato, de flores de fragantes perfumes y de vítores.
Sin embargo, lo que siempre había augurado como el encuentro de su vida, se vio turbado, horas después, por un incidente que, incluso meses más tarde, era incapaz de olvidar.
Hanako sacudió la cabeza para deshacerse de ese pensamiento tan molesto y apretó los finos labios carmesís en un rictus que estaba a caballo entre la pena y la rabia. Sus pasos la llevaron a un rincón alejado de la casa familiar, un pequeño reducto de tranquilidad que había sobrevivido al incendio y donde se había decidido, casi por unanimidad, enterrar a Akira.
La joven atravesó con lentitud el puente que cruzaba el estanque y se dirigió a la pequeña isla donde se levantaba la tumba. Un estandarte impoluto con el símbolo de los Konoe ondeaba ante la brisa corrupta aún de cenizas y parecía saludar a la mujer que se acercaba... hasta que el viento se apagó y la quietud regresó al islote, prolongando un silencio que solo se vio interrumpido cuando Hanako llegó a la tumba de su marido y dejó escapar un sollozo amargo y enquistado, mientras se dejaba caer de rodillas y hundía los dedos en la tierra húmeda.
¿Cómo era posible que se hubiera ido de verdad? ¿Cómo había permitido ella que las cosas se distorsionaran tanto? ¿Cómo había podido Hideki obedecerla tan ciegamente...?
Las lágrimas arrasaron los ojos oscuros de Hanako, que durante unos segundos dejó de ver lo que tenía delante. Se llevó entonces las manos al vientre que, ligeramente abultado, aún no daba casi señales de albergar vida, aunque ella sabía que la semilla de Akira había arraigado profundamente en su interior.
Se preguntó entonces si él vendría a por ella. Si se atrevería a arrancar de sus entrañas lo último que les unía a ambos a Akira. Si sería capaz de deshonrarse aún más.
—Sabía que te encontraría aquí.
La voz de Tomohisa, gélida, fue tan contundente como un golpe físico, que le arrebató la respiración y el color de las mejillas.
¿Cómo había llegado allí tan deprisa? ¡Era imposible que se desplazara tan rápido! ¿Qué clase de magia oscura lo había llevado hasta su puerta tras la muerte de Takeda?
—¡Tú!
El asco con el que pronunció aquel pronombre le llenó la boca. No hubo matiz alguno en el tono que usó, pues aunque sentía mucho más en su interior, aquel despótico sentimiento, junto al odio, era el que más la azuzaba en esos momentos.
Hanako se levantó y se giró hacia el ronin para enfrentarlo. El guerrero la observaba a una distancia prudencial, vestido con la armadura que siempre le había visto llevar con honor. Ahora, sin embargo, le parecía grotesca, manchada, impura, digna de un oni y no de un samurái. Ideal, no obstante, para el hombre que la llevaba.
—Me parece fascinante el valor que tienes, Hanako. Después de todo lo que hiciste... te atreves a venir al santuario. A hablar con él. —Sus ojos relampaguearon al sentir una oleada de ira que le recorrió la espina dorsal, con una fuerza que le hizo temblar de impaciencia—. Qué valor.
La mujer se incorporó lentamente y levantó la cabeza. Su rostro, inmaculado y hermoso, no dio muestras del pavor que sentía, aunque sus ojos se encargaron de mentir al guerrero acerca de lo que realmente recorría su alma. Estos, fríos y oscuros, se clavaron en la figura masculina durante unos instantes, hasta que tuvo fuerzas para volver a sonreír.
—Eres tú quien no debería estar aquí, Tomohisa. No está bien visto que alguien como tú empañe el recuerdo de alguien que nos era tan querido a todos. ¿Acaso te has olvidado de lo que es el respeto? ¿O es que nunca has sabido qué era? —Su sonrisa se amplió un poco, aunque no perdió ni un ápice de la belleza que siempre la caracterizaba—. En realidad... no sé por qué pregunto. Es evidente que si hubieras sabido lo que era jamás habrías puesto tus ojos en él.
Tomohisa rompió a reír en cuanto la escuchó. Su risa era suave, cálida, y apenas estaba distorsionada por el dolor que sentía en el pecho. Avanzó unos pasos cuando esta murió, unos segundos después, y sonrió al percatarse de que Hanako retrocedía.
—Respeto... —susurró y sacudió la cabeza, como lo hacían los adultos cuando hablaban con un niño que se equivocaba—. He crecido con el rumor de esa palabra en mis oídos, ¿sabes? Y me enseñaron a comprender cada sílaba, cada connotación, cada posible significado. Mi deber como samurái siempre ha sido tratar a mis semejantes y a mis enemigos con el mismo respeto con el que me gustaría que me trataran a mí. Por eso, Hanako... —Se sonrisa se amplió considerablemente, pero este ahora era un rictus de absoluto odio—, aún no te he sacado los ojos. Ni las tripas. Ni ese corazón podrido que albergas en el pecho. Porque comprendo el significado de esa palabra.
Aquella amenaza caló profundamente en la mujer, que sintió que le temblaban las rodillas. Aun así, por encima de aquel pavor atávico, sintió que florecía la rabia más intensa: él había sido, a fin de cuentas, el culpable de que Akira ya no se encontrara allí.
—¡Erais hermanos, por el amor de los Dioses! ¡Tu sucia mirada hizo que le mataran!
La mirada de Tomohisa se oscureció rápidamente. El recuerdo de aquella noche se abrió paso y le quebró la calma, llenando sus oídos de los gritos e insultos que le acompañaron mientras dejaba atrás su vida, su alma y lo que poco que quedaba de su corazón.
—Era mi hermano... ¡y también mi vida entera! —siseó, furioso, mientras el temblor de la rabia lo sacudía hasta los huesos—. ¡Y tú me lo quitaste! ¡Me lo arrebataste todo! —gritó y, roto de dolor e ira, se abalanzó con las manos extendidas hacia Hanako, que gimió, ahogada, cuando sintió los dedos del ronin apretar su garganta—. ¿Dices que fui yo quien le mató? ¿Acaso no recuerdas lo que pasó? ¡Porque yo no puedo olvidarlo! ¡Es una herida que no sana! —sollozó y apretó con más fuerza, hasta que su respiración se volvió errática.
Hanako se estremeció con violencia y trató de clavar las uñas en sus antebrazos, en un vano intento de defenderse, aunque era plenamente consciente de que nada podía hacer para sobrevivir a venganza de Tomohisa. Y mientras sus pulmones protestaban por la falta de oxígeno y su corazón latía desenfrenado en el pecho, sus ojos empezaron a teñirse de oscuridad...

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Solo una noche más
RomanceJapón, periodo Sengoku. Tras el levantamiento y la traición de los samuráis de la familia Konoe, nada tiene sentido para Tomohisa. Su vida, ligada íntimamente al damyo de la familia, Konoe Akira, no merece la pena si él ya no está. Aunque hay maner...