El Bebé

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La guerra santa había terminado, aunque fue una batalla difícil la tierra estaba a salvo nuevamente por los poderosos y valientes guerreros atenienses. Saori regresó al Santuario junto a los pocos santos que aún se encontraban con vida. Por un milagro o porque así se necesitó para esta historia, Seiya estaba completamente recuperado.

Los santos caídos en la guerra civil y en la guerra santa fueron vueltos a la vida. Athena encontró la forma de salirse con la suya y los trajo a todos de vuelta. Así nuevamente el Santuario fue recuperado y todos los guerreros al servicio de la diosa de la sabiduría estaban listos para enfrentar una nueva amenaza.

Los años pasaron y para sorpresa de todos, fueron días de paz, así que no tenían nada que temer. Los entrenamientos continuaron, nuevos santos se integraron a la orden y eran muchos los aprendices que llegaban día a día dispuestos a ayudar a salvaguardar la tierra.

Ese día en especial, eran las nueve de la noche en Grecia. En el Santuario todos los guerreros descansaban a su manera en cada una de sus posiciones. En los doce templos todo estaba completamente oscuro, solo unas pequeñas luces de velas se veían tenuemente.

Mu trabajaba con dedicación en la reparación de algunas armaduras, sumergido en su trabajo no se había dado cuenta que su siempre y valiente discípulo estaba dormido sobre una mesa, producto del cansancio que ese día lo embargo. El joven lemuriano de cabellos naranja había tenido un día ajetreado entre entrenamientos, guardias, reparaciones y como no, jugar con Seiya, así que a esa hora de la noche, el pequeño ya no tan niño había caído plácidamente en los brazos de Morfeo, y aunque estaba en una posición incómoda, el joven dormía profundamente.

Un ronquido sacó a Mu de su concentración, al mirar sobre su hombro vio a su joven compañero dormir cálidamente sobre una de las mesas de reparaciones, tomó una manta y la colocó sobre el cuerpo de su amigo y se quedó vigilando su sueño. Ver a Kiki dormido tan tranquilamente le dio paz a su corazón y agradeció a la diosa por esos días de serenidad.

Pero los dioses pueden ser crueles y esa noche Mu descubriría como un acto sumamente placentero traería consigo infinidad de problemas.

Afuera del templo de Aries un pequeño ruido se escuchó, Mu como el primer guardián estaba en la obligación de descartar y enfrentar cualquier amenaza. Aunque aquel sonido fue casi inaudible, el santo de Aries no podía pasar por alto aquel movimiento por más insignificante que pareciera.

Caminó por los pasillos del templo del carnero pausadamente, pendiente a cualquier amenaza, pero lo único que percibió fue el sonido del viento entrando por la primera casa. Salió al encuentro de la noche. Sobre el firmamento miles de estrellas adornaban el cielo de Grecia con majestuosidad; bajó los escalones, haciendo ruido con el metal de la armadura dorada, miró a su alrededor, pero afuera sólo había soledad.

Dispuesto a no darse por vencido y estar tranquilo por lo que fuera que lo había llevado hasta allí, siguió bajando las escalinatas para asegurarse que no había nada que pudiera amenazar a su diosa. Continuó con su recorrido muy atento y se permitió disfrutar de ese viento tan tranquilo que acompañaba esa noche tibia.

Un murmullo muy suave llamó su atención, una canasta de mimbre con delicadas telas blancas se hallaba justo a medio camino, dentro de ella algo se movía, el muviano llevado por la curiosidad se postró para quedar más cerca de aquel pequeño objeto y levantó con cuidado las mantas que lo cubrían, dentro de la pequeña cunita un pequeño e inocente bebé balbuceaba.

Para el muviano no pasó desapercibido ese acto tan lamentable, de dejar a un infante abandonado a su suerte. Molesto se puso de pie buscando con su mirada cualquier rastro que le ayudara a descubrir quién era aquel desgraciado que había cometido tan deplorable acto.

¿De quién es el bebé?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora