Una Búsqueda Infructuosa

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Templo de Leo

¡Oh divino desastre! El templo de Leo estaba patas arriba. El pequeño Eryx no era el problema. No. El problema era nada más que un par de hombres que lejos de llevarse bien, no hacían otra cosa que pelear.

La paciencia es una virtud y Aioria carecía de ésta, por otro lado, Seiya estaba molesto, con Aioria, por Marín, así que cada vez que tenía oportunidad le recordaba al león su jugarreta y sí, el quinto guardián estaba furioso. No podía tener peor compañía.

Leo aún no estaba seguro de haber engañado a Marín, pero tampoco tenía la certeza de que nada hubiera pasado. Así que estaba entre la espada y la pared contando con esmero el paso de los días. Necesitaba respuestas, lo más pronto posible, pero también tenía miedo de ellas. ¿Y si había dormido con esa chica? ¿Y sí el bebé era suyo? La bella Marín lo mataría, y lo borraría de su vida para siempre.

Esa misión, en la que supuestamente no pasó nada, empezó con una copa. Una copa y Aioria había olvidado todo, una copa...debió haber sido solo una copa, pero no lo fue, a esa copa se le unieron otras. Empezaron con un vino, continuaron con whisky y estaba seguro que lo último que estaban tomando era tequila, ‹‹el tequila es malo›› decía una de las chicas, ‹‹te borra la memoria››. Pero no fue solo el tequila, fue el whisky, el vino, las cervezas (ah sí, también hubieron cervezas) y un par de cigarrillos.

Todo eso le borró la memoria.

Y qué manera de perder la conciencia, despertar en una casa ajena, con una gran resaca y sin recordar con quien se había dormido. Salió de allí huyendo, como un cobarde, como si se tratara de un ladronzuelo. Huyó, y falto poco para que llegara a su hotel y se escondiera bajo la cama. No lo hizo, falto poco, pero no lo hizo. A su encuentro llegó un sonriente Milo, y pensó en matarlo, en asesinarlo y esconder su cuerpo. Milo no tenía la culpa de nada, pero lo maldijo, muchas veces.

‹‹Si pasó algo entre ustedes, ella no tiene por qué enterarse›› Maldito Milo ¡Ella no tiene por qué enterarse! Ella lo dedujo apenas lo vio. Con su sonrojo en el rostro y sus ojos ausentes, Marín descubrió el engaño antes de que Aioria fuera consiente. Una palabra, una mirada y ella se dio cuenta de todo. Él no negó ni afirmo nada, pero no era capaz de verla a la cara y sostenerle por más de un par de segundos la mirada.

Se distanció, se alejó de ella, se sentía miserable, un maldito un cobarde, pero poco a poco el sentimiento de saberse un desgraciado fue quedando a un lado. Volvió a su bella Marín, volvió a ella, aún tímido, aún culpable, pero intentó regresar a ella, hasta que...

Un llanto, una maldición, Eryx despertó, dos días habían pasado desde que Eryx había llegado al quinto templo y todo allí era un caos. Ropa, biberones, calcetines; Aioria era desordenado, pero desde que el bebé llegó a su recinto, todo era aún más desarreglado, y Seiya, el maldito pony alado que no servía de nada, porque ni preparar un agua hervida podía hacer bien. Solo era bueno recordándole día tras día su posible engaño.

Totalmente aturdido, aburrido, desilusionado, aceptó salir con Seiya a dar un paseo por el pueblo, el pobre niño (No Eryx) no soportaba estar tanto tiempo encerrado, por eso en ese preciso momento caminaban, Aioria con el nene en su cangurera y Pegaso con las manos en los bolsillos. No hablaban, se comunicaban por medio de un lenguaje de gruñidos, que con los pasos se hacía más ruidoso.

Leo no estaba feliz con ese paseo, se sentía observado, juzgado, aturdido.

—¿Estás contento Seiya? —El bronceado frunció el ceño sin entender las palabras de Aioria, se quedó mirándolo confundido—. Todo el mundo nos mira —Pegaso miró en su en rededor y siguió sin entender—. ¡Piensan que somos una pareja gay!

¿De quién es el bebé?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora