V. Mauvais au Mensonge

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Cuando el tren arribó en Marsella, Camille estaba más mareada que nunca.
Muy pocas veces se mareaba por haber leído en el camino, pero aquella mañana había tanto sol y el vaivén de los árboles le habían dado la luz intercalada. Algo que jamás sucedía cuando viajaba de noche.
Se levantó a cuestas de su asiento y puso una mano en su frente.
—¿Estás bien? —cuestionó Timothée al ver la mirada perdida de Camille.
Oui. Me mareé un poco, eso es todo.
Continuó caminando por los vagones y la puerta pronto llegó ante ellos.
—¿Van a venir por nosotros? —preguntó ella y volteó la cabeza en dirección al muchacho.
Pero no había nadie.
Camille volvió la vista hacia todas las esquinas que habían, pero seguía sin vislumbrarlo, ¿Habría bajado sin ella?
Por un momento lo dudó y volvió a colocarse en la fila para ser la siguiente en bajar.
Poniéndose de puntillas trató de buscar a su amigo entre los que ya bajaban sin alcanzar a ver sus rizos chocolate entre las muchas otras cabezas.
Cuando llegó al suelo alcanzó a ver muy poco, ninguno parecía ser Tim.
—Olvidaste tu maleta. —Una mano la sostuvo del hombro y ella respingó. Timothée la miraba desde arriba con el cabello alborotado y su pecho subía y bajaba con rapidez, tal vez hubiera corrido para alcanzarla de nuevo.
—Creí que te habías ido sin mí —dijo ella, sosteniendo el equipaje—. Merci.
—Descuida, yo me lo llevo —repuso él volviendo a sostener la cuerda de la mochila—. Estamos enamorados, ¿Recuerdas?
Su mirada se desvió rápidamente hacia enfrente y extendió la mano para saludar. Camille siguió su vista y encontró a una mujer con una sonrisa atravesando su rostro.
Timothée volvió a tomarla por el hombro y la arrastró con él hasta la mujer que los esperaba al otro lado del bullicio.
Las palmas de Camille comenzaron a empaparse de sudor. Estaba tan nerviosa que su mente comenzó a jugarle chueco. Seguramente se trataba de su madre, tenía bastante parecido, excepto el color de sus ojos, que los de ella eran varios tonos más claros que los de él. No alcanzaba a distinguir si eran azules o grises.
¿Y cuál era el nombre que Timothée le había dicho? Era Colette. No, sonaba parecido pero ese no era.
Tragó saliva costosamente y al siguiente paso ya estaban frente a ella.
Nicole, definitivamente tenía cara de Nicole.
La mujer tenía el cabello a la altura de las orejas, le daba aún más ese toque parecido a Timothée.
—Oh, Mon chéri. —La mujer se abalanzó al chico con los brazos abiertos y lo estrujó unos instantes bastante largos—. Que gusto que sí hayan podido venir.
Pasó la mirada hacia Camille y la observó un corto instante, antes de que su rostro se le iluminara.
La emoción se hizo en el pecho de Cami poco antes de recordar que seguramente la alegría de la mujer se debía a saber que se trataba de cualquier otra persona, menos Amélie. Ese pensamiento por poco convertía la sonrisa de la muchacha en una mueca de desagrado, pero se recordó que la actuación debía de seguir.
Maman, ella es Camille —introdujo Tim, pasando el brazo de ella por encima del hombro.
—Es un gusto. —Nicole tomó la mano que Cam le había extendido y la jaló hacia sí para darle otro fuerte apretujón.
El saco de la mujer desprendía un aroma exquisito. Café y romero fueron los aromas predominantes que Camille alcanzó a percibir.
—Igualmente —mustió ella con voz trémula.
Sonrió con delicadeza antes de que volvieran a avanzar.
Nicole no paraba de hablar y darle a Tim las noticias de las que se había perdido los últimos meses.
—¿No le había hablado en meses? —cuestionó Camille incrédula. Cómo siempre, la curiosidad le había ganado antes de pensar si era buena o mala idea abrir la boca.
Nicole sacudió la cabeza y sacó las llaves del auto, mientras más cerca estaban de éste.
—No, solo habían mensajes de por medio.
—Guau. —Camille le dirigió una mirada ceñuda a Timothée—. Que grosero.
Nicole intentó ocultar una sonrisa. Su hijo, por otra parte miraba a la chica con reproche y abrió la puerta del auto para entrar.
Al estar en el interior, Cam alcanzó a escuchar que su madre le decía al muchacho.
—Me agrada.
Tim entró en el asiento delantero y le echó una mirada rápida por el retrovisor.
El motor resonó y avanzaron un par de metros en silencio, antes de que Nicole volviera a hablar.
—¿Habías venido a Marsella antes?
Camille quitó la vista de la ventana.
—La verdad había escuchado bastante, —Camille deseó darse en la cabeza contra el vidrio por haber dado una respuesta tan estúpida. Claro que había escuchado de la ciudad más vieja de Francia. El himno del país se origina de allí, inclusive quienes no vivían en el país debían de haber escuchado algo de la ciudad. Rápidamente dejó de reprocharse en silencio y continuó hablando para corregir sus palabras—, como todos. Pero jamás había tenido la fortuna de venir.
Miles de arruguitas aparecieron al rededor de los ojos de Nicole al sonreír.
—Entonces será bueno que Timmy te lleve a conocer la ciudad.
Timothée volvió a verla por el espejo retrovisor y alzó una ceja.
Camille rió y puso los ojos en blanco. Volvió a dejarse caer en la puerta.
Las construcciones se alzaban imponentes ante ellos y el puerto apareció más adelante, repleto de botes.
—¿A dónde llevan estos botes? —preguntó Cam sin dejar de posar su vista en ellos.
—Al lado contrario del puerto —explicó Tim.
Camille trató de ver más allá, pero el puerto era pequeño y no sé veía como pudiese servir un ferri para atravesar un tramo tan corto.
—Es pequeño...
Nicole y Timothée resoplaron con aire divertido.
—No dura más de cinco minutos el viaje —comentó Nicole.
Dejaron atrás el centro de la ciudad y comenzaron a pasar por las casas. El panorama cambió poco después y más espacios se dejaron ver entre casa y casa. Los árboles también comenzaban a tupir el suelo y la vista era magnífica.
En un pequeño letrero de madera alcanzó a leer:
«Bompard»
Camille abrió mucho los ojos y miró de soslayo a Timothée, pero el seguía perdido en sus pensamientos.
Bompard era uno de los barrios más codiciados de Marsella, ¿Cómo podía ser que no le había contado nada de eso?
El automóvil comenzó a bajar de velocidad y pronto se detuvo el motor estando frente a unas palmeras y arbustos.
Los tres bajaron y el aire mediterráneo impactó en el rostro de Camille, alborotando su melena.
—Bueno, bienvenida a nuestra casa, ma chère —comentó Nicole con una sonrisa atravesando su rostro.
Un pasadizo de abría entre la vegetación y entraron. Frente a ellos una construcción color melón se hacía.
Era bellísima. La herrería de las puertas, las bancas de madera que habían. El jardín se adornaba maravilloso y detalles de piedras ilustraban camino entre las plantas. Todo el paisaje era exquisito.
El pánico se asentó en el pecho de Camille.
¿Cómo podría actuar normal frente a aquella familia?

Amándote En Silencio || Timothée ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora