XIX. Séance de Baisers

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Las piernas le vacilaban a cada escalón que subía, pero Camille estaba segura de que ya no era frío como cuando estaba en el balcón, más bien los nervios que sentía tras haberse besado con Timothée.
No quería hacer conjeturas en su cabeza, solo vivir el momento y disfrutar de la sensación que le provocaba en el interior.
Las palabras de Joan sonaban en su cabeza: «Prefiero pensar en que viví feliz un momento a no haberlo hecho nunca y arrepentirme para siempre». Era cierto.
Timothée conversaba sin cuidado respecto a lo extraño que era que en Marsella lloviera. Camille prestaba atención, sin embargo también se encontraba un tanto ida, perdida en los rizos que se le comenzaban a formar al chico a la altura de las sienes, debido a la humedad.
Llegar a la habitación y tomar su ropa fueron acciones que realizó de manera mecánica. Se dirigió al baño para cambiarse y dió un vistazo discreto hacia el chico, que ya parecía seco. Aún así él también se cambiaría.
Cerró la puerta del baño tras de sí y a cada movimiento que hacía, una nueva sensación de se le engendraba en el vientre.
Camille sabía que jamás había hecho uso de drogas porque se conocía bastante bien; todo aquello que le hiciera sentirse feliz lo frecuentaba con facilidad. Si algún día de veía inmersa en esas situaciones terminaría siendo una adicta.
Esa tarde estaba experimentando lo que supuso sería aquel sentimiento de adicción, pero era hacia el calor de Timothée cerca suyo.
Sentía un hueco a la altura del estómago, pidiendo más de esa sensación. Implorando por sus brazos y sus labios.
Podía sentir como su cuerpo vibraba distinto. Cómo todos sus sentidos se unían para gritarle a coro que saliera del cuarto de baño en búsqueda de eso que tan bien le hacía sentir.
Quiso ignorar las voces internas, pero cuando abrió la puerta y observó al muchacho sentado en el corto sofá que yacía en una de las esquinas, el corazón le dió un respingo y le ordenó que fuera hasta él.
Más de cerca alcanzó a leer el título del libro. Era la tercer parte de El Señor de los Anillos en una preciosa pasta de color verde.
Camille estaba por dar media vuelta y alejarse a su cama. No podía interrumpir algo tan preciado como la lectura, pero el muchacho alzó la mirada en aquel instante y le sonrió.
-¿Ya no sientes tanto frío? -preguntó con una sonrisa.
-No -susurró ella en un suspiro-. Es... Preciosa. La pasta del libro.
Camille apretó los labios en una fina línea y se regañó mentalmente por haber dicho algo tan estúpido. Él dibujó una sonrisa bastante inocente en el rostro antes de poner el separador del libro en la página que iba, y cerrarlo. Admiró la portada un breve instante y asintió.
-Era edición especial -mencionó.
Camille se sentía en una especie de sueño y en un impulso desconocido encorvó la espalda para quedar a la misma altura que él y se lanzó hacia adelante.
Timothée ahogó una exclamación de admiración cuando sintió los labios de ella unidos a los suyos. Dejó el libro torpemente a un lado y ya con las manos desocupadas, tomó su rostro entre ellas.
La posición no era la más óptima para Camille, la espalda comenzaba a acalambrarse. Con cuidado, colocó una pierna a cada lado de las estrechas caderas de Timmy y se sentó en sus piernas, intentando alejarse de su pelvis para que fuese la posición menos provocativa posible.
Timothée le sostenía con fuerza pero una delicadeza oculta bajo sus dedos cosquilleaba en la piel de la joven.
Besos delicados llenaban los espacios que vacíos que dejaban los rápidos.
Sus oídos se llenaron pronto con los chasquidos de sus labios y de ambos susurrando sus nombres. Las manos de Tim pasaban entre sus hombros y su cuello con suavidad mientras ella acariciaba sus rizos y enredaba las manos entre el los suaves mechones de su nuca o contorneaba la angulosa figura de su mentón.
En ocasiones tenían que separar sus labios y darse un momento para respirar, no obstante a penas recuperaban el aliento volvían a unir la boca y beber del otro como si fuese el elixir que les daba vida.
El tiempo se volvía espeso y dejó de correr para ellos. Lo único que les indicaba el mucho tiempo que llevaban allí sentados fueron las voces de Nicole, Marc y Pauline, que anunciaban que ya habían regresado.
Ninguno de los dos hizo el menor esfuerzo por detenerse. Ni siquiera cuando la cena estuvo lista y la poca luz que aún quedaba del exterior se iba extinguiendo.
No querían perder ni un preciado segundo.
Ya llegada la noche fue cuando ambos decidieron parar y darle fin a ese momento tan preciado.
Camille dió gracias que ya no hubiese la luz suficiente para alcanzar a verse entre ellos con claridad, porque estaba segura de lo irritados que tendría los labios, le ardía la boca por la cantidad de mordidas suaves y dulces que Timothée le había proporcionado, pero de ninguna manera hubiese rechazado una experiencia como aquella.
Se sentía por completo borracha de besos. Y Timothée besaba como ninguno.
Las palabras ya no eran necesarias, no en ese instante, donde a lo largo de la tarde se habían comunicado todo de manera silenciosa. Con ello supieron que ninguno quería perderse del calor del otro durante la noche.
Con cuidado Camille se fue incorporando y rió torpemente cuando un agudo dolor muscular le recorrió las piernas desde el inicio del pie hasta la cadera. Sostenerse en un sofá evitando cargar todo el peso en la otra persona no es tarea fácil y ahora su cuerpo le estaría cobrando todas esas horas en aquella posición.
-¿Estás bien? -susurró Timmy tomándola por el brazo.
La chica asintió. En su cabeza pensó velozmente una buena respuesta, aunque su mente se encontraba muy atontada y le llegaron ideas como «nunca me había sentido tan viva» o «esa ha sido la mejor sesión de besos en la vida».
-Solo me duelen un poco las piernas, pero todo bien -se limitó a responder.
El chico sonrió y a penas se alcanzó a vislumbrar.
Tim le ayudó a llegar hasta la cama y juntos se metieron bajo las cobijas.
Sin aviso o mención alguna se aproximaron de poco en poco. Primero tomados de la mano, Tim le hacía caricias en la palma a Camille y ella reía debido a las cosquillas que eso le generaba. Más tarde cuando empezaron a sentir los párpados más y más pesados se acercaron, la piel de los hombros se rozaba demasiado.
Al conciliar el sueño, ambos ya se abrazaban. Camille reposaba la cabeza en el brazo de Timmy, el chico dejaba descansar la mano en su cintura de ella. Sus respiraciones no les molestaban y se apaciguaron volviéndose una sola hasta quedar dormidos.

Amándote En Silencio || Timothée ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora