XXXIV. trouvé des émotions

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Mientras más creces, las emociones dejan de ser tan fuertes como lo son durante la adolescencia.
Camille se dió cuenta de que era verdad. Hacía tres o cuatro años que había dejado esa etapa y tenía el mismo tiempo que había dejado de sufrir con tanta fuerza.
Ahora, allí acostada en su cama, las lágrimas habían salido y más pronto de lo que esperaba se secaron, no podía emitir más que sollozos de su garganta.
Sí, se sentía con pocas ganas de hacer nada. Ni siquiera tenía apetito. Pero ya no era aquella desgarradora emoción que te dejaba enfurruñada con todo y con todos.
De hecho, lo que más quería era hablar con alguien; en específico, con su madre.
Sobre un codo se incorporó en el colchón. Éste rechinó bajo el peso y con la mirada fija en la ventana el nudo en la garganta volvía a su tráquea.
Al conseguir aquel departamento en París y conocer las habitaciones, Camille había quedado impactada con aquella pieza.
Tenía una impresionante vista hacia la iglesia de Notre Dame. Y por muy extraño que pudiera ser que a una joven le llamara la atención la estructura —sin ser arquitecta—, su madre estaba conciente de que ella adoraba el arte gótico y con un amable gesto, tanto su ella como su padre le cedieron la habitación, apesar de ser la más grande.
¿Cómo era posible que había pensado en no contarle nada respecto a Timothée?
Sabía que no sería tan fácil ahora que Margot estaba enojada con ella, no obstante quería intentarlo.
A pies descalzos salió de su habitación, su madre ahora se escuchaba en la cocina y al pasar por su habitación vió que el ordenador y todas sus cosas estaban bien recogidas. Eso quería decir que pronto saldría, probablemente a alguna sesión de fotos.
Apresuró el paso y al llegar al comedor la vió. Continuaba tan seria como cuando había llegado.
Camille inspiró con fuerza y mustió:
Maman...
Su madre la observó un corto instante por encima del hombro antes de volver la vista al sartén.
Camille volvió a dar otro paso y se sostuvo de la barra de la cocina.
—Lo siento. De verdad.
—¿Quieres dinero o por qué lo dices? —inquirió su madre. Al menos el tono tan frío que usaba horas atrás había perdido fuerza.
Camille sacudió la cabeza.
—Por supuesto que no. —Se mordió el labio inferior con tanta fuerza de los nervios, la sangre le supo en la boca—. Pero quiero explicarte todo.
Margot terminó de servir su cena y se sentó en la barra. Alzó el brazo para dejar que continuara.
Camille se sentó frente a su madre y le explicó todo, desde el día en que en el trabajo Timothée le pidió su ayuda hasta que regresó a París sin avisar a nadie de su familia. Exceptuando por obvias razones la última noche en que pasaron juntos, porque bueno, ¿Quien le platicaba a su madre de sus experiencias sexuales? Y si existía alguien en el mundo que lo hacía, Camille no era.
Cuando terminó el relato, su mamá la observaba con atención, a diferencia del principio que nisiquiera pasaba sus ojos cercanos a la chica.
Camille se llevó una mano a la mejilla, sintiendo el frío tacto de las lágrimas que habían vuelto a caerle. No sé había dado cuenta de a qué hora retomó el llorar, no obstante estaba con su madre y ella era de confianza. La había visto llorar desde pequeña, ¿Qué daba una vez más?
—Siempre me pareció un muchacho muy guapo —mustió si mamá por lo bajo.
Mére! —Camille soltó una melancólica carcajada y su madre se acercó hasta ella. Le dió un largo abrazo, como hace muchísimo no se lo daba.
Fue bastante reconfortante. Sus problemas a pesar de estar allí se sentían menos, siquiera mientras estuvo oliendo el perfume que emanaba del cabello de su madre. 
—Perdón —volvió a balbucear Camille. 
Su madre se separó de ella y con un resoplo se pasó las manos por su cabello castaño. 
—Creo que no fui justa —dijo su madre. Se encogió de hombros enseguida mientras acariciaba la mejilla de la chica—. Me recuerdas mucho a mí cuando tenía esa edad, ¿sabes? No paraba de meterme en problemas. 
Camille enarcó las cejas, jamás creyó que escucharía eso de su madre, después de todo era de aquellas personas que tenían la pinta de seguir todas y cada una de las reglas impuestas. O de las que las ponía. Toda su vida había estado equivocada con su percepción errónea de ella. 
—¿Qué? —inquirió Margot con diversión—. ¿No sabías que fui joven? 
—No es eso, creí que siempre habías sido toda tranquilidad. —Se llevó una mano a la barbilla, pensativa—. ¿Entonces a qué se debieron todas esos regaños de antes?
—¿Los de hoy?
—Los de toda la vida. 
Su madre sacudió la cabeza y rió. Claro que no respondería ninguna pregunta. Se acercó a su hija otra vez y depositó un beso en la coronilla de Camille. Tomó de la silla la gabardina que reposaba allí y se pasó las mangas por cada brazo. 
—Cariño, me quedaría toda la noche hablando contigo, porque aún faltaron muchas palabras —explicó en un tono de súplica—, pero la sesión de hoy será un poco lejos, el Parc Naturel ¿Lo recuerdas?
Camille asintió, y se levantó para ayudar a su madre a llevar todo lo necesario.
—Nos ofrecieron alojarnos en la maison del parque, por lo que llegaré mañana por la tarde si todo sale bien con las fotos.
—¿Muy exigentes los clientes?
—Como no tienes idea. —Margot rió entre dientes mientras Camille le ayudaba a colocar todas las correas de las diversas mochilas (la que guardaba la cámara, otra para el tripié y demás con accesorios de iluminación) quedaran sin problema en sus hombros. 
Su madre ya estaba por salir del apartamento, volteó la cabeza y curvó las comisuras de los labios para darle una sonrisa a su hija. 
—Lo siento, Cami. Sabes que no soy buena con las palabras, pero... Todo mejorará. Te lo aseguro, siempre sucede después de sentirte derrotada. 
La chica asintió levemente con la cabeza y Margot salió del lugar cerrando la puerta a su espalda. 
Los ojos de Camille volvieron a enrojecerse, con las lágrimas quemándole. 
Ahora que ya había hablado todo, contado lo sucedido en voz alta tenía en mente que sus sentimientos se disciparían. Se llevó una mano para masajear la sien, había llegado el momento en el que estaba harta de sí misma y no tenía intenciones de lidear con su mente otra vez. 
Caminó descalza por el pasillo del departamento para dirigirse a su habitación, lo mejor sería dormir y dejar de hacerse caso. Ya comenzaba a tener jaqueca y estaba cansada de todo. 
Se dejó caer en la cama, apretujando una almohada encima de su cara para cesar su llanto. ¡Que molesto era soportarse en ese estado!
Muy lejos de ella alcanzó a escuchar un zumbido que ignoró y volvió a cerrar los ojos, esta vez sin la almohada asfixiandola. 
El ruido volvió a hacerse. 
Con una expresión de pocos amigos se sentó atenta, creía que venía de la cocina, ¿y si su madre había dejado algo en la estufa? Se apresuró a llegar hasta allá con rapidez, no fuera a ser que por ignorar algo así terminara estallando algo. 
No había nada en la estufa, ni siquiera en la cocina. Pero el sonido volvió a hacerse, no venía de allí, era la puerta. Alguien tocaba a ella. Volvió a correr, llegó a la perilla y la giró con rapidez. 
—¿Olvidaste algo dentro, maman? —preguntó a la par que las bisagras rechinaban. 
Alzó la cabeza y la sangre se le heló dentro de las venas. Timothée con el cabello revuelto como si hubiese corrido una maratón, la observaba al otro lado de la puerta. Camille parpadeó ilusa, tratando de comprender qué sucedía. 
—Camille... —dijo él. 
Sin saber bien qué hacer, la chica solo palideció y en un acto reflejo cerró la puerta rápidamente. 

Amándote En Silencio || Timothée ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora