38. Hola, dulzura.

9.5K 681 57
                                    

Annabella

Un insistente pitido hace que el dolor estalle en mi cabeza, mis dedos se mueven, pero solo logro detectar la suavidad de algo debajo de mí. Intento abrir los ojos, pero me parece una tarea imposible, aún más cuando siento que mi cuerpo tiembla como la mismísima gelatina.

Entonces, abrí los ojos y una luz brillante me cegó instantáneamente obligándome a cerrarlos otra vez, intenté hablar, emitir algún sonido y quejarme del maldito dolor que me estaba recorriendo de pies a cabeza, pero una obstrucción en mi garganta no me dejaba respirar con tranquilidad.

El dolor solo aumenta, el trabajo de atraer oxígeno a mis pulmones se hace cada vez más difícil y mis ojos comienzan a humedecerse, más cuando luchaba por abrir mis párpados y la pesadez en los mismos no me dejaba la tarea sencilla.

¿Qué está pasando? ¿Por qué no puedo respirar? ¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy así?

Y a cada segundo que pasa, más preguntas se formulan en mi cabeza y el miedo incrementaba.

—Está despierta, doctor —dice una voz femenina desconocida—. Debes calmarte, Annabella, todo está bien —siento dos manos delicadas sujetar mis brazos—. Relájate, necesitamos que te relajes para poder quitarte el tubo, ¿Está bien?

Me obligo a mí misma a calmarme, aprieto mis manos alrededor de la suave tela debajo de mí y el dolor que siento aumenta a niveles descomunales cuando alguien tira del tubo que se encuentra incrustado en mi garganta. La bocanada de aire que tomo me deja sin aliento, es fuego vivo lo que pasa y atraviesa mis pulmones.

—Debes calmarte —dice ahora otra voz, cuando vuelvo a abrir los ojos, el rostro de un hombre que desconozco está frente a mí—. Todo está bien, no te pasará nada malo, pero debes mantener la calma.

Asiento a lo que me dice y respiro con lentitud, apreciando cada respiración que tomo.

La cabeza se me llena de imágenes borrosas que me dejan confundida: la muerte de mi madre, la carta y la confesión sobre mí familia, la pelea que tuve con Alexander y los disparos, esos que iban dirigidos a mí.

Unas inmensas ganas de llorar me invadieron, pero mantuve la compostura mientras observaba como el doctor hacia su respectivo trabajo.

—Puedo... —sentí mi garganta arder, así que carraspeé—. ¿Puedo sentarme?

—Claro —aquel hombre presionó un botón e hizo que la camilla se fuese reclinando poco a poco, logrando que la pesadez de mi cuerpo desapareciera un poco cuando estuve medio sentada—. Dígame cómo se siente.

—Me duele todo el cuerpo —susurré y cerré los ojos—. Se me dificulta para respirar.

—Eso se debe una fisura en el pulmón —responde mientras monitorea mi presión arterial—. Tuvimos que conectarla a un respirador para que la herida pudiera cicatrizar.

Mi ceño se frunció.

—¿Cuánto tiempo he estado...? —dejé la pregunta en el aire.

—Tres semanas, Sra. Whittemore —y sentí como el aire se me iba nuevamente.

¿Tres semanas?

¿Cómo pude dormir tres semanas?

—Al parecer, todo está en orden por aquí, señora Whittemore —dice el doctor sacándome de mi ensoñación—. Por ahora, solo recomiendo que no se estrese ni se altere, necesitamos que se mantenga en perfecto estado mientras le seguimos haciendo otras pruebas —asentí—. Si siente algún tipo de dolor, solo tiene que presionar el botón rojo al lado de la cama y una enfermera vendrá a suministrarle un calmante.

Sr. Y Sra. Whittemore (Saga D.W. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora