16. Ellos te perdieron a ti.

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Dominic

El estrés me consume, no sé en qué pensar exactamente, pues muchas cosas pasan por mi cabeza en este momento. Por una parte, está el imbécil de Luciano con sus problemas de droga, el maldito préstamo que le hice a su padre y que aún me debe y, por último, y al parecer más importante, está Annabella con su enojo e impertinencia.

Sí, no debí decirle que no tengo porque darle explicaciones, pero estaba con los humos en la cabeza, y mi sentido común no tenía posesión de mi cerebro. Sé que le afectó, lo vi en sus ojos, la conozco mejor que la palma de mi mano.

Y ahora está en esa casa del demonio, con esas personas tan despreciables y, ¿Quién carajos sabe que le dirán con tal de lastimarla?

Eso harán, estoy seguro.

Observé el reloj otra vez, había perdido la cuenta de cuántas veces lo había hecho, pero me sentía de los nervios. Solo han pasado treinta minutos, no era nada, pero para mí, pasaban a convertirse en minutos eternos.

Hasta que la puerta se abrió, y como si un interruptor se hubiese encendido en mi cabeza, dejé el vaso de cristal sobre la mesita de centro. Dirijo mis ojos hacia la figura que camina con desgana por la sala, con una expresión impasible y la mirada perdida.

No le dije nada, solo la detallé detenidamente de pies a cabeza, dándome cuenta que esta mañana no me digné a darle un vistazo por culpa de la inesperada llamada de su hermano, porque no la dejaría sola con él, ni aunque me pagaran.

Estaba preciosa. Como siempre, llevaba un vestido, corto, demasiado corto, y unas Vans blancas. Su cabello estaba suelto, cayendo sobre sus hombros. Aún se me hacía extraño verla sin sus anteojos, y estaba pensando seriamente en pedirle una cita con el oculista, extrañaba sus lentes.

Vi como sus hombros subieron y bajaron cuando soltó un pesado suspiro, caminó unos metros más y se sentó en el último escalón de las escaleras. Sus manos temblaban mientras se quitaba los zapatos y se quedaba descalza, cerró los ojos y volvió a suspirar, pero fue cuestión de segundos para que abrazara sus piernas y soltara un sollozo que me despertó de mi letargo.

Las manos se me hicieron puños por vida propia, aprieto la mandíbula y con determinación hago mi camino hacia ella.

—¿Por qué son así? —dijo entre un suspiro tembloroso, me senté junto a ella y tiré de su cuerpo al mío—. Yo no he hecho nada...

—No es tu culpa, cariño —acaricié su espalda, besé su cabello.

—¿Entonces por qué? —se aleja de mí, mirándome con sus ojos llenos de lágrimas—. Dime, Dom, porque no logro comprender —se pasó las manos por la cara, luciendo exasperada—. Toda mi vida he tratado de hacer que las personas sean felices a mi alrededor, he dado todo de mí, ¿Y qué es lo que recibo? Que mi propio hermano me diga que nunca pertenecí a su familia, ¿Qué es lo peor de todo?, Mi madre estaba ahí, escuchando, y no lo contradijo.

Suspiró otra vez, cerrando los ojos con fuerza.

—Siempre he tenido miedo de perder a las personas que amo, y ahora, después de todo lo de hoy... —derramó otra lágrima—. Me pregunto, ¿Existe alguien que tenga miedo de perderme a mí?

—Mírame —pasé mi mano por su cabello y sostuve su barbilla con la otra, miré sus ojos cristalizados—. Tú no has perdido a nadie, Anne, ellos te perdieron a ti —le digo a su iris azul, ese que adquiere otro brillo—. Ellos te perdieron a ti, y sí, tal vez nunca has pertenecido a esa familia, porque eres maravillosa y ellos no son más que una basura.

Baja la mirada y sorbió su nariz, luego pasó sus brazos alrededor de mi torso, apoyando su cabeza en mi pecho. No dudé en estrecharla entre mis brazos, besé su cabello varías veces, apretándola contra mí.

Sr. Y Sra. Whittemore (Saga D.W. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora