17. No está.

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Annabella

Entramos a la habitación entre pasos torpes, nuestras manos están en el cuerpo del otro desde que entramos al ascensor y no hemos podido parar de acariciarnos. Los besos solo aumentan la intensidad con el pasar de los segundos y el deseo emerge desde el lugar más profundo del cual era prisionero.

Ni siquiera encendemos la luz, ya que el reflejo de las luces de afuera parece ser suficiente. El hambre y la lujuria parecen no tener límites entre nosotros, ya que siempre nos necesitamos con urgencia.

Me bajo las tiras del vestido cuando sus labios recorren mi mejilla hasta mi cuello, mis manos tiran de su saco y se lo quito junto con la camisa. Suelto un largo gemido cuando su pulgar presiona mi tenso pezón por el frío, empujo mi lengua dentro de su boca justo cuando volvemos a besarnos. Sus manos me empujan y solo entonces reconozco un vidrio frío en mi espalda, me da la vuelta y ni siquiera me importa en que estemos en el décimo piso del hotel, pues, el recuerdo de sus palabras diciéndome que son polarizados me tranquiliza.

Yo misma me quito el vestido y las bragas, quedándome únicamente con los tacones. Escucho como se deshace del resto de su ropa, pero estoy tan caliente y deseosa que no puedo pensar con claridad. Apoyo las manos y la frente en el frío ventanal frente a mí, cerrando los ojos y suspirando cuando sus manos toman posesión sobre mi piel.

Me muerde, me besa, me aprieta. Solo puedo jadear, decirle cuánto lo amo y cuánto me encanta lo que hace.

Él decide tomar la perfecta posición de posar una de sus manos en mi garganta y la otra en mi cintura, e invadir mi cuerpo con una firme y poderosa embestida.

Los jadeos y gemidos que salen de mi garganta son de puro placer, mis ojos están nublados y mi cuerpo se siente caliente. Estoy ardiendo, literalmente. Y sus embestidas solo aumentan la intensidad, lo siento tan grande y duro en mi interior. Siento que todo me da vueltas, creo que voy a caerme en cualquier momento, pero sé que es imposible. La mano que tiene en mi cadera baja hacia la unión de nuestros cuerpos y sus dedos encuentran mi dolorido clítoris para acariciarlo. Sí, definitivamente voy a morir así.

Empuño las manos, muerdo mi labio inferior para no gritar, pero es inútil, soy una gelatina hecha persona. El fuego asciende por mis piernas y se sitúa en mi vientre, retorciéndolo hasta volverlo en un placentero y potente orgasmo que me roba hasta el sentido común. Soy consciente de que Dom se sigue moviendo en mi interior, pero de un momento a otro me da la vuelta y me aprieta contra él y me besa con fervor, a lo que le devuelvo el beso con una pasión incontrolable. Mis pechos se aplastan contra su fuerte pecho cuando rodeo su cuello con mis brazos, intentando acercarme al él lo más que puedo.

Sus manos bajan por mi espalda hasta posarse bajo mi trasero y alzarme entre sus fuertes brazos. Ahogo un jadeo cuando su miembro vuelve a presionar mi entrada, para después hundirse en mi interior con lentitud.

—Me encanta que no te controles —gruñe contra mis labios, mientras sale de mí y entra con una embestida abismal—. Me encanta oírte gritar, me encanta oírte gemir, que me digas cuánto te gusta, cuánto me amas.

—A mí me encanta que me folles así —entierro mis manos en su pelo, besándolo con brutalidad—. Me encanta que siempre seas así, me encanta amarte.

Dominic adopta un ritmo enérgico, fuerte, bestial. Todo se torna demasiado ante su mirada cargada de placer, de lascivia y de amor. El sonido de nuestras respiraciones, el ritmo de nuestros corazones desenfrenados, ese lazo que nos une, el magnetismo que nos atrae como imanes.

Somos dos piezas completamente diferentes que encajan a la perfección.

Él se graba en mí, en cuerpo, mente y alma. Se impregna en mi piel con propiedad, reclamando lo que es suyo por derecho.

Sr. Y Sra. Whittemore (Saga D.W. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora