19. Nunca hemos sido familia.

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Annabella

Suspiro por milésima vez en diez minutos, me doy la vuelta en la cama y abrazo a Tutu, sin saber qué hace todavía conmigo luego de tantos años. Suelto un gruñido y aprieto los dientes, vuelvo a darme la vuelta y miro el techo, suelto un alarido de exasperación y me levanto con desgana de la cama. Camino hacia el armario dispuesta a cambiarme de ropa, pero cuando ingreso a mi enorme closet y enciendo la luz, me quedo helada.

Froto mis ojos para intentar despejarme, apago y enciendo la luz varias veces en busca de alguna falla en mi cerebro que me haga ver cosas que no son, pero no, el closet sigue vacío.

Mi ceño se frunce, giro sobre mis pies y salgo a paso lento de mi habitación, voy directamente a la escalera y me quedo quieta en el barandal.

—¿Beatriz? —llamo, escucho pasos desde el piso inferior y la morena aparece a los pies de la escalera segundos después.

—¿Necesita algo, señora?

—No, ¿Sabes dónde están mis cosas? —cuestiono totalmente confundida.

—El señor ordenó que llevaran sus pertenencias a su habitación, señora —dice sonriendo.

—¿A su habitación? —asiente, bueno, esto es nuevo—. Está bien, gracias.

—A su orden.

Me doy la vuelta y camino hacia esa habitación, que, en este caso, también sería mía.

Entro al closet, al enorme closet que tiene Dominic.

—Sí, demasiado extraño.

Sacudo la cabeza y me dispongo a buscar un pantalón deportivo de color gris y una sudadera de color azul cielo, mis Converse blanca. Me visto con rapidez y voy al baño, me recojo el cabello en una coleta y arreglo mi flequillo, un estruendoso ruedo desde la parte inferior me sobresalta.

Mi ceño se frunce y con cautela salgo del baño y luego de la habitación, camino lentamente por el pasillo, sintiendo como el silencio tétrico me pone los vellos de punta. Me asomo por el barandal de la escalera, pero no logro ver nada, pero un quejido llama mi atención poniendo mis sentidos alerta. Abro y cierro mis manos constantes veces mientras me dispongo a bajar las escaleras, agudizo mi oído, trago el nudo que se formó en mi garganta cuando caminé hacia la cocina, pero no logré dar dos pasos en esa dirección cuando me topo con el cuerpo de Dean en el suelo.

—Oh Dios, Dean —me agacho junto a él, sin saber si tocarlo o no. Tiene la camisa llena de sangre, y un moretón en la mejilla, sus ojos se entreabren cuando lo sacudo lentamente—. Dean, ¿Qué fue lo que te pasó?

—Señora, tiene que... —le cuesta hablar, traga forzado—. Váyase, tiene que salir de aquí...

—No, Dean, no voy dejarte aquí —siseo en voz baja, mirando en todas partes, buscando algo más, algo que no esté acorde con la casa, que me diga que está mal—. Vamos, te ayudaré.

—No, no vas a ayudar a nadie —dice una voz masculina detrás de mí, una voz que conozco bastante bien. Me paralizó completamente, sintiendo el miedo recorrerme de punta a punta—. Déjalo.

—No, no lo dejaré —siseo—. ¿Qué haces aquí?

—Tu marido quiere matarme —dice, dejándome aturdida—. Pero si no te pones de pie, mataré a tu empleada.

Beatriz, pienso inmediatamente.

Suspiro con los dientes apretados, pero antes de que me levante, Dean tira de mi brazo, poniendo algo metálico en la palma de mi mano, sus ojos se encuentran con los míos y es entonces cuando decido ponerme de pie. Soy lo suficientemente rápida como para meter el objeto en mi escote, ya que no se ve nada debido al ancho de mi sudadera.

Sr. Y Sra. Whittemore (Saga D.W. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora