Capítulo 26- Huida accidentada

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Kristoff había salido por una puerta de atrás del edificio, una prácticamente secreta para cualquiera que no la conociera con anterioridad, y había corrido con todas sus fuerzas después de ver a todos los agentes esperándole al otro lado de la ventana, en la calle, a pesar del dolor punzante que sentía en su rodilla y que le impedía usar sus plenas capacidades físicas.

Se le había ocurrido una idea para salir de todo aquel embrollo y se dirigía a la estación de tren más cercana, una a tan solo un par de manzanas de distancia.

Llegó exhausto y se dobló sobre sus rodillas para intentar recuperar el aliento perdido, la pierna lo estaba matando, notaba como le ardía y con cada ola de sangre que llegaba a la zona, con rapidez a causa del bombeo exhausto de su corazón, el dolor incrementaba. La gente lo miraba con curiosidad, seguramente porque era muy joven y su traje desaliñado desentonaba totalmente con él mismo y con el lugar, su carrera podía deberse a que llegaba tarde e iba a perder su tren, al menos a eso lo achacaría la mayoría de la gente. No le dio importancia, tenía mayores preocupaciones ahora mismo, usar toda su fuerza de voluntad para incorporarse y recuperar el aliento, sin ir más lejos.

Buscó el lugar en el que se sacaban los billetes, le costó dos vueltas dar con él y preguntarle a una chica que reponía revistas en una tienda y que le dirigió una mirada de arriba a abajo no precisamente halagadora ni mucho menos disimulada, estaba claro que se había fijado en lo desarreglado y sucio que iba aunque no hizo ningún comentario, se limitó a darle indicaciones de adonde debía ir de manera seca y escueta, el lugar contaba con tres filas con tres trabajadores atendiendo, cada una más larga que la anterior y cada uno más lento que el anterior, según le pareció a él. Se puso en la que pensó que era más corta.

Cada vez estaba más y más desesperado, cada segundo que pasaba resonaba como un trueno en sus oídos, las agujas del enorme reloj que se alzaba por encima de su cabeza parecían moverse a paso de tortuga y sentía que la fila apenas había avanzado unos cuantos centímetros en toda la eternidad que llevaba allí. Daba toques con la punta del pie en las losas del suelo, para contener el estrés que estaba acumulando y la rabia por desesperación que se le estaba formando en el pecho.

Cuando por fin le tocó el turno, lo atendió una chica joven que le sonreía sinceramente. Parecía amable, lo saludo enérgicamente con una dulce sonrisa, pero Kristoff no estaba por la labor de seguirle la corriente, hizo un esfuerzo para hablar con ella lo más educadamente posible que pudo, aguantándose la ira. Le pareció que tardó una eternidad en entregarle de una vez por todas su billete, se cruzó de brazos y observó a la chica teclear en el ordenador con parsimonia, se mordió con tanta fuerza la mejilla por dentro que notó el sabor metálico de la sangre. Lo pagó y en cuanto se lo tendió, se lo arrancó de la mano y volvió a salir corriendo, bastante antes de que la chica le diera las gracias o se despidiera, pero a él no le importó, no estaba en situación de ponerse a pensar en los modales.

Salió al andén y visualizó el tren que indicaba su billete. Antes de poder acceder a él tuvo que hacer otra fila interminable, los inminentes pasajeros ponían sus maletas en una pequeña cinta mecánica que las conducía al interior de una máquina de rayos X donde un hombre con cara de aburrimiento observaba que no hubiera nada raro en su interior. Él no llevaba equipaje, pero otro guardia de seguridad, que iba dando paso a las personas, le indico que se abriera la chaqueta como les había indicado a los demás, él lo hizo. No llevaba nada extraño, el hombre lo miró de arriba a abajo pero no dijo ni preguntó nada, no le pagaban lo suficiente.

Al fin le mostró su billete al revisor, que amablemente le indicó su vagón, y pudo subir abordo. Solo una vez sentado en su asiento se permitió respirar tranquilo. Se acomodó en el sillón de terciopelo y miró por la ventanilla, allí dentro no hacía el mismo calor agobiante que en el exterior y lo agradecía profundamente. Nunca le había gustado viajar en tren, pero el recuerdo de la estación fue lo primero que le vino a la mente cuando pensó en escapar y le pareció una buena idea. Tendría que conformarse. Era lo más sencillo, nadie hacía demasiadas preguntas si pagabas tu billete en metálico.

Una chica que avanzaba por el pasillo se detuvo a su altura y carraspeó.

–Perdona, pero creo que ese es mi asiento.– comentó en voz alta.

Él, sin comprender, sin saber exactamente a quién le hablaba y dispuesto a rebatir, levantó la cabeza, para averiguar si se referían a él y dispuesto a iniciar una discusión en ese caso. Se quedó congelado en el sitio. Era imposible, no podía ser. La chica, con un moño deshecho y un vestido azul desgarrado llegando al final, era la misma a la que le había dado esquinazo, de la que estaba huyendo. Era incapaz de comprender cómo lo había encontrado, y menos con tal velocidad.

Para Lisa, que le sonreía coquetamente, por el contrario, había sido pan comido. Había estudiado todo el mapa, sabía por dónde debía de haber salido Kristoff, sabía que si quería perderlos de vista tendría que encontrar algún medio de transporte y el más cercano era esa estación, solo había sido cuestión de atar cabos y gracias a la agente Colins había llegado en seguida, después de explicar su suposición.

En cuanto volvió en sí, la realidad lo golpeó con una fuerza arrolladora, saltó por el lado de Lisa y se precipitó a bajar lo antes posible del transporte, corriendo con todas las energías que le quedaban e ignorando la quemazón en su rodilla, empujando a un par de personas y saltando el par de escalones que lo separaban del suelo. No sirvió de mucho ya que chocó con Jake que estaba abajo esperándolo.

–¿A donde con tanta prisa?– le preguntó sonriente intentando sujetarlo. Pero Kristoff se zafó de él y emprendió de nuevo su huida, metió la mano en su bolsillo y con la punta de los dedos tocó el objeto que guardaba allí. Antes de dar diez pasos, Lisa, que había bajado por la puerta del otro extremo del vagón lo más rápido que pudo, saltó delante de él y se interpuso en su camino.

Él no redujo la velocidad, solo intentó rodearla, pasando a su lado. Lisa, con rápidos reflejos, lo agarró del brazo para retenerlo cuando pasaba junto a ella, girando ambos debido a la fuerza del choque. Sin embargo, tan pronto como lo agarró, volvió a soltarlo.

Lisa parpadeó un par de veces mientras veía a Kristoff perderse por entre la gente, corriendo como el viento. A penas había alcanzado a ver lo que Kristoff había sacado de su bolsillo, pero no le había hecho falta, había notado perfectamente el cristal que había usado para cortar las cuerdas que le ataban las manos no hace demasiado y que ahora descansaba tirado en el suelo, manchado.

Se quedó perpleja por un segundo. Su cerebro había dejado de funcionar, su mano había aflojado el agarre sin querer, solo había sido consciente de que lo estaba dejando escapar pero no podía hacer nada para remediarlo, su cuerpo había dejado de responderle como siempre. Solo sintió una fuerte punzada de dolor en el abdomen. Impulsivamente, cuando volvió a reaccionar, se llevó la mano al lugar del que provenía el dolor. Todo su alrededor parecía haber perdido color, era algo borroso y desenfocado. Se giró lentamente y visualizó a Jake, que corría frenéticamente hacia ella, aunque le pareciera que todo sucedía a cámara lenta. Bajó la vista hacia su estómago y se atrevió a separar la mano despacio. La tela de su vestido azul se estaba tiñendo de un color violáceo, al contrario que la palma de su mano que estaba totalmente carmesí. No entendía del todo lo que sus ojos veían. La respiración se le entrecortaba. Ya no sentía el calor agobiante que hacía ese día, un frío raro, antinatural, empezaba a recorrerle todos los miembros.

Pudo ver cómo Jake gesticulaba y supo que decía algo porque movía los labios, pero no consiguió oírlo. Solo escuchaba un zumbido extraño, como de estática. Notaba como las fuerzas la estaban abandonando, su cuerpo se sentía pesado. Tenía la cabeza embotada y la vista se le nublaba, difuminando todo a su alrededor hasta volverse negro y oscuro. El mundo le daba vueltas. Las rodillas le cedieron y cayó al suelo sabiendo que era incapaz de hacer nada para remediarlo.

Solo pudo sentir cómo unos brazos la atraparon justo antes de que tocara el suelo, la envolvieron y la apoyaron sobre su regazo.

Escuchó una única cosa antes de que sus oídos se rindieran por completo: su nombre. Extraño y distorsionado, porque sonaba como un grito pero a la vez parecía que provenía de muy lejos. 

Crónicas de un espíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora