Capítulo 18- Vamos a la playa

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Habían conseguido aparcar prácticamente en primera línea de playa. Comieron unos sándwiches en un pequeño restaurante y al salir, el sol ya estaba bajando, pronto empezaría a anochecer, aunque el calor y la humedad estaban muy presentes. Pasearon discretamente por la playa, asegurándose de que estaban en el lugar indicado. Efectivamente, como Nina les había dicho, ese era el lugar indicado, puesto que en la playa estaban preparando una fiesta. Habían montado una barra de bebidas, una mesa de DJ, estaban disponiendo diversas fogatas a lo largo de toda la costa y al final del todo había una notablemente mas grande que las demás. Se encontraban allí, yendo de un lado a otro y realizando todo tipo de tareas unos camareros ataviados con unos esmóquines blancos.

Estaban observando la escena atentamente, sin dejar de caminar, como quien no quiere la cosa, cuando se cruzaron con un hombre un tanto mayor que les echó una mirada que estaba a medio camino entre el desconcierto y el asco, que como no se esforzaba en disimularla, fue tan evidente que no les pasó desapercibida.

–¿Por qué nos ha mirado así?– preguntó Lisa cuando el hombre ya estaba lo bastante lejos como para no poder oírlos. Los había mirado como si fueran un par de astronautas recién bajados del cohete, con casco incluido. Como si destacaran más que un pulpo en un garaje. Y ella no entendía el por qué.

Jake se paró en seco, la miró fijamente de arriba a abajo y luego volvió la vista a la playa.

–Ya sé cuál es el problema.– declaró él.– Estamos en la playa, a más de treinta grados y nosotros vamos con chaqueta y de negro. Vamos dando el cante porque aquí todo el mundo va en bañador.

–Pues yo no tengo otra ropa.– sentencio ella observando su conjunto.

–Necesitamos comprar algo.

Como era propio de él, no dijo nada mas, la agarró de la mano y tiró de ella, algo maá reticente, hasta una tienda cercana, pequeña y con un aspecto del todo playero. Con tablas de surf y conchas adornando el interior. Como música ambiental sonaba una canción de Elvis. Lo más curioso es que allí dentro olía más a sal que en la calle.

El suelo de tablas de madera blanca crujía bajo sus pies al entrar. Una chica pelirroja atendía la tienda detrás de un mostrador. Los saludó alegremente, como si no acostumbrara a ver clientes en la tienda, cosa que seguramente era cierta.

Prácticamente arrastró a Lisa hasta el mostrador, a pesar de sus protestas y de haber refunfuñado todo el rato.

–Buenos días.– Jake la soltó única y exclusivamente cuando ya estaban delante de la chica, porque sabía que de esa forma le daría vergüenza salir coriendo.– Mi amiga y yo tenemos una fiesta en la playa esta noche pero hemos perdido nuestras maletas. ¿Podría buscarnos algo?

–Habéis venido al lugar indicado. – a la chica le brillaban los ojos de ilusión.– Tengo algo perfecto, seguidme.

Los condujo hasta los probadores, les entregó un conjunto, que acababa de escoger, a cada uno y entraron al probador.

Lisa miró el suyo y no le agradó. Pero decidió probárselo. Se miró por completo al espejo con la nueva ropa: un vestido de encaje blanco (mas corto de lo que ella se pondría para sentirse cómoda), una cinta del mismo estilo en el pelo y unas sandalias blancas. No parecía ella, lo único que le daba su toque era su colgante, el de sus padres, que curiosamente encajaba a la perfección con el conjunto.

Salió, algo enfurruñada y se encontró con Jake ya cambiado, con unas bermudas blancas, una camiseta, una chaqueta de media manga y unas zapatillas, todo del mismo color.

–Vaya, estás muy guapa.– comentó con una sonrisa sincera, no se burlaba de ella, lo decía de verdad.

Ella estuvo a punto de decir que no le gustaba, pero vio de reojo a la chica pelirroja que los miraba expectante con cara de felicidad y le dio pena romper sus ilusiones, aunque le costó bastante morderse la lengua.

Crónicas de un espíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora