Capítulo 17- Algún que otro imprevisto

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–Jake, tenemos un problema.– declaró Lisa mirando la pantalla de su móvil.

Llevaban horas en la carretera. Empezaban a adentrarse en Los Ángeles, todavía aún muy lejos del centro y aún más de la costa, que no podía vislumbrarse a través de los altos e impresionantes edificios, pero se delataba por el olor a sal del mar, que ya inundaba el ambiente. Tenían puesto el aire acondicionado a toda marcha, para compensar el espeso calor que se hacía notar cada vez más.

Lisa había estado estudiando toda la información que Christine les había proporcionado: los expedientes, los informes, las imágenes... Todo lo que pudiera darles alguna pista y facilitarles el trabajo. Pero, de repente, repasando los datos de los que disponían, se había dado cuenta de algo, de que les faltaba una pieza crucial para la misión.

–En Los Ángeles hay al menos treinta playas, ¿a cuál tenemos que ir?– preguntó mostrándole un plano de la ciudad en su teléfono, que Jake vio brevemente, apartando los ojos de la carretera. Un haz de preocupación, últimamente más frecuente de lo normal, cruzó por su rostro.

–¿No nos los ha dicho Christine?– respondió, mirando fijamente al frente con el ceño fruncido.

–No,– afirmó Lisa convencida.– solo dijo "la playa", en general, no concretó más, estoy segura.

Jake, muy serio, redujo la velocidad.

–Lisa, tenemos otro problema aún mayor.– ella se temió lo peor. "Genial, ¿y ahora qué?", pensó. Lo último que necesitaban en ese momento eran contratiempos y ahora de repente tenían dos.– Creo que se ha estropeado el coche.– y, con un fuerte crujido y un ruido metálico, el coche se paró definitivamente, a un lado de la carretera para no molestar a los demás vehículos. Ambos se miraron sin saber qué hacer exactamente. Al final, después de unos momentos de confusión, optaron por salir del coche y revisar el motor.

–Quizá no es para tanto.– intentó tranquilizarla Jake, con una sonrisa forzada, aunque mas bien lo decía para sí mismo, pero en el momento en el que abrió el capó salió una nube de humo que no ayudaba a conservar la esperanza, ni siquiera la falsa.– Vale, quizá si es para tanto.

Se les había presentado el último problema que se esperarían, pero el tiempo no se detenía, cada segundo que pasaba lo hacía en su contra y debían encontrar una solución lo más rápido posible.

–¿Y qué hacemos ahora?– Lisa planteó la pregunta del millón. Jake volvió a cerrar el capó, que estaba inundando el ambiente con un olor a quemado, cosa que no era buena señal.– No vamos lo que se dice sobrados de tiempo.

–Supongo que habrá que buscar un taller.– con un suspiro, Jake sacó su teléfono y empezó a tocar la pantalla. Lisa se llevo las manos a la cabeza, le gustaría que todo fuera solo una pesadilla, que se hubiera quedado dormida y se despertara en la playa. Por desgracia, no era el caso.

Encontró uno a escasos metros de donde estaban. Iniciaron a caminar y en unos momentos se encontraron a la puerta. Lisa puso la mano en el pomo y se giró para ver a Jake, pero él ya no estaba allí, en su lugar había un hombre de unos 20 años con gafas. Lisa levantó las cejas, muy sorprendida, pero antes de que pudiera decir nada, el hombre tocó su reloj y Jake volvió a aparecer ante sus ojos.

–Soy yo.– dijo, levantando las manos de manera apaciguadora.

–Se me había olvidado que podías hacer eso.– Lisa suspiró aliviada, llevándose una mano al pecho.– Pero, ¿por qué lo haces ahora?

–Te voy a dar tres razones:– puso su mejor tono de explicación y enseñó tres dedos con la mano.– la primera, que no tengo edad para conducir; la segunda, que ni el carnet de conducir ni los papeles del coche están a mi nombre; y la tercera, que dos menores, sin identificar, con un coche y de negro, no dan muy buena impresión.– en cuánto terminó la frase, pulsó el botón de su reloj y volvió a transformarse.– Por la última, creo que será mejor que entre yo solo. Tú espera aquí, vuelvo enseguida.

Crónicas de un espíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora