A pesar de todas las protestas y objeciones que Jake puso, tras un breve periodo de tiempo, Lisa se encontraba caminando por el pasillo, con dos copas de champán en las manos, dispuesta a llevar a cabo su plan. El pasillo por el que Kristoff le había dicho que debía entrar se encontraba en un extremo de la sala, era discreto y estaba cerrado, solo se abría con el código que le había dado (y el cual había sido bastante complicado de introducir con las dos manos ocupadas). Era inmenso y giraba y se bifurcaba varias veces. Al parecer, el edificio debía de ser bastante mas grande de lo que aparentaba desde fuera. No estaba tan bien iluminado como la sala principal, solo contaba con una tenue luz, y la música, que antes se escuchaba con fuerza, ahora apenas resonaba de fondo.
Jake se había ofrecido insistentemente a acompañarla, pero ella se había negado y, aunque no había resultado para nada sencillo, había logrado obligarlo a quedarse quieto donde estaba. Sabía perfectamente lo que debía hacer y Jake no solo no encajaba en su plan sino que ya había visto que no le dejaría ejecutarlo tranquila.
Llegó hasta una sala de la que salía un tenue haz de luz por la abertura de la puerta que se encontraba entreabierta. La empujó un poco con el hombro para poder abrirla del todo. Una vez dentro, pudo observar la habitación: carecía de ventanas, era pequeña y solo contenía una mesa baja y alargada y unos sofás enfrentados mutuamente. Un tanto extraña, daba la sensación de que se trataba de una sala de reuniones, fría, de negocios. Pero estaba decorada para que aportara calidez, comodidad. Creaba la sensación de que algo estaba mal allí, aunque no supiera el qué.
Kristoff ya estaba allí, sentado tranquilamente en uno de los sofás, ojeando su teléfono, el cual Lisa no supo de donde había sacado puesto que juraría que no lo llevaba encima hace unos instantes. Se enderezó cuando vio a Lisa entrar, le sonrió y ella le devolvió la sonrisa.
–Pensé que ya no vendrías.– le dijo, dejando el móvil sobre la mesa.
–No hubiera faltado por nada.– contestó ella, ensanchando su sonrisa coquetamente y aterciopelando su voz.
Se apartó un poco para que pudiera sentarse a su lado, justo lo que Lisa hizo. Se sentó y le ofreció la copa que llevaba en su mano derecha.
–Por la del otro día.– añadió.– Tú me invitaste a otra pero yo no te devolví la que te tiré.
–No deberías haberte molestado.– se acercó un poco más y puso su mano sobre la pierna de Lisa. No le molestó demasiado, tenía a ese chico justo donde quería, su plan estaba saliendo a la perfección.– Fue todo un placer.– se inclinó algo más, pero Lisa lo detuvo poniendo su vaso entre medias de sus cabezas.
–¿Brindamos?– preguntó sonriente. Tragó saliva aliviada cuanto, reticente, el chico se separó.
–Claro.– la miró fijamente antes de aproximar la copa a sus labios. Pero, antes de que siquiera rozara sus labios, Lisa lo detuvo, posando su mano sobre el cristal.
–Hagamos una cosa:– él levantó la vista, intrigado, con una mueca juguetona en la cara.– lo bebemos de un trago y nos olvidamos de los vasos. ¿Te parece?
Sin duda alguna le parecía bien. Posiblemente le había resultado la mejor frase que le había dedicado en toda la velada, aunque no lo demostrara. Solo le limitó a mantener su expresión, alzar su mano y proponer un brindis.
–Por...– inició la frase pero, quizá por falta de ideas, dejó la frase a medias en el aire.
–La mejor noche de nuestras vidas.– finalizó ella, que le sobraban las ideas, con una intensa mirada y una sonrisa traviesa, enseñando los dientes.
–Sin ninguna duda.– sentenció, entrechocando al fin los recipientes, que produjeron un retintineo propio del cristal. "Ni lo dudes" pensó Lisa para sus adentros sin que su sonrisa vacilara ni por un momento.
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Crónicas de un espía
EspiritualLisa era una chica normal, o, al menos, eso creía ella. Hasta que un día, todo cambió. Tras la muerte de sus padres se sentía perdida, le sucedían cosas extrañas, cuando un chico muy raro apareció de repente en su vida para poner esta patas arriba...