Capítulo 7

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[ Red ]

–¿Ahora qué? –le pregunto a la vieja carrocería cómo si fuera capaz de responderme.

Bajo del auto. Es de noche, la ruta es oscura. No cuento más que con las luces del auto y la linterna de mi teléfono. Voy hasta el capo y lo abro para saber qué pasó.

Dejo ventilar un poco el motor para recién meter la cabeza en el humeante rincón.

–Por favor no te rompas mi viejito –hablo con el auto, como una loca tratando con fantasmas. Pero soy así, le doy el cariño que se merece, como si fuera una persona de verdad.

Pero por más que le ruegue no romperse, la manguera del agua está cortada y hecha pedazos.

–¡Mierda! –golpeo el metal suavemente.

Tal vez si hubiera sido otra cosa podía solucionarla, pero no puedo andar sin agua. Fundiré el motor. ¿Y dónde carajos encuentro en medio de la nada un repuesto de manguera?

–¿Es broma? –grito al cielo, tomándome la cabeza entre mis manos–. ¡¿Es en serio?! ¿No te bastó el sufrimiento que tuviste que seguir poniéndome trabas? –pero tampoco es como si supiera a quien le grito, tal vez a Dios, si es que existe y me escucha.

Son las once de la noche, en medio de una carretera donde solamente encuentro una vaca pastando a lo lejos.

Totalmente enfadada cierro el capo y vuelvo al interior del viejo 70. Con la llave en contacto para alumbrar el lugar, me doy cuenta que en el tablero una luz estaba prendida. Una indicación de que algo sucedía con el conducto del agua, pero claro que nunca vi. Estaba demasiada ocupada recomponiéndome que mirar el tablero fue la única idea que nunca se me ocurrió. Tenía gasolina y batería, las cosas que con más frecuencia se acaban, no tenía motivos para fijarme, pero JUSTO iba a romperse la manguera.

–No puedo creerlo –niego con la cabeza mientras me río de mis desgracias.

Reír para no llorar, diría el refrán, y a estas alturas podría reír sin parar.

Tomo el teléfono. Pedir ayuda es lo más coherente ahora, pero la señal no existe.

No corre un puto viento y estoy incinerándome dentro.

El incómodo vestido sigue apretando mi cuerpo. Es lo menos importante en estos momentos, pero es en lo único que pienso, y dejando de lado el problema del auto, decido cambiarme.

–También te afectó ¿no? –golpeo tiernamente el baúl mientras lo cierro–. Volviste a saber de él y te jodiste –bromeo.

Después de pensar y reconsiderar seriamente la situación, no se me ocurre alguna solución más que encontrar a alguien por aquí cerca. Sin más, aseguro el auto estacionado a un costado y comienzo a caminar.

En estos momentos me siento afortunada por no vivir en un lugar fijo. El auto es mi hogar, mi ropa está allí y pude cambiarme, pero a la vez me preocupa. Todo lo que me importa lo tengo ahí y por ese motivo la decisión de dejarlo tirado fue difícil, pero no seré útil sentada a su lado viendo como la maldita vaca no deja de mugir y mirar a mi dirección.

Quince minutos serán los que llevo caminando. La señal aún no llega y por la ruta no pasa ni una mosca.

Metida en mi mundo, sigo avanzando.

Serán unos treinta minutos después, cuando una bendecida y milagrosa luz ilumina el camino. Un auto viajando a doscientos kilómetros por hora aproximadamente, pasa a mi lado como si de un rayo de luz se tratase. Mi tardía reacción me hace llegar tarde a las posibles señales que podrían haber advertido al conductor a detenerse.

Encubiertos || TERMINADA || [ +18 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora