Capítulo 15

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[ Red ]

Prefiero pudrirme entre las rejas que volver a lidiar con Zane Mayer.

Pero para pudrirme, primero tengo que vivir y la suerte últimamente no está de mi lado.

Metro noventa, ochenta kilos aproximadamente. Espalda ancha, brazos marcados. Facciones toscas, movimientos rudos. Con una sola piña podría destrozar mi rostro y partirlo en dos.

Suelo ser idiota de vez en cuando, pero esta vez tomé la decisión correcta, o eso es lo que creía.

Mis palabras a través de la línea telefónica fueron exactamente estas: –Acepto el trato, pero debes sacarme de aquí antes de que la tarde caiga. Y no te olvides de recuperar mis cosas.

Creí que volver a vestir mi ropa se sentiría agradable, aunque fuese la vestimenta de festival que llevaba puesta aquel día, pero claramente me equivoqué. Necesito asear mi cuerpo urgentemente, porque el aroma espeluznante a cárcel sigue impregnado en mis fosas nasales y me persigue en cada rincón de mi piel.

 Necesito asear mi cuerpo urgentemente, porque el aroma espeluznante a cárcel sigue impregnado en mis fosas nasales y me persigue en cada rincón de mi piel

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Ryan cumplió. Vinieron a salvar mi culo antes de que la tarde acabase.

La puerta de salida está sólo a metros de mí –puerta que quiero atravesar y jamás volver a ver–.

Los abucheos siguen oyéndose a la distancia. Claramente recibí insultos por escapar de una muerte segura, pero no es como si me importara. En realidad, lo que me preocupa más está del otro lado de las rejas.

Mis manos aún están esposadas, y de mis codos me obligan a caminar otra vez. La encargada de liberar presos tomó mis datos y tecleando un par de veces en su computadora otorgó la orden de ser liberada, pero eso implica ser escoltada por los policías hasta la mismísima salida. Dos guardias sostienen firmemente mi cuerpo, empujándome hacia adelante. Mis pertenencias, todas colocadas en una pequeña bolsa, cuelgan de mis manos atadas.

En un repugnante estado, me acerco a mi libertad.

Los rulemanes tan jodidamente molestos se sienten por última vez, o eso es lo que espero. Las rejas corredizas se abren, rompiendo con la enorme muralla entre el encierro y la libertad.

Respiro. Respiro profundamente sintiendo el aire puro, mientras mis pies ansiosos por correr y alejarme lo más rápido de aquí, avanzan todavía con dos sombras detrás.

Falta un alambrado, y mi vida ya no penderá del hilo que manejan las malditas líderes de esta jodida prisión. Una retorcida sonrisa se escapa de mi rostro. –Ahora debes sobrevivir a algo mucho peor –me digo a mí mismo, al encontrarme delante de las últimas rejas.

Un guardia suelta mi brazo y se adelanta a nosotros, para sacar el enorme candado y correr las cadenas que protegen ese alambrado. Mis ojos, cegados de la ansiedad, miran fijamente el trabajo de sus manos, y cuando al fin se siente el ruido del metal corriéndose, mi corazón salta de su lugar, empujando a mi pecho de felicidad.

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