33: Sentimientos

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Saúl se estaciona frente a la casa de Lila, donde hay gente platicando en el patio, otros bailando, otros llamando a un taxi para que los lleve a casa. Miro a mi acompañante, mientras me dedica una sonrisa preocupada.

—No estoy muy de acuerdo con esta idea —me dice apretando los labios—, pero si es lo que deseas, tienes mi apoyo.

—Gracias —respondo y me quito el cinturón de seguridad—. No tardo.

—Igual, en cuanto halle donde estacionarme iré contigo, no me siento cómodo dejándote sola —me dice Saúl y asiento, bajo del auto de su hermano y éste avanza despreocupado por la calle.

Tomo una gran bocanada de aire, estoy lista para enfrentar lo que sea, me repito. Pese a ello, siento débiles las rodillas y náuseas en mi estómago, después de todo, ha sido demasiado lo que he tenido que procesar últimamente y este parece ser mi último enfrentamiento con el estúpido bromista que me hizo la vida imposible por meses.

Camino alrededor de la fiesta de Lila, la cual llevaba organizando varios días. Recuerdo haberla ayudado mientras pensaba que era demasiado confiada, ahora sólo puedo pensar que era capaz de lanzarme a un volcán si eso le daba la corona.

—¡Alex! —grita la voz de Lila, sus mejillas están rojas por el alcohol en su sistema, se mueve con torpeza entre la gente mientras ríe—. Creí que no vendrías.

—Preferiría hablar contigo en privado —comento cruzando mis brazos y ella bufa.

—No voy a huir de mi fiesta por otro tema bobo que vayas a decirme —me dice Lila mientras se mueve a los lados y frunzo el ceño—. De seguro que estás triste porque ya no sabes de qué lloriquear en tu diario.

—Curioso, ¿cómo sabes qué tengo un diario? —pregunto de mal humor, poco a poco, más personas parecen voltear hacia nosotras.

—Lo leí para ver cómo atormentarte —admite Lila señalándome vagamente—. Pero eso ya lo sabías, debió decirte ese soplón de Gerardo.

Trago en seco mientras veo la actitud despreocupada de Lila ante su semi confesión, puedo ver de reojo como alguien nos graba discretamente. Mi amiga no parece nerviosa ante lo que sucede, supongo que el alcohol le da el valor y la quita la habilidad de mentir.

—¿Cómo pudiste? —pregunto sin aliento.

—Fue más sencillo de lo que imaginaba —comenta Lila rascando su mejilla—. Muy costoso, pero moralmente sencillo.

—¿Acaso no te importó que fuéramos amigas? ¿Tanto querías ganar? —pregunto desesperada y como la discusión se acalora, las voces ajenas se van deteniendo, todo para ver mi último gran espectáculo.

—No todo ha sido por esta corona, si te soy honesta —me responde mientras toca la corona de plástico en su cabeza y me ve de forma fría—. La verdad es que yo siempre te he odiado.

Doy un paso hacia atrás, sintiendo que mi corazón da un vuelco. La seriedad en las palabras de Lila me aterra, en cambio ella se ve liberada, como si se quitara un gran peso de encima.

—Al principio fue por la corona —responde encogiendo sus hombros—. Pero cuándo ví tu ataque de pánico en medio de todos, como luchabas por respirar, como llorabas y esa cara inexpresiva se tornaba en una sufrimiento... Yo lo disfruté.

Siento escalofríos ante el recuerdo de mí queriéndome encerrar en mi propio mundo mientras Gerardo me llamaba, como temblé todo el día pese a que fingí estar bien. Como no dejé que nadie siquiera lo mencionara, estaba avergonzada, me sentía aún más humillada de lo que estaba. Todo el dolor que sentí fue solo un deleite egoísta e inmoral de la que se hacía pasar por mi amiga.

Diario de una asexual (Versión 2.0)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora