El segundo amor de Mark

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Si Mark tuviera que contar a todos los amores que había tenido alrededor de su vida, probablemente solo contaría a dos: su alfa y su cachorro.

Y él haría cualquier cosa por ellos, moriría de ser necesario, no era algo que tuviera que gritar a los cuatro vientos, Mark pensaba que sus ojos podrían decirlo todo.

Aunque cometía errores, siempre se esforzaba por ser mejor, y lo intentaba una y otra vez, no importaba la cantidad de veces que había tropezado en sus 29 años, de alguna forma, sentía que de verdad había logrado cambiar una parte de si mismo que no le otorgaba nada bueno.

Había superado sus prejuicios acerca de los alfas (al menos gran parte de ellos), y se había aceptado tanto como podía. Si bien Samira se llevaba una buena parte del crédito, la alfa solía recordarle que todo era gracias a que Mark se había dado la oportunidad de cambiar.

Seguía siendo impulsivo, caprichoso e inmaduro, todavía hablaba sin pensar y se metía en problemas por no poder controlar sus emociones. Pero, ahora podía aceptar sus errores, podía pedir perdón, podía pedir ayuda, podía permitirse sentir vergüenza y llorar, y aceptar que podía derrumbarse y apoyarse en los demás, y eso no era malo, no lo hacía débil o cobarde.

Había crecido como persona, había lastimado y sido herido, pero, todo ello le había convertido en alguien que podía levantar el mentón con orgullo y sostener la mirada de todos los que creyeron en él alguna vez y los que no también.

Tenía un trabajo, tenía un auto y un departamento, tenía una mujer que lo amaba y un hijo precioso. Mark estaba orgulloso de ser la persona que era. Y sabía que podía equivocarse, porque era un hombre sentimental que solía dejarse llevar por sus emociones, pero tendría siempre a Samira para ser la parte racional que le haría abrir los ojos las veces que fueran necesarias.

Samira siempre ocuparía el primer lugar en su corazón, siempre sería su primer amor y la mitad de su alma. Pero, ahora Mark tenía un segundo amor.

—No quiero. —negó cruzando los brazos. —No necesita ir a una jodida guardería, yo puedo cuidarlo. —aseguró.

—Ajá, sí, ¿y qué cuando estés ocupado, se te olvida que tienes un maldito trabajo? No llevarás al niño contigo, Mark. —Samira frotó su sien frustrada por la necedad de su omega.

—Lya puede cuidarlo entonces, ó Ilse, ¿por qué quieres mandarlo a una jodida guardería?

—Lya se muda la próxima semana e Ilse trabaja en las mismas horas que nosotros. —refutó Samira. —No es que quiera llevarlo a que alguien más se haga cargo de nuestro hijo, Mark. —aseguró levantándose y acercándose a su prometido. —Pero necesita convivir con otros niños, con personas que no seamos nosotros, necesita un acercamiento a la sociedad.

—No, no necesita un jodido “acercamiento a la sociedad” —hizo comillas con los dedos y luego se alejó de su alfa yéndose a la cocina. La mujer lo siguió. —Tiene tres años, Samira, y tú quieres presentarlo a la sociedad como si, ¿qué? —se preguntó con enojo. —¿Quisieras darlo como un maldito sacrificio? ¿Planeas dárselo al mejor postor? —reclamó furioso mientras sacaba del refrigerador verduras.

—¿De qué mierda estás hablando, Mark? Solo estoy diciendo que no puede estar todo el tiempo con nosotros, no es sano.

El omega se giró a verla y le enfrentó con ojos chispeantes. —¿Entonces qué? ¿Es mejor dejarlo con un montón de desconocidos y niños que posiblemente lleven las mismas ideas retrógradas, machistas y prejuiciosas de sus padres imbéciles?

Samira apretó la mandíbula y luego alzó las manos señalandolo sarcásticamente. —¡Bien! Entonces uno de los dos tendrá que cambiar de turno o renunciar al trabajo, y el niño tendrá que acostumbrarse a no ver a sus padres juntos porque su madre quiere mantenerlo en una jodida burbuja lejos de la maldita vida real.

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