Peleas

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No hay relación perfecta. Y cuando el amor es puro y sincero, entonces lo es menos.

Mark era un omega precioso, no necesitaba maquillaje, ni dietas, ni arreglos superficiales.

Dijeran lo que dijeran, él no necesitaba nada más que su cálido corazón para ser todo lo que Samira necesitaba.

Y aún sabiendo eso. No había forma de que su relación fuera perfecta.

—Solo quiero verme bien para tí.

—Tú ya te ves bien para mí, te ves excelente. Sabes que nadie nunca te mirará más perfecto de lo que te veo yo, así que deja de usar eso de excusa.

—Samira, por favor, deja de discutir. —el omega la miró a través del espejo en el tocador, sosteniendo el labial entre sus dedos.

—Me molesta. —Samira se levantó de la cama y caminó hasta la puerta de la habitación. —Si quieres verte bien para alguien, que sea para ti, no para ese imbécil. —gruñó cerrando la puerta de golpe al salir.

Mark sintió su quijada temblar, un sollozo salió de sus labios mientras trataba de contener el llanto.

Miró su reflejo y se odió. Su pareja tenía razón, lo sabía, pero no podía evitar hacer lo que hacía, así que tragándose su llanto continuó aplicando el labial.

Del otro lado de la puerta Samira suspiraba recargada contra ésta escuchando los sollozos detenerse.

Odiaba hablarle así al que consideraba su omega, su precioso y pequeño omega.

Su mirada se desvió hacia el reloj de pared que había en el recibidor del departamento. Gruñó para sus adentros viendo la hora. En treinta minutos más tendrían que salir de su hogar para encontrarse con aquel alfa que estaba cortejando a su pareja, aunque el omega lo negara una y otra vez.

Los minutos pasaban con lentitud cuando Mark salió de la habitación, cabizbajo y tímido. Samira se encontraba sentada en el sillón, dándole la espalda a su pareja.

Se rehusaba a ver lo hermoso que se había puesto el menor para alguien que no era ella.

—¿Samira? Estoy listo. —Mark se acercó a su alfa para tocarle el hombro, pero apenas estiró su mano de cortos y gorditos dedos, Samira se levantó y lo encaró.

Tragó en seco al ver su rostro indiferente.

—¿Y qué? ¿Quieres que te aplauda?

El omega bajó la mirada dolido cuando ella ni siquiera se detuvo a ver el esfuerzo que había puesto en su apariencia. Apretó los puños y negó levemente con la cabeza, podía sentir el enojo de su alfa a través del lazo, lo intimidaba y lo hacía encogerse en su lugar.

Samira pasó por su lado evitando tocarlo por temor a no poder controlarse. No lo acompañaría, Mark lo supo cuando la puerta de la habitación compartida se cerró a espaldas de la mujer.

Su lobo gimoteó en su interior, llorando por el perdón de su alfa, él mismo quería ponerse a llorar y suplicar porque lo perdonara.

Inhalando hondo trató de controlar sus ganas de llorar y salió del departamento.

Mark y Samira podían ser catalogados por muchos como la pareja perfecta. Amorosos como lo eran, protegiéndose de todo y confiando ciegamente en el otro. Sin embargo, no todo es como se aparenta, y tristemente, ellos también tenían sus defectos.

Y cuando se peleaban, parecía que todo acabaría.

Samira sacó una maleta del armario y comenzó a llenarla de ropa.

Mark entró al lujoso restaurante y caminó entre las mesas siguiendo al mesero hasta la que le correspondía. Un hombre vestido formalmente lo esperaba con una sonrisa en ella, el omega sonrió levemente y se inclinó para besar la mejilla de aquel alfa. La marca en su cuello dolió.

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