Miedos

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Cuando Mark conoció a Samira tenía la idea de que ella era el clásico prototipo de alfa valiente que no le teme a nada ni nadie.

—¡Samira, bajate de ahí!

Que equivocado estaba.

—¡No, y no puedes obligarme!

Mark dejó salir un grito frustrado, y jaló a su alfa del brazo con furia, pero la mayor seguía terca a no bajar de la mesa del comedor, tenía sus mejillas rojas y la cabeza le daba vueltas, pero aún así se resistía con lo único que le quedaba de fuerza en su débil cuerpo.

—Escuchame bien, alfa de pacotilla. —siseó el menor enojado. —Si no bajas de esta mierda y te subes al puto auto yo mismo voy a inyectarte.

Samira abrió la boca indignada. —¡Que grosero!

—¡Samira!

—¡No quiero!

Pero no podía hacer mucho, Samira simplemente tenía miedo de las agujas, y Mark no podía quejarse tampoco, porque a él también le aterraban.

...

—Eres el peor novio del mundo, espero que lo sepas. —siseó la mayor temblando y aferrada al delgado brazo de su omega, Mark hizo una mueca fastidiado.

—Uy sí, soy el peor novio por traerte con el doctor para quitarte de una vez esa gripe.

Rodó los ojos y se recargó en la pared, ambos estaban sentados en unas de las pocas sillas de espera que había en la pequeña sala.

—Prefiero morir en la cama.

Mark ignoró el comentario y comenzó a acariciar con cariño el muslo de la alfa en un intento de calmarla justo como ella solía hacer con él en situaciones así.

—Solo será un piquete, amor, ni lo sentirás. —Samira no tardó en esconder el rostro en el cuello del omega, y Mark casi sintió a su alfa sollozos aterrada. —Vamos, sabes que si no fuera necesario ni siquiera lo habría sugerido.

Samira asintió, pero no se separó de su lugar feliz, justo sobre la marca de su omega, hasta que el doctor les dijo que podían pasar.

—Veo que no mejoró nada desde la última vez. Supongo que no queda de otra.

Afortunadamente el pobre beta ya los conocía lo suficiente como para saber cómo reaccionaría la mujer, así que les señaló a ambos que se sentarán sobre la camilla mientras les decía que tenía que salir un minuto.

Mark aprovechó ese momento a solas para acariciar el rostro de su alfa y dejar pequeños besos en su rostro.

La mujer estaba tan asustada que ni siquiera le preocupaba estarse comportando como una miedosa, algo que en cualquier otro momento sería un duro golpe para su orgullo.

Mark tuvo que disimular cuando el doctor regresó sigiloso, obligó a Samira a verlo a los ojos, aprovechando que su miedo no la dejaba sentir otra presencia además de la de su omega. Los ojitos miel se centraron en los grises llorosos.

—Te amo mucho, mucho mucho mucho. —susurró sonriendo, Samira ni siquiera notó lo tenso que el menor estaba, pero el omega realmente estaba haciendo un gran esfuerzo por no salir corriendo de ahí, porque esa jodida aguja estaba tan malditamente cerca.

—Listo.

La alfa se sobresaltó cuando escuchó la voz del beta, quien sonreía divertido dejando la jeringa sobre el escritorio. Mark suspiró aliviado.

—¿Ves? No fue tan difícil.

...

Algo que a muchos les llamaba la atención acerca de ellos es que compartían varios de sus miedos, como las inyecciones, las alturas, el mar, las serpientes y...

—¡Samira!

El grito aterrado de su omega casi provoca que se corté un mano por el susto. Dejó las verduras sobre la tabla y corrió con cuchillo en mano hasta el baño, donde se supone que Mark estaba tomando una ducha.

—¿Amor? —tocó la puerta dudosa, el llanto se dejó oir y de inmediato abrió la puerta preocupada.

Supo casi al instante lo que pasaba cuando miró a su omega echo bolita en una esquina de la regadera envuelto en su toalla amarilla.

—¡Matala, matala, matala! —repitió señalando a un lugar de la pared.

Samira se obligó a seguir la dirección, encontrándose con una pequeña araña no mayor de 2 cm.

Gimió observando las patitas cafés y el cuerpo redondo. Se agachó sin apartar la mirada del animal y tomó su pantufla, lista para matar al animal que aterraba a su omega.

Mark seguía lloriqueando a sus espaldas y negando con la cabeza con sus ojos firmemente cerrados.

Samira se acercó sigilosa a la araña y cuando sintió que ya no tendría valor para hacerlo, la aplastó con la pantufla y se alejó de golpe.

—¿Murió? —preguntó el omega pocos segundos después, Samira asintió suspirando. —Estúpidas arañas.

—Eres un dramático, creí que alguien te estaba matando. —regañó la mayor colocándose de vuelta la pantufla.

—¿Yo soy el dramático? ¿Tengo que recordarte que casi mueres por no querer ir al doctor a inyectarte? —Mark se quitó la toalla y la colgó del gancho que estaba frente a la regadera. Samira ignoró el cuerpo desnudo y se cruzó de brazos.

—La última vez que enfermaste tuve que amarrarte con una sabana para lograr subirte al auto.

—La última vez que enfermaste tuve que amarrarte con una sabana. —arremedó haciendo la voz exageradamente aguda. Samira gruñó y le dió la espalda para salir del baño.

—Solo apresurate a bañarte, ya casi termino la cena.

—Bien. —refunfuñó el menor.

Por lo menos la araña ya estaba muerta.

Siendo UnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora