Sexo

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Así como le gustan los besos dulces, Mark también disfruta de hacer el amor de forma suave, delicado y tierno. Disfruta sentir que de nuevo es un omega virginal al que desfloran por primera vez.

Le gusta empezar por pequeños besos y leves caricias en su rostro. Que lo desvistan con lentitud y lo recuesten con cuidado en la cama.

Que las manos de su alfa toquen por encima su cintura y los muslos de sus piernas mientras se coloca entre ellas.

Que lo prepare con sus dedos mientras le da tiernos besos en sus mejillas y luego entre con cuidado en él.

Que lo tome mientras repite en su oído cuanto lo ama y lo hermoso que es. Y que al acabar lo mime con tiernas e inocentes caricias hasta caer dormido.

A Mark le gustaba que le hicieran el amor de la forma más romántica que existiera. Sin embargo eso no quería decir que no disfrutara de satisfacer a su alfa.

Samira sabía que su omega era hermoso, lo tenía bastante claro, conocía cada tramo de ese cuerpo, lo había visto desnudo incontables veces y disfrutado de él aún más.

Le encantaba morderlo y succionar la suave piel hasta hacerle notorios chupetones. Le encanta enterrar sus manos entre los muslos del menor y dejar marcados sus dedos cuando lo tomara por las caderas.

Le gustaba embestirlo con fuerza y hacerlo soltar quejidos que la llevarán al paraíso. Chocar la palma de su mano contra sus glúteos y dejarlos rojizos, hacerlo jadear por el esfuerzo y colocar sus mejillas rojas.

Le gustaba ponerlo boca abajo y estrellar la pelvis contra el trasero levantado. Hacerlo llorar por un dolor placentero y que le pidiera más. Tomar sus cabellos y hacerlo estirar el cuello para comérselo a besos.

Le gustaba tomarlo por las muñecas y hacerle suplicar por que lo tocara, que gimiera y gritara su nombre una y otra vez.

Le gustaba el sexo duro y salvaje, caliente y sexy. Porque su omega la llevaba al infierno y le hacía pecar en lujuria, la ponía caliente y deseosa de ese cuerpo curvilíneo. Porque ella sabía que su omega era sexy. Pero también sabía que era hermoso, tierno y dulce.

Y es por ello que lo complacía como más le gustaba, que le hacía el amor de una forma única y especial, que se tomaba su tiempo para hacerlo suspirar y gozar de la lentitud de un beso francés.

Si, porque el placer estaba en complacer al otro, porque se amaban, y no había mayor gozo que ver una sonrisa en el rostro de la persona amada.

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