Nido

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Mark era un omega, y como cualquier otro, sentía la necesidad de tener su propio nido, ese pequeño lugar que era suyo y de nadie más, donde se sentía cómodo, tranquilo y en paz.

Era un espacio en donde nadie entraba sin su permiso, ni siquiera su alfa. Un espacio que protegía y que era su creación, donde había puesto todo su esfuerzo y cariño, donde mantendría a sus futuros cachorritos en sus primeros días, protegidos y calientitos, rodeados del aroma de sus padres, alejados de cualquier mal, porque estarían en su nido, el lugar que tanto le había costado a su omega hacer.

Lo mantenía en el cuarto más pequeño del departamento, ese que él mismo había pintado de color azul oscuro, al que él mismo había pegado estrellitas fosforescentes en todas partes, ese del que había colgado luces amarillas y sabanas bancas con las que había hecho una cueva alrededor del colchón, ese que había llenado de telas, peluches, fotos, y ropa de su alfa.

Era su lugar, su pequeño nido, donde podía llorar y reconfortarce, donde podía hablar con su omega y pensar, donde podía estar rodeado del aroma de su alfa y sentirse protegido. Donde podía sentirse seguro aún si su alfa no estaba.

Y Samira comprendía eso, ella misma le había dado la llave de la habitación para que hiciera su pequeño nido. Porque ella tenía claro que su omega lo necesitaba, y era por eso que en cada ocasión que se habían mudado se había encargado de que su nuevo hogar tuviera siempre esa habitación extra donde su pequeño novio mudaría su nido.

Mark solía pasar sus celos ahí dentro, pasando los dolores que los supresores no erradicaban, envuelto en el aroma que desprendían las ropas de su alfa hasta que ésta volviera para cuidarlo.

Samira había entrado muy pocas veces al nido, ni siquiera se atrevía a tocar la puerta por temor a la reacción de su omega, y de igual forma prohibía a cualquier otro que siquiera se acercara. Protegía el pequeño lugar de su pareja para que Mark pudiera mantenerse tranquilo, para que se sintiera seguro y orgulloso de mantenerlo intacto.

Mark y Samira no solían pasar todo el tiempo juntos, como cualquier otra persona necesitaban su tiempo a solas. Por ejemplo, ese día.

Aprovechando que era su día de descanso en la nueva agencia de fotografía a la que había ingresado, Mark estaba terminando de ordenar su nido después de volver a mudarse porque en el antiguo edificio los habían captado cogiendo en el ascensor gracias a las cámaras de seguridad.

De igual forma Samira no se arrepentía de ello, además odiaba a sus vecinos, en especial a la señora amargada del 230 que siempre le gritaba que controlara a su omega, todo porque a Mark le gustaba pelear con ella diciéndole que dejara de robarse los dulces de recepción porque “de todas formas no logrará endulzar su vida de mierda, anciana amargada”, aunque todos sabían que era Mark quien tomaba todos los dulces para regalarle a los niños que visitaban el parque de en frente.

Su omega era irritante a veces, por lo que no era raro que se llevara mal con algunas personas, sobre todo las de mayor edad que recalcaban el hecho de que una alfa como ella necesitaba a un omega más útil que le diera niños, o que se la pasaban diciendo que los omegas deberían quedarse en casa en lugar de trabajar.

Pero eso a ella no le importaba, su omega podría pelearse con quien quisiera y Samira lo dejaría porque parecía que así se le quitaba lo aburrido.

Y justo ahora que se encontraba terminando de acomodar su lugar feliz, Samira miraba un aburrido documental sobre las pinturas rústicas de algún lugar que no le interesaba en absoluto.

Suspiró subiendo las piernas al sofá para acomodar mejor el codo sobre el apoya brazos. Recargó la mejilla contra su mano derecha y tomó el control remoto con la otra dispuesta a buscar algo mejor para ver.

El bonito y dulce olor de su pareja flotaba por todo el departamento, sin embargo cuando comenzó a intensificarse supo que su omega se estaba acercando, pronto escuchó su voz y los rápidos pasitos que hacía desde su cuarto hasta la sala.

—Ya casi acabo, estoy terminando de pasar la ropa, ya terminé con las fotos... Sí, sí, ya puse la planta que me dijiste...

Giró el rostro para alcanzar a ver a su omega. Mark hablaba por teléfono con alguien que suponía era Lya mientras batallaba con el empaque de unos dulces que traía en sus manos.

Llevaba sobre su cabeza un brasier rojo con encaje y abrochado bajo su mentón junto a una camisa blanca y holgada que estaba bastante segura no era de él. Samira lo vió perderse dentro de la cocina mientras discutía algo con la persona del otro lado de la línea.

La alfa suspiró sabiendo que la camisa de su pijama no regresaría y resignada a perder uno de sus más recientes brasieres, de nuevo. ¿Acaso no pensaba devolverselos nunca?

Bufó y regresó la vista a la televisión, anotando mentalmente que debía ir a comprar más ropa esa semana, o pronto tendría que ir a las juntas de su trabajo en toalla.

Pero no importaba, todo fuera con tal de ver a su amado, tierno y cacheton omega feliz.

Mark salió de la cocina sosteniendo un paquete de frituras que no sabía que tenían y aún hablando por teléfono.

—Mark. —lo llamó viendo como de inmediato colocaba el empaque bajo su axila y tomaba el teléfono con sus manitas.

—Espera un poco Lya. —tapó la bocina de su celular y miró a su alfa.

—¿Qué pasa, bebé?

Y ahí, viéndolo vestir su camisa blanca de la pijama y con sus boxers azules cubriendo la suave pila morena de sus piernas, con su preciado brasier rojo sobre su cabeza y los lentes de marco negro resbalando sobre su bonita nariz, ahí, viéndola como si no hubiera nada más importante que ella. Samira supo que definitivamente todo valía la pena por ese pequeño ser cachetón.

—Te amo. —dijo con una pequeña sonrisa. Las mejillas del menor se colorearon de rojo mientras extendía una preciosa sonrisa que dejaba ver su coqueto dientito chueco. Samira no evitó suspirar enamorada.

—También te amo. —le lanzó un beso que ella devolvió antes de que Mark regresara su atención al teléfono y siguiera su camino hacia las habitaciones.

Samira mantuvo una leve sonrisa sobre su rostro mientras cambiaba los canales de la televisión, porque definitivamente los suspiros que le hacía soltar su omega siempre serían los mejores. Incluso si eran de resignación por perder su ropa en el susodicho nido.







Corregí un poco el capítulo de Reconciliación, por si gustan pasarse por ahí de nuevo. Gracias por leer y cuídense mucho por favor.

Siendo UnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora