🦋 Capítulo 8: parte dos

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Diego coge un carrito y nos dirigimos en silencio a los grandes pasillos del supermercado.

Muerdo nerviosamente mis labios. ¿Por qué me trajo aquí? ¿Acaso tendrá una cita y necesitará consejos de que se come en una cita? Si ese es el caso, pues te has equivocado de persona, querido Widget.

—Oye —atraigo su atención—. Ya basta de tanto misterio, dime por qué me has traído aquí.

Él apoya sus antebrazos sobre el mango del carrito, inclinándose un poco hacia delante y me mira sonriendo. Se detiene y empieza a mirar las estanterías, donde se encuentran los garbanzos, lentejas, arvejas y toda cantidad de legumbres. Agarra dos pequeñas bolsas y empieza a hablar, sin mirarme y dirigiendo su mirada a los garbanzos.

—Las lentejas son una fuente de hierro, dime ¿te gusta la lenteja? —pregunta con el semblante serio.

¿Es en serio? ¿Qué pretendes, Diego?

Ignoro las preguntas que se empiezan a formular en mi mente y, con el ceño fruncido, asiento con la cabeza más de una vez.

—Genial —dice con alegría, metiendo las dos bolsas al carro.

¿Acaso necesita mi aprobación para saber si su cita le gustara la lenteja? «¿Pero que estás diciendo, Haydee?, ni siquiera sabes si es para una cita.»

Diego agarró otras cantidades de legumbres y siguió avanzando hacia otro sector. Honestamente, me sentía como un poste de luz, estaba mirando solo lo que Diego hacía, porque si le preguntaba el por qué estaba aquí, cambiaba de tema. Ahora mismo me está preguntando si me gusta la acelga y la espinaca.

—La acelga si —respondo—. La espinaca no.

Ahora mismo me siento un robot, esos que responden las preguntas automáticamente.

«Ridícula». Me digo a mi misma por mi repentino pensamiento.

Diego se queda pensativo unos segundos y dirige su mirada a mí.

—¿Por qué la espinaca no?

El sentimiento agridulce me invade al recordar.

—Hubo una época donde Evelyn se volvió loca por ellas —empiezo y juego con las mangas de mi suéter—. ¿Me creerías si te dijera que en una semana entera nos hizo comer espinaca a todos?

Diego levanta sus cejas y carcajea.

—Vaya, dime que ella también se cansó de comer espinaca.

—No —niego con la cabeza—. Siempre le ha gustado —digo con melancolía.

Veo fijamente a los ojos a Diego al darme cuenta de que él no conoce a Evelyn. Veo en sus ojos la curiosidad de saber quién es, aun así, no dice nada y lo agradezco.

Él se da la vuelta y habla con el señor que se ocupa del sector de verdulería y le pide dos ramos de acelga. De repente, siento como suelto todo el aire que estaba reteniendo y como mis músculos se van relajando.

Me atrevería a decir que estuvimos casi una hora metidos en aquel supermercado. Diego cada vez que veía algo me preguntaba que me gustaba y que no. Mis intentos del saber el por qué fueron en vano, él siempre invadía la pregunta así que me quedo con mi ridícula teoría de que tendrá una cita. No olvidaré su cara de indignación cuando le dije que no me gustaban los frutos secos. Compro varias cantidades de verduras, legumbres, pastas, carne. ¿Acaso haría un buffet para esa cita? Por no mencionar que fue también llevo yogur y leche.

Solo me limité a no hacer más preguntas y ayudarlo a escoger cada cosa. Ahora estaba guardando las bolsas en el baúl del auto y yo me metí adentro del auto. La llegada del invierno ya había llegada definitivamente.

Diego se metió adentro del auto y se puso el cinturón de seguridad, antes de arrancar se aseguró de que yo también me lo haya puesto. Al parecer, Diego sabía mis intenciones de seguir interrogándolo, pero puso la radio y se limitó a cantar Queen durante todo el camino.

Diego estacionó el auto frente a mi casa y se bajo del auto sin decir nada, dirigiéndose a la parte trasera del auto. Extrañada, desabrocho el cinturón de seguridad, bajo del auto y veo lo que él está haciendo, lo cual me deja atónita.

—¿Por qué estás bajando las bolsas? —le pregunto.

Diego cierra la puerta del baúl y me mira con ambas bolsas en las manos. Camina hacia el porche de mi puerta y mi paciencia ya llego al límite, por lo que, me doy la vuelta y camino deteniéndolo.

—Diego, ya basta.

Él se da la vuelta y me mira fijamente, como si quisiera decirme algo a través de ellos, pero no logro descifrarlo.

—Entiendo si tendrás una cita, pero ¿no te parece demasiado cocinar en mi casa?

Me mira incrédulo y acto seguido, empieza a carcajear tanto que por un momento se retorció de la risa. Pase de sentirme a un poste de luz a un payaso.

—¿De qué te ríes? —digo un poco fastidiada.

—¿D-de verdad creíste qu-que tendría una cita? —habla entre risas.

Si antes me sentía ridícula, ahora me siento aún más.

—¿No tendrás una cita? —enarco una ceja.

Diego niega con la cabeza sonriendo.

—Si tendría que tener una cita, la tendría contigo. —Sus ojos estaban clavados en mí y todo rastro de gracia desapareció—. Esto es para ti —levanta las bolsas—. Sé lo que te sucede y lamento entrometerme en tu vida de esta forma, pero no aceptaré un no como respuesta. Tómalo en agradecimiento por lo que haces por Daniel.

Por un momento, sentí el aire dejar mis pulmones. Me quede paralizada procesando todo lo que él acaba de decir. Baek es el primero que viene a mi mente, él es el único que sabe sobre esto. Respiro hondo varias veces porque no sé que ni cómo actuar en esta situación. Quiero decir no, pero cuando era niña, mama me dijo que rechazar un regalo es de mala educación y yo quería ser mal educada en estos momentos, pero Diego se pasó toda la mañana preguntándome que me gustaba y que no.

Camino hacia él y lo miro a los ojos.

—Gracias —es lo único que sale de mis labios.

Todo rastro de preocupación desaparece de su rostro y eleva las comisuras de sus labios.

—¿De verdad creíste que tendría una cita?

—Ya basta. —Le di una palmada en el hombro y reí.

—Bueno —vacila antes de hablar—. Si me permites, me gustaría preguntarte si querrías tener una cita conmigo, querida Haydee. Mira, hasta ya tengo la cena —eleva las bolsas y suelto una risa.

—Solo porque tengo hambre y no quiero cocinar —bromeo, abriendo la puerta y frunzo el ceño al escuchar la risa de un hombre.

—Lastimas mis sentimientos, pero está bien —lo oigo decir.

Avanzo hacia la sala, y acto seguido, veo a mamá besándose con aquel hombre en el sofá y recuerdo aquel hombre, era el que estaba en el café. Entonces, mi burbuja se rompe trayéndome a la cruel realidad de esta situación.

Mamá ha vuelto.

Mamá ha vuelto

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Aprendiendo a Volar (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora