"Solo abrázame una última vez y suéltame para que pueda caer por completo."Desde que Diego volvió aparecer en mi vida, una pizca de felicidad volvió a mí. Eso se sentía tan bien al igual que sentirse horrible.
Una vez he oído que, hay personas que llegan a nuestras vidas pero en el momento equivocado. No sé si realmente sea así, pero así lo siento.
Si tendríamos que hacer un balance de mi felicidad con el dolor sería un: 95% a 5%. No hace falta aclarar cuál es cuál.
—¿Estás bien? —habla Diego deteniendo el auto frente a mi casa.
—Algo así —me encojo de hombros.
Levanta las comisuras de sus labios y agarra mi mano.
—Iré a comprar algo de comida, ¿te parece?
—Suena genial —sonrío—. Ya quiero ver a mi madre —le doy un beso en la mejilla y abro la puerta del auto—. ¿Nos vemos en un rato? —coloco mi mochila en mi hombro y salgo junto con mi maleta.
—Nos vemos en un rato —sonríe y cierro la puerta asintiendo.
Se marcha y doy la vuelta viendo la puerta blanca de casa. Estoy nerviosa y no logro saber el porqué con exactitud.
Avanzo y una vez en la puerta, tomo el pomo y antes de abrirlo tomo un breve respiro. Inhalo y exhalo más de una vez.
«Es hora».
La giro por completo, y entro.
Nada ha cambiado, las paredes siguen siendo igual de depresivas que siempre y la casa tan silenciosa. Solo una cosa era distinta, y era ver a mamá bajando con sus maletas.
Cierro la puerta y dejo mis cosas en el costado del pasillo. Avanzo con el ceño fruncido y siento mi corazón latir más de lo normal, al igual que, mis manos sudar mientras tiro del remango de mi sudadera gris.
—¿Mamá? —su vista hostil se fija en mí y avanza sentándose en el sofá, colocándose su abrigo marrón. Viste unos zapatos azul oscuro, jean negro y una blusa azul.
—Hasta que te dignas aparecer —ironiza.
—Te he llamado ciento de veces y nunca contestaste.
—Oh, ¿de verdad? —mira el techo fingiendo que está pensando—. Oh... Tienes razón, pero no me interesaba hablar contigo -ríe.
Ignoro su comentario y con voz trémula pregunto—: ¿A dónde vas?
—Me iré lejos —se pone de pie y avanza hasta quedarse frente a mí—. Lejos de ti, lejos de la patética chica que vende sus obras en internet y lejos de la que arruinó mi vida por completo.
Jadeo y la agarro de las manos.
—¿Qué tonterías dices, mamá? —la miro desesperada—. ¿A dónde irás? Tu hogar es aquí, conmigo.
—¿Contigo? —se suelta bruscamente y me empuja levemente—. Mataste a tu hermana, metiste a tu padre en la cárcel y ¿sigues pensando que este es nuestro hogar? Que estúpida eres.
—¡Yo no maté a Evelyn! —siento como todo arde todo de mí—. ¡Lo único que hice fue meter a ese hijo de la gran puta donde se merece ir!
Su mano impacta en mi mejilla haciendo que gire hacia un costado y sienta el ardor en ella.
—¡Todo es tu maldita culpa! —vocifera con furia.
—¡Joder, Mamá! —la miro ignorando todo el dolor que estoy sintiendo—. ¿Qué más necesitas?, ¿necesitabas verlo directamente para creerme? —mi voz se quiebra—. S-soy tu hija, y debería odiarte, la persona que más amo en este mundo me está hundiendo. ¿No ves que estoy lo suficientemente destruida?
—Solo veo a alguien que arruinó mi vida —me da una mirada llena de odio y se dirige por sus maletas.
—Mamá, no te vayas —avanzo un paso hacia donde está, sintiendo mi mundo derrumbarse—. Eres lo único que tengo, Mamá. Prometo que todo se solucionará, ódiame, insúltame las veces que quieras, pero no te vayas —las lágrimas corren por mis mejillas—. No lo hagas.
Se me queda viendo unos segundos y no veo nada más que odio. Mueve sus maletas y se dirige por la puerta abriéndola.
Antes de salir me da una última palabra—: Suerte con tu patética vida.
Cerro con un golpe seco la puerta y todo se quedó en silencio.
Se fue.
Lo único que se escuchaba era mi respiración agitada. Mis rodillas tocan el suelo y mis manos temblorosas cubren mi rostro.
Las lágrimas corren sin cesar, las lágrimas eran un grito profundo de dolor y los sollozos un golpe al alma.
—No —susurro—. Esto no es verdad —niego repetidas veces con la cabeza.
Me levanto del suelo y voy a mi habitación sacando mi teléfono marcando el número de Mamá.
El número que usted marca no está disponible...
—¡Maldición! —entro y llamo de nuevo.
El número que usted...
Dejo caer el teléfono al suelo y suelto un jadeo para luego gritar de dolor.
—¡¿Por qué?! —grito—. ¡Todo lo que hice fue por nosotras, mamá! ¡Por Evelyn!
Llevó las manos a mi pecho haciendo presión porque está mierda duele, arde y siento que estoy agonizando.
Respiro con dificultad y me muevo hacia el escritorio buscando el frasco que lo encuentro enseguida sobre la pequeña estantería.
Abro el frasco y no mido la cantidad de pastillas. Solo quiero que, todo deje de doler, que el vacío deje de sentirse tan vacío y todo calle por un tiempo.
Solo... solo quiero que esto deje de doler.
Me llevo las pastillas a la boca y las trago con dificultad. Ese 95% borró el rastro del 5% superando el 100% de mi límite.
Siento mi cuerpo pesado y mi vista se nubla, el frasco cae al suelo y yo seguidamente.
Jamás me sentí tan débil como ahora. Mi cabeza da un golpe contra el suelo y escucho mi teléfono sonar.
Mis brazos caen débilmente hacia los costados y mis lágrimas siguen cayendo.
Trato de mantener mis ojos abiertos, pero cada vez se hacen más pesados.
—¡Llamá a la ambulancia! —siento qué alguien se arrodilla y coge mi cara, pero no logro ver quién es—. No cierres los ojos, quédate conmigo.
Todo se oye lejano...
—¡Haydee, por Dios!
«Lo siento». Es en lo último que pienso.
Todo se nubla a mi alrededor y antes de sentir la oscuridad por completo escucho los gritos desesperados de Elois y Diego.
Lo siento.
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Aprendiendo a Volar (REESCRIBIENDO)
Short StoryHaydee se identifica con las mariposas, aquellas que están a punto de romperse, aquellas que quieren volar alto y aquellas que vuelan con las alas rotas. La desesperanza, el dolor y la culpa es lo que ocupa Haydee Clarkson en su día a día, convivien...