Capítulo 10

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-Solo no te muevas mucho. -Gemí aún con su miembro duro encajado hasta lo más profundo.

-No decías eso hace un rato. -Su rasposa voz acarición mis oidos, estaba agotado, habíamos follado tanto que no me quedaban fuerzas.

-Idiota. -Mi respuesta tenía como objetivo, salir ofensiva sin embargo se empujó una vez más y gemí, de dolor, de placer.

-Luces tan destrozada justo ahora, mírate...tan domada, tan perdida...tan mía.

-No soy una mujer, deja de llamarme como una. -Protesté molesto pero la verdad era que si estaba tal cual decía.

-Ve a lavarte princesa, quiero que descanses. -Una caricia leve rozó mi cadera derecha, tan sutil como extraña pero esa fue mi señal para levantarme.

-Será mejor que me vaya, es tarde. -Hablé algo nervioso, realmente no sabía por que lo estaba pero me sentía así. Esa caricia y la forma para nada posesiva en que me mandó a lavarme, estaban por encima de mi control.

-¿Irte? -De repente su semblante se tornó serio, la caricia pasó a ser un agarre y empujó nuevamente su erección dentro de mí. Gemí, no pude evitarlo, me gustaba sentirlo clavado en mi interior.

-Si...-Intensificó la fuerza con la que me apretaba y sus ojos se tornaron oscuros, muy oscuros.

-No vas a irte a ningún lugar. Vas a la ducha a limpiarte y regresas a esta cama, no es opcional.

-¿Disculpa? -Quise levantarme, hacerlo salir de mi interior, alejarme del aura oscura que lo rodeaba en ese momento pero lo impidió. Se clavó fuerte en mí, haciendo que gritara de dolor y esta vez no hubo placer. Estaba siendo muy rudo y su mirada me intimidaba. -Déjame ir.

-Dije que no, vas a la ducha o te arrastro a ella, no juegues con mi paciencia.

Otro grito salió de mi boca cuando se enterró fuerte, dolía como el infierno y realmente no quería, estaba lastimado de la cantidad de veces que me folló. A él no pareció importarle y siendo todo lo bruto que quiso, siguió y siguió empujando dentro de mí, lastimando mi interior, haciendo que gritara de impotencia, de rabia, del más crudo dolor. Sus ojos se nublaron, lucía como un adicto durante una sobredosis, abstraido totalmente del mundo que lo rodeaba y yo quise escapar pero me dominó. El único consuelo, fue sentir su semen inundando todo en mí, liberando de su boca un gruñido animal, extasiado y complacido, sin percatarse de las lágrimas reales que lloré. Quiso abrazarme, quiso que me acomodara en él después de lo que hizo pero me armé de valor.

-Nunca en tu vida vuelvas a intentar buscarme. Se que tienes contactos en todos lados y será difícil escapar de tí pero juro por Dios, que si intentas una vez más acercarte...lo vas a lamentar.

A penas fue consciente de todo lo que dije, de la rabia genuina que brotaba de mí, del verdadero sentimiento de asco que justo ahora tenía, no reaccionó cuando recibió el golpe, no intentó detenerme cuando volví a cargar contra su rostro. Solo me detuve cuando mis puños dolieron y su nariz botaba sangre. Me levanté de la cama sintiendo mi cuerpo partirse a la mitad, el dolor punzante subiendo por mi columna, el orgullo roto y el alma herida.

Me vestí a duras penas, podía sentir sus ojos siguiendo mis movimientos, observándome incrédulos, perdidos, desorientados pero no podía seguir en este lugar. Caminé pensando que en cualquier momento me quebraría, que mi interior se desgarraba sin detenerse pero seguí, solo miré atrás una vez, quería ver su rostro cuando notara mi expresión de odio puro. Admitir que su mirada me descolocó, fue una de las cosas más difíciles que hice, no esperaba ver arrepentimiento en él pero no había vuelta atrás.

-Yo...no quería...yo...te...

-¡Cállate! Si tienes al menos una gota de consciencia, será mejor que te calles. No quiero escuchar tu voz, no quiero saber nada de tí. Eres un ser despreciable y me das asco. Estás muy enfermo, eres un mostruo y te quiero lejos de mi vida o iré a la policía a contar que me violaste.

-Yo no...

- No...no hables más. Te odio. Te odio. ¡Te odio!

Grité como un maniático y huí de ese lugar. El trayecto a casa fue horrible, me dolía el cuerpo pero más el alma, había hecho que sintiera asco de mí mismo, que deseara estar muerto para no sentir tanto dolor, tanto desprecio. Yo no era la mejor persona del mundo, había vivido bajo mis propias reglas y siempre evité que algo externo me afectara pero había llegado él y sin avisar...derrumbó todo.

Cuando estuve en mi apartamento me permití llorar, no recuerdo cuando fue la última vez que lo hice de verdad y mi pecho a penas lograba aguantar el vacío. La ducha no me limpió, solo lavó la suciedad física pero el verdadero infierno estaba en mi interior. Caí a la cama sin siquiera secarme, el agua permaneciendo pegada a mi cuerpo, mi mente a penas funcionando y mi corazón...roto.

Las horas pasaron largas y silenciosas, permitiendo que la humillación vivida diera vueltas en círculos, que quedara grabada en mi piel con fuego vivo pero no el fuego de la pasión y el placer sino el fuego abrasor y destructor de las profundidades del infierno. ¿Cómo alguien que se veía tan bien podía hacer tanto mal? Pensar en sus ojos perdidos mientras me usaba, hacía que todo se revolviera dentro de mí, que quisiera arrancarlo de mi cabeza.

Me gustaba el sexo duro, él había sido la pareja sexual que más disfruté pero no creí jamás que fuera capaz de violarme. Yo lloraba, lloraba de dolor, pedía a gritos que se detuviera y él no lo hizo, solo empujó y empujó hasta que todo quedó dentro de mí, hasta que sus fluidos cubrieron mis paredes. Tenía tanto asco, yo me daba asco, me sentía tan pequeño, tan desechable, tan jodidamente sucio. Nunca antes me sentí así, nadie me había humillado de tal forma, ni siquiera él mismo cuando me escribió aquel mensaje pero si algo sabía ahora, era que no podía permitir que nunca otra persona hiciera de mí un objeto.

Sacudí mis lágrimas y cerré los ojos, necesitaba descansar y ya no tenía ni idea de la hora que era, tampoco me importaba. Lamenté en silencio haber caído en su juego, haber dejado que tomara el control sobre mí pero no quería pensar más. Ahora no era fuerte, no valía nada y estaba roto pero tal vez fue necesario que algo así me pasara para comprender que en ocasiones y aunque creamos que no lo merecemos, es necesario que haya un punto de trueque para que nos haga bajar. No me merecía esto, nadie tenía el derecho de hacerme algo así pero justo eso me hizo comprender que necesitaba cambiar, darme el valor que merezco y ser yo quien elija a quien quiero en mi cama, en mi vida y Joel Pimentel, nunca más iba a estar.

Quien solía ser ll JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora