- Lali, ¿podes levantarte por favor? ¡No te puedo creer que hasta el último día vas a dar trabajo! Espero que a donde vayas, empiecen a trabajar por lo menos a las 6 de la tarde... porque si no, ya te veo con el bolsito de nuevo en Mogotes pasado mañana...
- Má, basta... ya voy, ¡no grites por favor!
- ¡Las facturas salieron hace 10 minutos!
Lali, Mariana, 29 años. Su don más elogiable no es precisamente el madrugar, y eso estaría perfecto si su trabajo no exigiera que ella se levantara a las 5 am, porque la materia prima con la que trabaja, se empezó a amasar una hora antes.
Hija de Vicente y Margarita, dos marplatenses que a base de mucho trabajo, lograron continuar con la panadería familiar de los padres de Vicente, dos italianos que aprendieron el oficio desde pequeñitos.
Enzo y Francisca, llegaron a Argentina con 11 y 9 años en 1947, huyendo de la miseria y la devastación de la Italia de post guerra. Con dos valijitas de cuero, que casi no contenían, nada más que los sueños de tener una vida digna y poder comer todos los días. Los subieron a un barco en el puerto de Trieste, al norte de Italia, en una especie de territorio "limbo" disputado entre Italia y la ex Yugoslavia, en el mar Adriático. Quedaron al cuidado de un marinero que trabajaba allí, y que inmediatamente después de atracar, un mes después en Buenos Aires, les perdió la pista.
A Francisca la fueron a recoger sus tíos, pero Enzo no corrió la misma suerte, ya que la carta que sus padres habían escrito para que un familiar fuera a buscarlo, se perdió en el espacio infinito del océano que nos separa de la península Itálica, y allí se quedó varado, en el hotel de los Inmigrantes, durante 12 días, hasta que los tíos de Francisca volvieron por él.
Desde ese día y hasta hoy, jamás se separaron. Él 85, ella 83 y ambos siguen merodeando la panadería que abrieron en los años 60, como un pequeño despachito de pan de camino a la playa de Punta Mogotes, en Mar del Plata, la ciudad más emblemática de la costa atlántica Bonaerense.
Tuvieron a Vicente y Estela, y pronto los hijos continuaron el mandato familiar de trabajar en la panadería. Estela la abandonó cuando se casó con Carlos y formó su propia familia, pero Vicente trabajó a destajo junto a sus padres para lograr lo que hoy tiene, un negocio que le dá de comer a los suyos y a varias familias del barrio, porque muchos de los empleados se criaron allí.
Lali tiene dos hermanos mayores, Nicolás y Mateo. El Primero, el más serio y responsable de los tres, es quien acató el trabajo que su padre le impuso desde adolescente. Se encarga del reparto, los pedidos y en los últimos meses trabaja a lo bestia, porque lograron conseguir la concesión para abastecer a comedores comunitarios, escuelas y centros de jubilados, y eso demanda estar todo el día repartiendo. Eternamente de novio con Gimena, viven juntos, pero como ella pasa el día trabajando en su fábrica de mallas, Nicolás a pesar de estar tocando los 35 años, sigue comiendo en casa de sus padres sin que lo puedan sacar ni tirándole agua hirviendo.
Mateo es el tiro al aire, el que les sacó canas de todos los colores a sus padres, durante sus 33 años. Una especie de grano en el culo para todos en esa casa, y a quien según la abuela Francisca, es a quien tienen que tratar con dulzura, porque "es el del medio, y los del medio, siempre tienen problemitas"
Mateo reniega de estar allí, confinado en un trabajo que no le gusta, y que hace a desgano porque su sueño es tener su taller de motos. Busca constantemente locales para alquilar, porque quiere abandonar el que se montó en el garaje de sus abuelos, y vivir rodeado de paredes con escapes de acero inoxidable y el ruido ensordecedor de los motores.
Falsificó la firma de Vicente durante el último cuatrimestre de 5to año, porque su objetivo, ya había sido cumplido, se fueron a Bariloche en julio y después del viaje no apareció más por el colegio. Y mientras sus padres pensaban que estaba en clase, él se escapaba doble turno al taller de Roberto a aprender el oficio.
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Mis cinco sentidos
FanfictionMi abuela decía que el amor nacía en el estómago. En su época si querías enamorar a un hombre, la condición excluyente era que supieses cocinar. Pero además, que supieses hacerlo bien, y esa era la fórmula perfecta para garantizar el amor, un matrim...