Capítulo 3: El viaje

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Candela entra apresurada, con el poco de café que le queda en su vasito de cartón, después de apretar el timbre que dice "personal" y que la voz de Gastón al otro lado, le diera el caluroso recibimiento de todos los días. - ¡Llegas tarde Candela!

Ya lo sabe... llega tarde, porque ya no aguanta ir en ese horario a: "hacer postres" y además ir por la noche a: "hacer su trabajo". Violeta es poco menos que un cero a la izquierda, y entre los tres, buscan recetas de Nana, para sobrellevar ese período de locura.

- ¿Hay mucha gente afuera?

- Sí... como 10 más. Hay una chica a la que le tiré el café encima, espero que no quede, porque me vá a tirar leche hirviendo en cuanto me descuide – Gastón chasquea la lengua y revolea los ojos – Ya no te alcanza con hacer cagadas acá adentro, ¿afuera también?

- ¡No seas así!, fue un accidente. ¡Pobre!, encima me preguntó por Eugenia, espero que no sea familiar o algo, ¡porque me rajan! Te pido por lo que más quieras Gastón, ¡tomen a alguien hoy!, hace tres días que vienen entrevistando gente y ninguna queda – le suplica al borde del llanto.

- Es Peter, nadie le convence, vamos a estar así hasta fin de año...

- ¡Avisámelo!, porque renuncio... ¡yo no aguanto más! ¿Se dió cuenta de lo de anoche? – Gastón deja caer todo su cuerpo sobre la encimera de acero inoxidable y se lleva las manos a la cabeza. Casi no recordaba el episodio de la noche anterior - ¿Y a vos que te parece Candela?... ¿vos te darías cuenta si la mousse de chocolate tiene sal en vez de azúcar?

- Bueno ché... yo no uso azúcar para nada, me confundí... ¡Soy humana!

- ¡Sos torpe, eso es lo que sos! –Y a Gastón a esa hora de la mañana, ya le empieza a bullir la úlcera.

Peter tiene un ritual indeclinable cada noche. Una vez que termina la jornada, acalorado, sobrepasado de adrenalina, extenuado de cansancio, su forma de hacer catarsis y desconectar del estrés que implica la cocina de un restaurante como el suyo, es encerrarse en "la pecera" de su abuela y tomarse un té, con una porción de algo dulce que haya quedado.

La pecera, es un cubículo vidriado que hay en un extremo de la cocina, en donde Nana se encerraba y donde preparaba sus postres. Es la forma perfecta de no vincular nada salado con la parte dulce, y hasta de mantener los olores inmiscibles. Absolutamente ningún utensilio se comparte, y es territorio protegido del pastelero. Allí trabajaba ella sin que nadie la perturbe y sin que los gritos de la cocina la distrajeran.

Cuando terminaba, mucho antes que la cocina, la pecera quedaba libre, y allí se iba Peter a encerrar, mientras el resto concluía la jornada laboral. A veces su abuela lo esperaba, y ella misma le preparaba el té.

Ese era su lugar de escape. Y cada noche mientras tomaba su infusión, saboreaba cualquier delicia dulce que hubiese hecho Nana, mientras escuchaba música clásica que le ayudara a bajar del infierno exterior.

Anoche quiso cumplir con ese ritual, y entendió inmediatamente porque habían devuelto todas las porciones de mousse de chocolate de la noche. Candela le puso sal en vez de azúcar, y cerca de la 1 de la mañana casi estalla la tercera guerra mundial.

Sólo el que habita una cocina, sabe el nivel de estrés que se maneja allí dentro. Gritos, corridas, quemaduras, caídas, recriminaciones, apurones, a veces llantos y hasta mucha fuerza de voluntad para no putearse unos a los otros.

Las cocinas son un ambiente de trabajo hostil. Realmente para que funcione un grupo de trabajo, es necesaria mucha confianza en los compañeros, mucho espíritu de equipo, y la templanza suficiente como para no tomarse las puteadas como personales, sino como un cable a tierra de descarga del que está sobrepasado, (que suelen ser todos).

Mis cinco sentidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora