Capítulo 11: La cabra y el caballo

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Lali lo mira a los ojos, pero alterna en volver a mirar los frasquitos de té, haciéndose la desentendida, o la que no está todo lo interesada que está, en decirle que sí.

- Dejá Peter... ya entendí que es tu negocio, y que vos ponés las reglas... - y avanza unos metros pasando el dedo por una mesita perfectamente preparada para un almuerzo coqueto.

- No, no... eso está bien, pero yo quiero pedirte disculpas por la forma en que te hablé. – Ella se gira y lo mira algo confusa – Fuera de broma te digo, ¿De verdad me seguiste? ¿O es pura casualidad que estés acá?

- ¿Qué te gustaría que te dijera? – Él se sonríe y ella resopla, porque no le gusta que la boludeen, pero esa sonrisa le encanta. – ¡Si puede ser la verdad, te lo agradecería! ¿Sabés?

- Está bien, ya te lo dije... anoche cuando se despedían, escuché a Candela decir, que venias acá.- Y ahora Lali está extasiada mirándolo, porque además de lo lindo que es, siente que lo tiene en sus manos. Le observa los lunares de la mejilla, escondidos debajo de una barba de pocos días, y la nariz perfecta. Con tanta insistencia, que siente que él tiene que desviar la mirada, porque llega a inhibirlo.

- ¿Pero cómo sabías la hora, el lugar? – Él se sonríe, porque siente que ya está aflojando, y que fué una idea desestabilizante y muy certera, esa de esperarla hasta que entre a ese lugar, que es visita obligada de cualquiera que vaya al Barrio Chino.

- ¿La verdad, verdad?... te esperé. – Y se lo dice con las manos en los bolsillos, y con cierta resignación, de saber que se está volviendo muy vulnerable frente a ella. - ¡De una manera u otra sabía que ibas a venir a este lugar!

Lali mira a su alrededor, como chequeando que todo es tan bonito, que sí, es un paso obligado para cualquier turista novato.

- Dale... ¿vamos a comer?... ¡tengo hambre! – Y aunque ella quisiera aguantar un poco más su pseuda indiferencia, se sonríe de a poco y con una caía de ojos que indica afirmación, la sonrisa de él muestra la alegría de saber que van a poder compartir algo más que espacio de trabajo, aunque sea por unas horas.

Cuando salen de Tina&Co, ya empiezan a caer las primeras gotas de lluvia, y Peter le apoya la mano suavemente en la espalda, para indicarle hacia donde van.

- ¡Tengo paraguas, esperá!...- Y saca uno de esos mini plegables, que tranquilamente podría haber comprado allí, pero que sin embargo, tiene hace meses en su bolso, porque en Mar del Plata es un artículo mega necesario, casi como llevar pañuelos. Y en una imagen que ni ellos mismos hubiesen imaginado, Lali lo despliega, y Peter lo toma, para que los abarque a los dos, mientras se pega mucho a su cuerpo, y casi que la cubre, para que no se moje.

- ¡Es ahí, en la esquina!

No parece el típico restaurante chino barato. Es elegante para lo que suelen ser el promedio de ellos. Una gran ventana a la calle sobre uno de los laterales, invita a ver parte de la cocina, el proceso de preparación y como se saltean las verduras y mariscos. Casi parece un espectáculo circense, y dos chicos orientales, sacuden en el aire sus wok, y hacen malabares con las palas en las planchas, cocinando algo que a simple vista, parece exquisito. (Y lo es)

La Host los recibe y los invita a sentarse en un box bastante íntimo. Cientos de lámparas de papel cuelgan del techo a distintas alturas, y el ambiente se vuelve acogedor, por la luz tenue y amarillenta, y porque afuera se oscureció bastante por la tormenta.

La decoración es moderna y nada ostentosa. No hay dragones, ni pagodas. Nada que emule a los típicos restaurantes chinos. El toque mágico lo ponen las lámparas de papel, que le dan calidez y sofisticación al lugar.

Mis cinco sentidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora