Capítulo 18: Aprendiz

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Un mes después de la llegada de Lali a ese aquelarre, todo se había transformado bastante. No sólo para ella y Peter, sino para todos los que convivían dentro del lugar de trabajo, y empezaron a estar más atentos a las cosas que ellos compartían.

Si bien eran muy discretos, y no se mostraban abiertamente involucrados a los ojos de sus compañeros, una inmensidad de señales ocultas comenzaron a circular entre ambos. Miradas, roces al pasar, sonrisas cómplices y hasta notitas que nadie pudo pescar, porque ella las leía con rapidez y las escondía en su delantal, o él en su chaqueta. La coincidencia era que ambos se sonreían como bobos al leer el papelito, y luego lo doblaban y guardaban como si ese fuese su secreto de Estado.

Y todos los escenarios posibles se convirtieron en espacios aptos para dar rienda a su deseo, sobre todo la pecera... ¡especialmente la pecera! Pero no fue el único lugar que los encontró jadeantes y sudados por el arrebatamiento del sexo. Hubo más, porque lo que menos les interesaba era el lugar, sino satisfacer lo que estaban sintiendo en ese instante exacto.

De pronto el mármol frío de la encimera, se convertía en un excelente espacio, propicio para dar rienda a embestidas precisas, manos que se deslizaban apresuradas por sus cuerpos algo torpes y ávidos de satisfacción, y el espacio se llenaba de interjecciones y sonidos jadeantes imposibles de descifrar más que con el diccionario de la lujuria en la mano.

No sólo la comodidad de la encimera, también la oficina de Peter, y los vestuarios y algún rincón oscuro y morboso que los animara a estimularse uno al otro aunque sea de pié, tratando de encajar sus manos con rapidez con el sólo propósito de satisfacerse.

El té nocturno se convirtió en el fetiche para desencadenar el sexo. Y lo que no aportaba el té y el postre, lo aportaban ellos buscándolo en el sabor de las bocas y la piel del otro. El cuenco de frutillas empezó a estar muy cerca, porque él encontró sensualidad absoluta, en la forma en que ella mordía las frutillas de su mano, y la observaba extasiado mientras le recorría los labios con suavidad y una de ellas, mientras le hacía desear el momento de hincarle el diente. Hasta caer rendido, viéndola envolver con sus labios carnosos la fruta.

Poco a poco se fueron conociendo mucho más íntimamente. Y lo curioso es que esa intimidad, no sólo quedaba relegada al ámbito del restaurante. Varias noches durmieron juntos en ese mes, hasta volver al día siguiente a trabajar, tal como habían empezado, enredados en la cama de Peter en la primera cita. Pero atendiendo a la hora.

Y conocerse íntimamente, no sólo es tener sexo. A veces ni siquiera llegaban a eso, porque se quedaban charlando sobre cualquier cosa banal, o tan profunda como sus anhelos a futuro. Y en ese tren de desnudarse, el cuerpo y el alma, los dos fueron aprendiendo del otro, algunas manías menos visibles que las que mostraban en el trabajo. Frustraciones, sueños, asignaturas pendientes, gustos preferidos, lugares que les gustaría conocer, miedos y algunos fracasos. Pero también las tonterías que los hacen reír. Las injusticias que los desequilibran, y aquellas situaciones que les provocan ternura al borde del llanto.

Nada los apresuraba, y aunque a veces la noche se prolongara hasta la madrugada, el deseo de disfrutarse de cualquier modo siempre estaba latente. Como si el premio al final de la jornada, fuese encontrarse, no importaba como, con tal que fuera amorosamente.

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Una noche fresca de mediados de junio, Lali tiene preparada a su lado una mochila con una muda de ropa extra, porque después del trabajo, se quedará a dormir en casa de Peter. Son casi las 23:50 y la cocina ya cerró, todos allí trabajan acomodando y limpiando lo que quedó de la jornada laboral, y aunque la pastelera está sacando postres a destajo, también vigila el horno, porque puso a hacer medialunas para desayunar a la mañana siguiente.

Mis cinco sentidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora