Estaba sentada en mi roca, en mi lugar especial. El sol en el horizonte cubría el cielo en un manto naranja combinado con magenta, y el calor me abrigaba tanto el cuerpo como el corazón. El aire puro llenaba mis pulmones haciéndome suspirar con plenitud mientras contemplaba el paisaje hermoso que ese lugar me regalaba. Mis ojos se iban a las rocas altas teñidas por el color del cielo, a la arena que estaba más oscuras por no llegarles el sol del atardecer. Mis ojos recorrían todo el lugar con una sonrisa tatuada en mi rostro, una sonrisa a la que ya estaba acostumbrada a tener, con la nueva vida que tenía y el futuro que se volvió brillante desde que decidí continuar con ella.
Estaba sumida en mis pensamientos cuando algo captó mi atención.
Un sonido, luego otro y otro.
Mi lugar seguía estando escondido hacia los extraños, y seguía teniendo las mismas trampas que puse hace lo que se sentía un millón de años atrás. Agudicé mi oído con precaución.
Eran pasos.
Pero a diferencia de las otras veces, mi mano no se fue a mi pistola, en cambio siguió donde estaba. Los sonidos se acercaron, notando como esa persona pasaba por todas las trampas que tenía y pude ver quién fue causante de ellos cuando apareció por detrás de la roca más grande.
—¿Kent? —mi voz sonó junto con la sonrisa en mi rostro.
Su cabello estaba un poco más largo y tenía un poco de vello facial, pero todo su ser era tal cual como mi mente lo había guardado hace unos años.
—Sabía que te encontraría aquí —dijo tranquilamente, mirándome con sus ojos azules, pero solo duraron unos segundos para luego bajarlos a mis piernas.
Un pequeño estaba sentado en mi regazo.
Su mirada se fue a mi lado y vio como un hombre se encontraba sentado junto a mí. Sus ojos volvieron a los míos; dos emociones luchaban en él y las pude leer como lo hice hace una infinitud atrás, una ambivalencia que podían ir perfectamente de la mano; nostalgia y felicidad. Felicidad al observarme mientras le sonreía con el hombre junto a mí y el pequeño en mi regazo, trasmitiéndole una sola cosa.
Había cumplido mi promesa.
—Kent, quiero que conozcas a Renato, hermano de Marcelo —dije tranquilamente, invitándolo a acercarse. Lo hizo cautelosamente y saludó al hombre que aún se encontraba a mi lado con un pequeño movimiento de cabeza. Después de ver como intercambiaron miradas la mía se fue al pequeño que estaba sentado en mi regazo—. Y este diablillo de aquí es Gonzalito... Mi ahijado.
Su rostro cambió ante mis palabras.
—Un gusto conocerte al fin, Kent —le dijo mi amigo mientras se levantaba y le tendía su mano con una sonrisa—. Ya estábamos cansados por lo mucho que Carolina hablaba de ti.
—Un gusto —dijo bajo, como si todavía intentara digerir lo que estaba viendo.
—Y aunque me gustaría quedarme para conocerte más, nosotros debemos marchar, mi esposa debe estar esperándonos.
Me levanté de donde estaba para abrazarlo y le di un beso a mi pequeño ahijado.
—No hagas rabiar a tu mamá —le advertí al pequeño.
Y los vi perderse por las rocas.
—Carolina. —Oí mi nombre a mis espaldas.
Me tomó unos segundos para volver a girar y mirarlo.
—¿Sí?
—No la cumpliste —me acusó—. No cumpliste tu promesa.
Tenía su cabeza inclinada a un costado, mirándome fijamente, escondiendo muchas cosas que no intenté descifrar.
—¿Cuenta si lo intenté?
—Por la mierda —suspiró. Y vi como su mano se iba a su frente, frustrado. Lo seguí mirando hasta que volvió a levantar su cabeza para verme—. Tenías que cumplir tu promesa.
Pero ahora soltó otro tipo de suspiro.
Uno de alivio.
—No pude. Nunca dejé de amarte —dije levantando mis hombros—, aún te amo, Kent, nunca dejé de hacerlo.
Nos miramos por una eternidad.
—Bebé, ¿siempre hablas tanto?
Me sonrió con el alma.
Y yo le sonreí con la mía.
FIN.
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DISONANCIA
RomanceCarolina debe luchar por su pueblo y sus riquezas cuando un grupo de forasteros llegan a atacarlos con su despiadado ejército. Conocerá a Kent, un hombre del bando enemigo, quien sin saberlo le cambiará la vida y le hará cuestionar todo lo que ha a...