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Desperté con el sol quemándome el rostro. Intenté darme un momento para recordar lo que había pasado y como había llegado hasta allí, pero por más que intentaba recordar ninguna imagen aparecía.

Promételo. Te amo, bebé.

La voz de Kent en mi cabeza hizo que todo volviera como un tornado haciendo que las lágrimas comenzaran a escocer mis mejillas por su sal. Me levanté como pude y noté como la herida de mi hombro y la de pierna habían sido cosidas y ahora reposaban bajo una capa de ungüento espeso para ser cubierto cuidadosamente con unas gazas.

Habían cumplido con su parte del trato.

Miré a mi alrededor. Estaba en el medio de la nada, no veía más que polvo y cerros a lo lejos, reconocí algunos, el sol me pegaba en la coronilla y usando mi sentido de orientación innato comencé a caminar rumbo al norte, a donde sabía que se encontraba una de nuestras bases.

Caminé por horas, era un suplicio porque, aunque intentaba evitarlo no podía sacar de mi cabeza todo lo que había pasado. Tener que caminar solo con mis pensamientos tortuosos me impedía continuar, quedarme donde estaba hasta que el sol prendiera fuego mi piel o hasta que la noche me acabara con sus grados bajo cero, hasta que la deshidratación me vuelva polvo o los días sin dormir terminen arrebatándome la vida sonaba mucho mejor a seguir la vida después de lo que ocurrió. Pero no podía, debía continuar, se lo había prometido.

Mierda, Carolina.

Cumple tu promesa.

Lo haría. Viviría por mí.

Y por él.

Cumpliría mi promesa.

El día llegó a la noche, y la noche se convirtió en día, y ya dejé de estimar las horas que habían transcurrido hasta que vi la cuarta base.

Mi cuerpo se desplomó en la entrada, había aguantado lo suficiente como para que las cámaras captaran mi presencia, pero no sabía si todos estaban muertos, no sabía si había quedado algún sobreviviente en la base que pudiera acudir a mi rescate, hasta que mi cuerpo comenzó a apagarse.

Lo siento, Kent.

El aire ya no entraba a mis pulmones.

Lo siento, mi amor, lo intenté.

Y me despedí.

Podía sentir mi respiración débil, no veía más que oscuridad, no podía abrir los ojos y mis párpados junto con el resto de mi cuerpo parecían como si pesaran una tonelada. Intenté abrir mi boca, pero nada salió de ella.

Escuché un sonido e intenté abrir mis ojos con fuerza, pero todo estaba oscuro, no lo había logrado. La piel me picaba y mis pulmones ardían y el dolor de mi hombro con el de mi pierna se volvían insoportables por la caminata eterna.

Otro sonido.

Intenté levantar mi brazo, pero no funcionó, solo había imaginado que lo había hecho. Intenté abrir los ojos, me costó enfocar, pero vi el rostro de Anastasia para que luego mis párpados pesados volvieron a cerrarse.

—Mierda, Carolina —escuché.

Pude sentir como me elevaba del suelo y mis oídos se llenaban de voces solo para volver a quedar inconsciente.

—¡Trae la camilla! —escuché a otra persona.

Sonidos metálicos, puertas, voces, todo se acoplaban en mi mente aturdida.

Abrí los ojos para ver como cuatro personas cortaban mi ropa y trasladaban mi cuerpo desnudo a otra camilla. Intenté hablar, intenté llorar, pero fallaba miserablemente en todo, y solo podía sentir mi pecho subir y bajar lentamente, a punto de expirar.

Y no recordé más.

DISONANCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora