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No nos costó llegar a las bodegas, los instalé en un rincón para que pudieran dormir. Los mayores ayudaron a los pequeños a darles cobijas, cariños y palabras de apoyo.

—¿No había nadie más? —me preguntó la cajera con esperanza.

—Seguiré buscando, haré una vigilia por esta noche —hablé despacio y ella asintió—. ¿Cuál es tu nombre?

Se extrañó por mi pregunta.

—Alicia.

—Alicia, si no llego antes que salga el sol no quiero que salgan a buscarme, ¿de acuerdo?

Intentó formular una pregunta, pero la detuve, no quería entrar en detalles.

Volví al supermercado y decidí que esperaría antes del amanecer para salir a buscar más gente, era más arriesgado por quedar expuesta a la luz, pero también me ayudaba a disparar al blanco con más precisión. Por el momento me quedaría en las puertas mirando a través del vidrio por algún movimiento, las luces apagadas me ayudaban a acostumbrar mejor mi vista en la oscura noche. Miré mi reloj, era casi media noche cuando algo atrapó mi atención por la esquina de mi ojo, un movimiento.

Otra mentira de Kent; dos personas en la entrada del estacionamiento caminaban hacia donde me encontraba.

—Esos serán sus últimos pasos, bastardos —siseé entre dientes mientras los apuntaba con el cañón.

Pero mis ojos se fueron inconscientemente hacia el oscuro cielo. En una especie de arco algo voló en mi dirección dejando una estela de humo.

Mierda.

Mi cuerpo se movió rápido para correr hacia el fondo del supermercado, y como si alguien me hubiera tirado un gran saco de arena a mis espaldas caí al suelo junto con una ensordecedora explosión.

Desperté sin saber cuánto tiempo había estado inconsciente. Mi cabeza palpitaba, un pito sonaba en mis oídos y el pecho me apretaba, intenté llenar mis pulmones con aire, pero tuve que esconder la tos que me provocaba hacerlo. Me costó un momento ordenar mis pensamientos, mis recuerdos, los sucesos y el por qué estaba ahí. Intenté moverme tanteando el daño de mi cuerpo, todo estaba en orden, solo un par de cortes.

Habían vuelto a atacar el local.

—Ya pasamos por aquí —escuché a una mujer hablar.

Volví a la posición en la cual desperté y volví a maldecir a Kent por mentirme tan descaradamente, ya que se suponía que no se separaban de su escuadrón.

—Te dije que vi a alguien —se oyó otra voz.

Era una mujer y un hombre caminando con una metralleta en sus manos.

—¿De qué hablas, imbécil? Vamos, el jefe se molestará si seguimos aquí.

Quería empuñar mis armas y atacarlos, matar a esos malditos como mataron a mi familia, a mis amigos y a mi pueblo, pero ya no tenía mis pistolas y con las suyas en sus manos sería difícil hacerlo con mis cuchillas. Escuché como se acercaban a donde me encontraba y mi instinto de sobrevivencia se activó.

—¡Ah! —gritó el hombre con tono de victoria. Me habían visto—. Te lo dije, es la perra de la que habló Kent.

Mi corazón se achicó. Los había mandado a matarme, era obvio, él no quería hacer el trabajo sucio.

—Felicitaciones, ahora vamos —dijo la mujer enojada.

—Espera un momento.

Sentí como el hombre se acercaba cada vez más. Mi corazón latía con furia. Sentí algo golpearme la espalda, dos, tres veces. No me moví y los pulmones me quemaban por aguantar la respiración.

—Está muerta —dijo al fin.

—Muy bien, Capitán Obvio, ¿podemos irnos?

Oí como caminaban hacia la puerta principal, esperé unos momentos más hasta no escuchar nada más para llenarme del exquisito aire que me hizo toser con fuerza. Me paré cautelosa para chequear que habían desaparecido, para ver si escuchaba algún sonido, algún movimiento, chequeé por segunda vez mi cuerpo, mis piernas, mi torso que aún dolía. Estaba en orden, todo estaba destruido, pero en orden. Sequé las lágrimas de mis ojos, ya no lloraba por pena, ahora mi cuerpo estaba cargado de ira pura y fría.

Ese maldito.

Le había dado lo último que tenía en mí; mi confianza y mi fe, y la destruyó con sus armas, bajo sus bombas y su maldad sin juicio.

Gracias Kent por hablarles de mí.

Gracias por enviarlos a matarme.

Gracias por darme una nueva recarga de odio y el último impulso para matarte con mis propias manos.

Debía concentrarme, la manera en la cual asesinaría lentamente a ese bastardo tendría que esperar, ya no estaba sola, tenía a un grupo de gente a salvo y tenía que encontrar a más personas.

Tenía que buscar más sobrevivientes.

Sobrevivientes.

La sola palabra hizo que mi vello se erizara y se me apretara el pecho y que una lágrima brotara lastimosamente por mi mejilla.

Volví a mi posición con el dolor en el cuerpo y los músculos tensados, había recuperado mis armas y ya no las soltaría, aunque mi vida dependiera de ello. El dolor se propagaba por mi cuerpo recordándome el gran odio que tenía dentro y lo usaba como combustible para seguir con mi cometido. Me mantuve en el lugar con mi ojo en la mira hasta que vi algo a lo lejos; una persona sola en la entrada del estacionamiento caminando hacia donde estaba.

Déjà vu.

Estaría preparada, atacaría sin pensarlo, pues sabía muy bien que no era uno de los nuestros. Empuñé una de mis pistolas, volví a poner mi ojo en la mira y cuando estaba a punto de jalar el gatillo lo vi.

Conocía ese caminar, conocía a esa persona.

Kent.

Salí corriendo del local, prometí matarlo con mis propias manos, un arma no será necesario con todo el aborrecimiento que tenía dentro, pero cuando estaba a unos pasos de él escuché un clic que conocía bien.

¿Bombas antipersonales?

—Carolina, no te acerques —me dijo inmóvil estirando su brazo para detener mis pasos—. Corre. ¡Corre, maldita sea!

Y lo hice.

No miré hacia atrás y las lágrimas sin sentido que empañaban mi visión se hacían cada vez más presentes, entré al local y me escondí detrás de una máquina cuando oí la explosión. Cuando volví a salir estaba sola en medio del estacionamiento. Vi un auto en llamas. Tapé la estela que dejaba el fuego para acostumbrar nuevamente mis ojos y miré en todas las direcciones, en cualquier momento encontraría una parte del cuerpo de Kent tirado por ahí. Pero no, su cuerpo entero estaba tendido detrás de ese auto. Mi cuerpo actuó sin mi autorización y corrió hasta él.

—¡Kent! ¡Kent! ¡Despierta!

Tenía un gran corte en la frente que le llenaba el rostro de sangre.

¿Cómo mierda no estaba despedazado por la bomba?

Pero recordé las maneras de engañarlas y que explotaran unos segundos después de salir de ellas. Si yo lo sabía, él también lo hacía. Comencé con la reanimación cardiorrespiratoria.

—¡Por la mismísima mierda, Kent, abre los ojos! —le gritaba mientras mis manos empujaban su pecho y mi boca se iba a la suya para darle aire. Un gemido salió del fondo de su ser haciéndolo toser—. Kent, hay que salir de aquí.

Abrió los ojos con dolor.

—Carolina, lo lamento —suspiró haciendo una mueca de sufrimiento.

—Ahora no es el momento.

Tomé su brazo y me rodé el cuello con él, ayudándolo a incorporarse.

DISONANCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora