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Me desperté sin abrir los ojos con la garganta apretada y seca a más no poder, como si todo el desierto a nuestro alrededor hubiese ido a esconderse en mi tráquea. Las luces blancas y brillantes me molestaban los ojos impidiéndome enfocar mi visión. Todos los músculos de mi cuerpo quemaban de manera inexplicable. Mis ojos se abrieron al fin después de parpadear mientras los sonidos de máquinas que conocía bien inundaban mis oídos. Mi cuerpo estaba cubierto de gazas húmedas y en mi nariz había un tubo para poder respirar. Miré a mi lado y vi de pie a un hombre que me costó identificar.

Renato.

Las lágrimas de felicidad escocían, pero ninguna salía.

—Un gusto tenerte de regreso —me dijo con una gran sonrisa.

Intenté hablar, pero la resequedad de mi garganta me lo impidió haciendo que solo el esfuerzo doliera como el carajo. Renato sacó su radio y dijo algunas palabras, no supe qué, mi mente aún estaba adormecida. Anastasia entró por la puerta en menos de cinco minutos. Intenté hablar nuevamente.

—No lo hagas, te explicaré que ocurrió.

Tomó una silla y se sentó al lado de la camilla.

Habíamos ganado, el enemigo había aceptado su derrota antes de perder a más hombres, dejaron sus bases y se fueron sin mirar atrás, fueron destruidas de inmediato por nuestro bando.

No me quiso decir el número total de víctimas, pero estaba segura de que habíamos perdido a más de la mitad de nuestros cuarteles. Los que quedaron con vida se habían esparcido por nuestro pueblo para enterrar a los caídos mientras los otros estaban en el pueblo continuo con los otros sobrevivientes.

—Marcelo —se escuchó apenas.

—Lo sé, cariño. Ya lo sepultamos. —Y con solo esas palabras mis ojos se volvieron a llenar de lágrimas.

—Lo siento mucho —dije ronca.

—No lo hagas, sabemos lo que ocurrió, Patrick nos contó todo. —Intenté preguntar a lo que se refería, pero captó lo que estaba intentando preguntar sin tener que hacerlo—. Patrick nos contó sobre Kent.

La miré apenada al escuchar su nombre, pero no pude comprender como era que Patrick supo de él, pero Anastasia volvió a contestar la pregunta que no pude articular.

—Cuando Kent los encontró en el gimnasio le contó la verdad; quería que supiera quién era en realidad antes de que pudiera pedir lo que hizo. —La miré con los ojos vidriosos, gritándole con ellos para que continuara—. Le hizo prometer que te protegería si no podía hacerlo él. Le hizo prometer que cuidaría de ti. —Me miró a los ojos y una lágrima solitaria recorrió mi mejilla—. Patrick nos contó sobre su plan y de cómo hizo hasta lo imposible para ayudarnos. Le dijo que sabía que si lo llegaban descubrir tendría que pagar con su propia vida.

Otra lágrima.

Anastasia continuó.

—Le dijo cuanto te amaba.

Cerré mis ojos.

Maldito seas, Kent.

Mientras seguía luchando con mis lágrimas Isabella entró por la puerta con un gran vaso de agua, pero antes de entregármelo comenzó a revisar las máquinas, me tomaba la presión y tomaba mi temperatura. La miré soltando aire de mis pulmones y con mi ceño fruncido.

—Ya va, ya va —me dijo con una sonrisa mientras terminaba de escribir los números en su libreta, para luego darme el gran vaso con agua.

Mi garganta ardió hasta el infierno, pero después de unos segundos ya podía hablar sin dolor, aunque mi voz saliera ronca hasta la mierda.

DISONANCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora