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Me desperté con un balde de agua fría en el rostro que me hizo toser. Me levanté de un salto, pies separados paralelos a mis caderas, brazos en alto, dispuesta a caerle a golpes a quién se me cruzase. Había cuatro tipos en mi celda con armas, uno con el balde ahora vacío, una mujer y otros dos que reconocí enseguida; habían estado en mi ataque. Entre ellos tomaron mis manos detrás de mi espalda y colocaron unas pesadas esposas de metal oxidado en ellas mientras intentaba con todas mis fuerzas soltarme de su agarre. Me sacaron de la prisión para dejarme frente a un tipo que asumí era su líder; un tipo alto, cabello negro y sucio, lleno de caspa que le llegaba hasta los hombros, dientes asquerosos y amarillos, nariz grande y una gran barba apelmazada.

—¡La princesa se ha despertado! —gritó con los brazos en el aire.

Lo único que quería era soltarme de alguna manera y destrozarle esa repugnante sonrisa.

—No intentes nada, cariño —me dijo la mujer que estaba con una metralleta apuntándome.

Sacudí mi cuerpo para que los grandulones me soltaran, pero fue en vano.

—Debo admitir que me dejaste sorprendido, tomó seis de mis hombres para traerte hasta aquí. Bueno. Dos, porque noqueaste a cuatro de ellos, algo admirable para una chica tan pequeña como tú. —Y nuevamente me mostró esos dientes asquerosos.

No era pequeña; veintitrés años, delgada y solo tenía un par de centímetros bajo la estatura promedio.

Pero ¿cómo derroté a cuatro desgraciados?

Tal cómo lo había dicho Kent, yo no era una civil. Pertenecía al ejército que custodiaba a mi pueblo, pero como lo era yo, también lo fueron mis padres. Mi madre y mi padre pertenecieron al grupo de ciudadanos dispuestos a luchar para mantener la paz, para proteger nuestras riquezas. Y así, como un tipo de herencia, desde que aprendí a caminar comenzaron a entrenarme en diferentes artes marciales. A los siete años ya sabía karate, jiujitsu, capoeira, artes mixtas, judo, y claro está, cuando ya era más grande, las peleas callejeras me ayudaron a ganar las batallas cuerpo a cuerpo con aquellos que peleaban sucio.

Todo fue gracias a ellos.

A mis padres, mi única familia, las únicas personas a quienes amaba con todo mi corazón y que hace tres días estaban muertos por culpa de los malditos bastardos que tenía en frente.

—Créeme, hubiese acabado con los seis si no hubiesen sido unos malditos cobardes. —Reí con asco mirando a uno de ellos.

Vi como uno de ellos intentó acercarse a mí cuando lo miré siseando esas palabras, pero el líder lo detuvo solo levantando un dedo, sin dejar de mirarme.

—Tenaz, me agradas, princesa. Eres la primera persona que capturamos en estos días, así que te catalogaste como mi prisionera favorita. Te llevaré a una celda especial donde podrás descansar, serán unas mini vacaciones. —El muy hijo de puta soltó un suspiro gigante—. Lo será hasta que sueltes información sobre los tuyos.

—Sigue soñando —solté, pero me ignoró.

—Y como soy un gobernador generoso hasta dejaré que tomes una ducha. —Se acercó a mí, tomó un mechón de mi cabello y lo pasó por su nariz. Tuve que contenerme de no saltar a su cuello, todas las personas que me rodeaban estaban cargados con armas.—. No queremos que este cabello cobrizo que tienes se arruine, ¿no? Y, ¿quién sabe? Después de tu ducha podrán llevarte hasta mi dormitorio, apuesto que eres fantástica dando masajes.

No aguanté más, le escupí en la cara, pero soló rio mientras se sacaba mi saliva del rostro.

—Hijo de puta, pagarás por lo que haz hecho.

—Llévensela.

Dos tipos agarraron mis brazos mientras la mujer me golpeó la espalda con su palma para que comenzara a caminar mientras el otro hombre nos guiaba por los pasillos largos. Pasamos por diferentes habitaciones, algunas de ellas eran celdas, otras que supuse eran dormitorios y otras que estaban vacías. Calculaba cada paso, armaba un mapa del lugar y guardaba fotos mentales. Mientras más avanzábamos la gente que rondaba por el lugar iba quedando atrás hasta que ya no vi ninguna de ellas, solo los inútiles que me custodiaban. Cuando llegamos justo al final del pasillo el tipo del frente tomó una llave grande y la metió en el hueco de una puerta y los hombres a mis costados aflojaron el agarre.

Era mi oportunidad.

Salté y pasé las cadenas por debajo de mis pies cuando estaba en el aire para golpear con el pesado metal al hombre a mi lado, me giré y una patada hizo volar a la chica y cuando estuvo a punto de atacarme de nuevo la golpeé fuerte con mi frente en su nariz y pude ver como la sangre salía a borbotones. Un rodillazo en la entrepierna se llevó el chascón que hace unos minutos antes me sostenía un brazo y otra patada en el estómago al otro. Cuando ambos estaban en el suelo salté por encima del restante para tomar su cuello y presionarlo con la cadena, tan fuerte que ya estaba luchando por un poco de aire. Todos comenzaron a levantarse de donde estaban.

—No se acerquen. Un movimiento y este imbécil se muere.

—Por favor —escuché del tipo que estaba ahorcando al ver que sus compañeros me miraban.

Los tres levantaron las manos después de dejar sus armas en el suelo.

—Llamen a sus guardias y díganle que estoy en la celda. Tú. —Miré a la mujer que tenía el rostro cubierto de sangre—. Tú me llevarás hasta la salida, un paso en falso y no dudaré en romperte el cuello.

Todos tenían sus ojos clavados en mí mientras su compañero luchaba para mantenerse con vida, podía ver la desesperación sus rostros, pero algo cambió, no lo vi, solo lo noté cuando sus miradas dejaron mi rostro y se posaron en algo a mi lado.

No lo vi, pero lo sentí; una descarga eléctrica pasó por mi cuerpo haciendo que todos mis músculos se contrajeran con dolor paralizándome por completo.

Y luego, negro.

DISONANCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora