Me había tocado hacer guardia a kilómetros de mi pueblo. Estaba sola en el cubículo con mis armas y cuchillas que se encontraban escondidas para no levantar sospechas. Habían pasado unas horas hasta que vi un auto antiguo y oxidado detenerse a unos metros de donde me encontraba. Mi mano se fue a mi costado, preparándome para empuñar mi pistola si era necesario, pero cuando vi a un hombre bajar del automóvil junto a una mujer alta y hermosa y dos ancianos relajé mi compostura. Ninguno de ellos parecía como si tuvieran un arma escondida, ni que presentar algún peligro alguno. Esperé que llegaran hasta donde me estaba, pero solo se acercó el tipo alto, dejando al resto que imaginé era su familia atrás. El hombre tenía el cabello castaño claro, sus facciones eran duras y su cuerpo era musculoso, no como esas personas que pasan horas en el gimnasio y sus cuerpos terminan siendo grotescos. Su cuerpo me hizo recordar al Hombre de Vitruvio de Leonardo Da Vinci. Me quedé observándolo un tiempo más hasta ver como sus ojos tenían un color azul brillante que podían hipnotizar a cualquiera que los viera.
Quedé deslumbrada, mi estómago comenzó a comportarse extraño cuando terminó su recorrido y quedó frente a mí solo para luego mirarme a los ojos con una sonrisa que no había visto jamás; como disculpándose.
Maldiciones, era perfecto; su rostro, su cuerpo, su andar.
¿Cómo alguien podía lucir así?
¿Qué Dios fue el creador de tanta belleza?
—Buenas tardes, señorita —habló sacándome de mis pensamientos. Su voz también era perfecta—. ¿Tiene un momento que me regale?
Te regalo mi vida.
Por la mierda, Carolina.
Concéntrate, no puedes estar segura de que no tenga un arma.
—Antes de regalarte cualquier segundo debo cerciorarme que no tienes nada escondido.
—¿Esconder un arma? —dijo subiendo la comisura de su labio.
—Exactamente —le dije dura, o al menos eso quise.
Y solo para que notara que no estaba haciendo algún tipo de broma abrí un poco mi saco para que notara una de las mías. El hombre abrió sus brazos y me miró como una invitación para acercarme a él. Lo hice, tanteé su cuerpo desde sus tobillos, subiendo por sus pantorrillas, sus muslos, sus caderas, su torso, sus brazos, y aunque no tenía la necesidad de hacerlo; también pasé mis manos por su cuello. Nuevamente me dejó en las nubes.
Por la mierda.
¿Qué es lo que me está provocando este completo extraño?
—¿Todo en orden? —me preguntó una vez que terminé, haciendo que saliera de mi pequeño ensimismamiento.
—¿Cómo sé que tus amigos no esconden algo?
—Esa es mi familia. —Giró su cuerpo para apuntar a cada uno de ellos—. Mi hermana, mi madre y mi padre. ¡Hey! ¡Levanten sus camisas! —gritó hacia ellos.
Todos hicieron lo que dijo, dejándome claro que ninguno de ellos era una amenaza contra mí o mi pueblo, aunque solo fueran cuatro. El tipo se volvió hacia mí con una sonrisa en el rostro. No pude descifrar el motivo de ella, pero era como si supiera lo que me estaba provocando con solo mirarme así.
—Ahora todo está en orden. ¿En qué puedo ayudarlos? —dije devolviendo la misma sonrisa que me regaló.
—Mi familia y yo estamos buscando comenzar nuevas vidas.
—Y las quieren comenzar aquí —le dije terminando su frase.
—Así es. Queremos comenzar aquí, y si es posible, quedarnos hasta terminarla. —Me volvió a mostrar la sonrisa más hermosa que había visto en toda mi existencia, una llena de esperanza—. ¿Crees que podamos hablar con alguien encargado del lugar?
—Yo una de ellas. Puedes hablar conmigo, pero créeme cuando te digo que no es muy fácil como llegar y exigir formar parte de nuestra comunidad, así que debes tener una buena escusa para que dejemos entrar a tu familia a ti.
Cuando terminé de decir esas palabras vi como su rostro cambiaba lentamente.
—Un ejército atacó nuestro pueblo.
—Eso es imposible, todos sabemos que no se pueden meter con los civiles.
—Ese es el acuerdo global, y nunca esperamos que algo así podría suceder, no hasta que llegaron ellos.
—¿Quieres son ellos?
—No lo sabemos. No tuvieron piedad, nos atacaron solo con la intención de no dejar a alguien con vida.
Sus palabras, sus ojos y su rostro me hicieron ver un escenario donde todo lo que me decía era cierto. Un bando malvado que podía hacer algo tan cruel como lo que me describía.
—¿Quedaron sobrevivientes? —la pregunta apenas salió de mis labios, sabiendo su respuesta—. Mierda, lo siento mucho.
—Logramos escapar porque nos encontrábamos en un paseo familiar. Antes de llegar a nuestro pueblo vimos a lo lejos como el humo y las llamas se apoderaron de nuestras tierras. No titubeamos para escapar, solo tenemos puesto lo que teníamos en ese entonces.
—¿Cuánto tiempo estuvieron manejando?
—Tres días, sin descanso. Siempre tenemos combustible de emergencia.
Solo podía imaginarme lo que el tipo me contaba, pues mi pueblo nunca había tenido que llegar hasta ese estado. Nosotros siempre habíamos estado preparados para cualquier ataque, para cualquier ejército que se acercara con la intención de robar nuestras riquezas, me había criado en esa vida y nunca había visto algo más que las batallas ganadas por nuestro bando.
—Te ayudaremos —le dije con compasión—. Pero primero deberás pasar por otras personas y tener este mismo cuestionario, no tendrás problemas con eso, me aseguraré que no, pues mis padres serán los que lo hagan, después de eso se reunirán con nuestra líder; Anastasia.
—Gracias.
—No lo menciones. Lamento haberte hecho recordar por lo que pasaron, pero tenía que estar segura.
—Lo sé, y agradezco tu tiempo para escucharme.
Me alejé unos metros de él para sacar mi radio y hablar por ella.
—Marcelo, ¿me escuchas?
—Fuerte y claro —me respondió al otro lado de la línea.
—Llevaré a una familia extranjera hasta mis padres, sabes el protocolo.
—Estaré ahí con Renato y el primer escuadrón, no te preocupes.
Volví a acercarme al extraño guardando la radio y mi arma. Miré nuevamente a su familia y hablé.
—Ven en mi auto, haz que tu familia nos siga, no queda tan lejos de aquí —dije.
Pude ver esa sonrisa otra vez, esa sonrisa que me acababa de cautivar, que me acababa de hipnotizar, esa que ya sabía que me quitaría el sueño por las noches para remplazarlo por suspiros y sonrisas.
Caminé unos pasos dándole la espalda para dirigirme a mi auto, pero giré nuevamente para ver si me seguía, solo para chocar con su cuerpo de frente. Sus ojos azules perfectos se posaron en los míos, bajaron a mis labios y subieron nuevamente a mis ojos, los míos seguían perdidos en sus labios. Sin previo aviso su mano subió hasta mi rostro, su dedo subió mi mentón para verlo de lleno.
—Prométemelo. Te amo, bebé.
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DISONANCIA
RomanceCarolina debe luchar por su pueblo y sus riquezas cuando un grupo de forasteros llegan a atacarlos con su despiadado ejército. Conocerá a Kent, un hombre del bando enemigo, quien sin saberlo le cambiará la vida y le hará cuestionar todo lo que ha a...