- 17 -

39 3 0
                                    

Sentí como mi cabeza se movía como en un carrusel sin fin. Olí la sangre que había empapado mi cuero cabelludo, pestañeé un par de veces para poder despertar al fin y gruñí por el dolor. Miré a mi alrededor y supe dónde estaba; en una celda parecida a la que había estado cuando me capturaron. Intenté alinear mis pensamientos, en recordar cómo había llegado hasta ahí, pues solo las imágenes de la primera vez saltaban en mi cabeza, pero algo volvió de repente.

Kent.

No pude terminar de entrar en pánico al ver su cuerpo en el suelo de la celda continua.

—¡Kent, despierta, por favor! —Estiré mi brazo entre los barrotes, pero no lo alcanzaba—. ¡Kent! —volví a gritar.

Su cuerpo se movió haciendo que el aire que tenía estancado en los pulmones saliera al fin, su mano se fue directamente a su cabeza y cuando la sacó estaba cubierta de sangre.

—¿Qué mierda? —dijo solo para él en un gruñido lleno de dolor.

—Kent —repetí, aliviada hasta la mierda.

—¿Carolina?

Giró su cabeza y su rostro se iluminó al verme, pero cambió enseguida cuando sus ojos recorrieron el lugar. Se acercó a mí y tomó mi rostro entre los barrotes para besar mis labios repetidamente, pasando por mi mejilla, mi frente, mi mentón y todo lo que pudiera acaparar para cubrirme de besos.

—¿Estás bien? —pregunté con lágrimas en los ojos.

Eran tantas las emociones que sentía que ya no sabía qué las provocaba, pasando por la maldita guerra, por los muertos que había visto, por la imagen de mi amigo sin vida y porque nos acababan de capturar.

—Estoy bien. Solo con la misma contusión que tú —dijo al ver como tenía una gota de sangre que había caído desde mi sien—. Dios, pensé que te había perdido, bebé, pensé que te habían asesinado.

—Estoy aquí, estoy viva —lo tranquilicé, acariciando su rostro y secando un poco de sangre con la manga de mi polerón.

—Acércate un poco más, quiero ver la magnitud de tu...

Pero ambos saltamos por una fuerte voz.

—¡Despertaron los desventurados amantes!

Supe sin vacilación quién era el que había hablado y giré mi rostro solo para ver esa sonrisa repugnante en ese rostro asqueroso.

—Bastardo —dije sin pensarlo, pero noté como no me había escuchado cuando siguió con su discurso de mierda.

—Se preguntarán que hacen aquí, ¿no? De todas las personas que hay allá afuera se preguntarán por qué le ordené a mis secuaces que los buscarán sin descanso para tenernos en encerrados mi celda. Se preguntarán también qué está pasando fuera. ¿La batalla? Sigue su curso, las personas caen como moscas, deberían verlo, es fascinante.

—¡Miserable! ¡Esa gente son seres humanos, no merecen morir de esa manera! —grité a tal punto que mis pulmones se escocieron.

—Princesa, eso no me importa en lo absoluto, con tal que mueran como deben hacerlo me pone feliz, pero ¿sabes qué me importa? —Sus ojos se clavaron en los de Kent—. Los traidores —dijo bajando el tono de su voz una octava completa.

—¡Déjanos ir! —se escuchó furioso del hombre a mi lado, y él muy maldito no quitó sus ojos de él.

—Eres tan ingenuo. ¿Crías que no sabíamos qué hacías cuando te escabullías por las noches? ¿Cuándo intentaste convencernos de que siguiéramos hasta otro lugar? ¿Mintiéndonos? —habló reprochándolo como se le hace a un niño pequeño—. Kent, Kent, Kent, ¿cómo pudiste hacernos eso? ¿En qué estabas pensando? ¿Y por ella?

DISONANCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora